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Opinión

Euskadi, el consenso imposible

Un empleado del Ayuntamiento de Pamplona borra una pintada callejera de apoyo a ETA.

Pues claro que no. No va haber ningún consenso entre los vascos sobre lo que significó ETA y sobre cómo explicarlo a las generaciones futuras. Ni puede haberla, ni habrá una explicación “oficial” común y aceptada de lo que fueron cuatro décadas de terrorismo para Euskadi. Todo está tan abrumadoramente, tan dolorosamente cerca que lo que cada uno tenemos en nuestra memoria aún conserva el brillo de su total e indiscutible certeza. Porque cuando el recuerdo evita someterse al estudio y al contraste fríos de la ciencia, se convierte, antes o después, en mito. Y el mito es algo mucho más dulce y confortable que la verdad y la decepción, que son las que nos suelen traer los datos y el trabajo de los historiadores.

Una muestra de esta imposibilidad es la queja pública de los historiadores de la Universidad Pública del País Vasco (EHU-UPV) que hace unos días lamentaban, con tanta razón como ingenuidad, no haber sido tenidos en cuenta para la elaboración de la unidad didáctica Herenegun (anteayer) dirigida a explicar a los escolares vascos lo sucedido con el terrorismo. Digo que se quejaban con ingenuidad porque, vascos como son, tenían que saber por fuerza que las personas que se han encargado de tal iniciativa educativa en nombre del Gobierno Vasco no buscaban la verdad sino “el relato”, es decir, una historia ante todo presentable y bien contada, mejor cuanto más amable, que salve la cara de quienes más necesitan que se la salven, que no son las víctimas del terrorismo sino sus verdugos y, sobre todo la mucha sociedad vasca que ignoró o aceptó lo inaceptable. En esa tarea, muy política y nada científica, la dureza de todo lo que el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad vasca podría haber aportado sobraba y estorbaba.

El Gobierno Vasco no busca la verdad, sino un ‘relato’ bien contado, amable, que salve la cara de quienes más necesitan que se la salven: los verdugos

Es imposible salvar la cara de todo el mundo en Euskadi. Por eso, hace también pocos días saltaban a la polémica los enfrentamientos dentro de la Ponencia de Memoria y Convivencia que se constituyó en el Parlamento Vasco y que, naturalmente, no puede llegar tampoco a ningún destino común porque es imposible conjugar el relato del que mataba con el del asesinado y sobre todo el del que salía ganando de las amenazas a sus adversarios con el punto de vista de los propios amenazados.

En esa ponencia el nacionalismo quiere evitar que se fije la idea de que el terrorismo nacionalista vasco radical era algo que nació y creció en su seno. Los socialistas quieren que se reconozca que nunca hubo razón alguna para la existencia del terrorismo de ETA. Los abertzales han dejado claro que nunca condenarán a ETA porque no pueden mostrarse ante los presos y sus familias como los embaucadores que fueron. Mientras, los populares, sospechando desde el principio que no se iba a llegar a ningún sitio, ni siquiera se han molestado en participar en la ponencia.

Pero posiblemente lo más decisivo sea que en la calle lo que la gente quiere es que le dejen en paz, que no le recuerden lo incómodo, lo cobarde que fue la sociedad vasca, lo bien que se adaptaba en silencio a los asesinatos de sus vecinos, que deploraba, por supuesto, y nada más. Solo los asesinatos más salvajes como el de Miguel Ángel Blanco sacaban a la calle a multitudes de vascos indignados. Dice el relato vasco biempensante que cada una de aquellas grandes manifestaciones suponía la práctica desaparición de ETA, pero ese es otro mito. Pronto la marea de rabia y horror bajaba y podía matarse a otros, como a Alberto Jiménez Becerril y su esposa Ascensión, al ahora tan añorado por sus asesinos Ernest Lluch, a Fernando Buesa, a José Luis López de Lacalle, a Pagaza y a tantos que vinieron después de Blanco.

Lo que la gente no quiere es que le recuerden lo incómodo, lo cobarde que fue la sociedad vasca, lo bien que se adaptaba en silencio a los asesinatos de sus vecinos

Fue con muchos muertos ya, cuando algunos movimientos cívicos extraordinariamente minoritarios empezaron a salir a la calle asesinato tras asesinato, todas las veces, fuese quien fuese y, poco a poco, sin grandes manifestaciones, con grupos minúsculos de personas en todas las plazas, que soportaban en silencio insultos, gritos y amenazas, los que poco a poco fueron despertando una cierta conciencia moral y redimiendo a un pueblo vasco que había sido experto en mirar para otro lado.

Al final tendrán que ser esos mismos historiadores ahora ignorados quienes se hagan cargo de explicar lo que pasó, pero sobre todo vendrán los artistas y los creadores: literatos, pintores, escultores, cineastas y contarán a su modo las cosas. La novela 'Patria', de Fernando Aramburu es un gran ejemplo, pero ni el único ni esperemos que el último. Ellos, los artistas, serán quienes -como siempre ha sido- creen las piezas, las novelas o las películas que moverán las conciencias y que serán las que entren a formar parte de la memoria vasca. Serán ellos quienes lo logren o no lo logrará nadie. Desde luego no una ponencia parlamentaria.

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