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Opinión

El Estatuto vasco resiste

Andoni Ortúzar e Íñigo Urkullu

Mientras estábamos atentos a la inauguración de la Cumbre del Clima, el Parlamento Vasco recibió oficialmente el pasado lunes dos documentos para una posible reforma del Estatuto vasco. Uno de ellos está lleno de apostillas, discrepancias, matices y párrafos alternativos, aunque llegó de la mano de los expertos que propusieron PNV, PSOE y Podemos. El otro documento lleva la firma del representante de Bildu y va tal cual, sin matices.

Hace trece meses, especialistas propuestos por cada uno de los partidos vascos empezaron los trabajos de redacción de un texto de carácter jurídico/político que sirviera de base para una hipotética reforma del Estatuto de Gernika. Eran Mikel Legarda (PNV), Iñigo Urrutia (Bildu), Arantxa Elizondo (Podemos), Alberto López Basaguren (PSOE) y Jaime Ignacio del Burgo (PP). El encargo recibido, que se maliciaba imposible, era proponer a los representantes parlamentarios un documento unitario, que aglutinase los sentimientos comunes a todos los vascos. Año y pico después se ha demostrado que, efectivamente, era imposible.

El llamado derecho a decidir, que los nacionalistas reivindican, es rechazado de plano por PP y PSOE e incomoda muchísimo a Podemos. Tampoco aceptan la relación bilateral Euskadi-España que busca el PNV (como la busca ERC en sus negociaciones con Sánchez), y la conversión en sujeto político de la Euskal Herria cultural es, para el catedrático de Derecho Constitucional propuesto por el PSOE “incompatible con el objetivo de lograr un Estatuto de amplio consenso”.

Menos mal que del texto se ha caído la distinción que pretendían los nacionalistas entre auténticos y falsos vascos, diferenciando a los “nacionales” de los “residentes”, un delirio que no tenía un pase, ni constitucional, ni humano. La “consulta habilitante” también es motivo de desacuerdo profundo y sobre las competencias que asumiría Euskadi la discrepancia es completa, del 100%. No hay ni una sola coincidencia.

A cara de perro

Hay que hacer notar que no ha sido una ponencia a cara de perro, ni con micrófonos presionando encima de los expertos. Todo lo contrario: las personas seleccionadas lo fueron por su conocimiento jurídico y todo se ha desarrollado con civismo y orden, pero lo que no puede ser, no puede ser.

A quienes el diálogo les parece una cosa taumatúrgica, tanto que con solo apelar a él se vienen abajo las dificultades, seguramente no les hará ninguna gracia comprobar que cuando la realidad es la que es, cuando los conceptos políticos de cada uno son tan diferentes, el diálogo, aun el más civilizado, solo sirve para constatar las diferencias, dure este una semana, un año o cinco, que son los que han transcurrido desde marzo de 2014, cuando se constituyó la primera Ponencia de Autogobierno del Parlamento Vasco.

Que a estas alturas, después de que tuvieran que dejar la cosa en manos de expertos, haya dos textos alternativos y que el más unitario de ambos esté lleno de matices y desacuerdos irrenunciables da una idea de la dificultad del empeño.

La confortable armonía que parece mostrar la política vasca, en comparación con la nacional, no llega a tanto como para que los vascos hayamos dejado de pensar cada uno lo que nos da la gana

La mesa del Parlamento tiene ya los documentos para que se debatan en la Cámara de Vitoria. Sin embargo, con toda seguridad la legislatura vasca concluirá antes de que tal tramitación llegue a su término por lo que este documento demediado tardará años en llegar al Congreso, eso en el inimaginable caso de que el acuerdo que no han conseguido los expertos con calma y discreción lo pudieran lograr los parlamentarios vascos sometidos a las cámaras, los focos y los argumentarios políticos.

Reconozcamos que el listón que se trataba de superar está alto. El Estatuto de Autonomía del País Vasco lo votamos afirmativamente el 90,27% de los vascos que acudimos a las urnas aquel 25 de octubre de 1979, que fuimos el 58,85% del censo electoral. Después de 40 años, la idea de lograr un acuerdo más amplio que aquel está visto que resulta inalcanzable. La confortable armonía que parece mostrar la política vasca, en comparación con la nacional, no llega a tanto como para que los vascos hayamos dejado de pensar cada uno lo que nos da la gana. Simplemente hay paz y un poco más de sentido común que por aquí, pero Euskadi sigue siendo una sociedad civil diversa, de las que gustan tan poco a los nacionalistas identitarios y parece que quiere seguir así.

Respecto a esa voluntariosa fe en acuerdos milagrosos y hasta inminentes, lo del País Vasco puede ser una buena oportunidad para que quienes la ejercen tomen nota.

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