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Opinión

Era el Estado, estúpidos

Los líderes independentistas, en el Tribunal Supremo

Los juzgados por el intento de golpe de Estado separatista se encuentran estupefactos. La realidad en forma de toga, ley y argumentación los tiene fuera de juego. Creyeron que la política era un juego de mesa sin mayores consecuencias. Craso error.

Nada me parece justo en siendo contra mi gusto, escribió Calderón. Así lo entienden los separatistas, poco o nada acostumbrados a que les lleve la contraria nadie. Acomodados a su dictadura en Cataluña, el juicio les parece de todo menos justo. Su rabia, sin embargo, tiene también no poco de asombro. Ahí está un juez que permite a Jordi Sánchez llevar ostensiblemente un lazo amarillo en la solapa, a pesar de que Vox requirió que no se le permitiera. El juez Marchena lo autorizó citando jurisprudencia europea. Su Señoría lo tenía más que estudiado y previsto y se fundamentó por si acaso. Chasco para los golpistas que ya se veían gritando que aquello era otra vulneración más de sus derechos. Ellos, tan proclives a solicitar auxilio de la justicia foránea, mientras desprecian a la de aquí, se han quedado con un palmo de narices.

Pero que nadie se equivoque, porque las palabras del fiscal Zaragoza son para grabarlas en una placa de mármol y colgarlas en el Parlament. Este miércoles ha dejado claro, tanto él como la abogacía del Estado, que aquello ni es un juicio político ni se persiguen ideas, porque de lo que se trata en la Sala es simplemente de juzgar y dirimir las actuaciones delictivas de quienes, ostentando el poder, forzaron la ley para sus propios fines. Las bofetadas dialécticas que se están llevando estos días los del lazo amarillo, y, ojo, que esto solo ha hecho que comenzar, son de antología. A Torra lo pone en su sitio Carlos Alsina y al dirigente de Ómnium le hizo lo propio Antonio Ferreras. Si se persiguiera al independentismo, ellos estarían en la cárcel y no es así. Más chasco.

La mitología supremacista que se ha ido tejiendo a lo largo de los años en mi tierra tiene un serio problema cuando ha de enfrentarse con el mundo real, con lo cotidiano, con lo serio

La mitología supremacista que se ha ido tejiendo a lo largo de los años en mi tierra tiene un serio problema cuando ha de enfrentarse con el mundo real, con lo cotidiano, con lo serio. No es extraño que Torra no gobierne. A la que se aleja de sus manifestaciones de corte totalitario y de los medios aduladores de casa, se deshace como un azucarillo en una taza de café. Estos dirigentes de 'pa sucat amb oli' que decimos en Cataluña no son nada más que unos críos malcriados que se creyeron con la potestad de imponer su capricho. Pero no contaron con que, a pesar de sus defectos, existe el Estado. Tantos millones invertidos en propaganda, en embajadas, en comprar televisiones, radios y diarios, en buscar complicidades, para, al final, que un juez y un fiscal los devuelvan a la realidad con solo unas cuantas palabras. Ni España es un país fascista ni la justicia está al servicio del poder. Y, por descontado, ningún país europeo les ha reconocido. Solo algunos partidos de extrema derecha. Ahí tienen ustedes al chico de Waterloo, pordioseando en un festival de cine a ver si así se convierte en noticia. Dicen que está internacionalizando el proceso. Ridiculizándolo, más bien.

El derecho, aseguraba Clemenceau, es la fuerza ordenada. Ese mismo derecho que estudió Torra y del que lo desconoce todo, porque, de no ser así, no habría sido tan sumamente prepotente. Ni tan solo ha logrado movilizar a esos millones de catalanes, que, según él, están a muerte con la independencia. Ahora que empiezan a desplomarse en sede judicial mitos como el de los mil heridos del 1-O, la legalidad de aquella fantasmagórica república, o que la cosa vaya de democracia el hombre y los suyos están, repito, ojipláticos.

No, señores separatistas, la cosa va de leyes en un estado democrático y del obligado respeto que todos sus ciudadanos deben observar respecto a ellas. La cosa no va de patrias o naciones, va de derechos individuales, vulnerados por esos apóstoles falaces. La cosa siempre ha ido, en realidad, de taparle las vergüenzas a la casta dirigente nacionalista dando un salto mortal sin red. Lógicamente, se han pegado un batacazo tremendo.

De ahí que, fíjense qué cosas, Junqueras no haya aceptado llevar el lazo, a pesar de que los puigdemontianos le presionaron fuertemente para que así lo hiciera

De ahí que, fíjense qué cosas, Junqueras no haya aceptado llevar el lazo, a pesar de que los puigdemontianos le presionaron fuertemente para que así lo hiciera. Querían que, entre los que formaron parte el Govern en aquellos días, se significara singularmente. El líder de Esquerra, no más bueno que los otros sino más listo, que algunos me toman el número cambiado cuando hablo de este hombre, sabe que los tiempos que vienen serán duros si no cambia el paso y se acomoda a la ley.

Querían un Estado a su imagen y semejanza, unos tribunales designados por ellos y un parlamento de adictos. Querían crear estructuras de estado, moneda propia y prometían que en Europa iban a recibirlos con los brazos abiertos. Soñaban con los países catalanes, con la ayuda de Israel y de Rusia – ahí hay mucho de lo que hablar, como ha dicho el gran Manolo Millán Mestre – pero, al final, se han topado con un juez justo y un fiscal didáctico. Ambos les han recordado su estupidez. No era ni el ADN tarado de los españoles ni la superioridad genética del catalán frente al españolito. Era el Estado, estúpidos.

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