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Opinión

El espejito de Casado

El presidente del PP, Pablo Casado

Los gobiernos noveles tienen cierta tendencia al caos. Estos primeros días de gobierno de Pedro Sánchez no pasarán a la historia por la coordinación, y menos aún por la elocuencia de sus ministros. Si Sánchez pretendía disfrazar su debilidad mediante esa peculiar huida hacia adelante que supone el Ivanredondismo (mucho humo y total ocupación de los medios) desgraciadamente para él, en estos pocos días se ha revelado lo contrario: no hay gobierno nacional sino un batiburrillo histérico de posicionamientos e intereses, siendo algunos de ellos claramente rupturistas.

En el caso del PP tampoco es que estén para tirar cohetes. Las opciones dentro del partido se han reducido a dos: los que siguen a Pablo Casado y los que no. A ello hay añadir los lógicos segmentos de edad, que generan importantes afinidades y seguimientos de uno u otro líder. Se ha desistido ya de hacer cualquier esfuerzo por asentar unas mínimas bases ideológicas que reconstruyan la maltrecha coherencia del partido.

El PSOE y el PP de hoy, éstos últimos de forma poco reflexiva, siguen dando pábulo a la idea de las dos Españas. Al PSOE le ha ido muy bien alentando la división de los españoles; lo que empezó con el famoso doberman de Felipe González en 1996 ha tenido una exitosa continuidad con, entre otros, los cordones sanitarios al PP y a Vox, el matrimonio gay, la ley de memoria histórica, el traslado de Franco y demás etcéteras, entre los que incluyo la entrada de Iglesias en el gobierno y el pacto con los independentistas.  Políticas que dividen profundamente a los españoles, y que son utilizadas de forma vergonzosamente partidista.

La paradoja es que el mito de las dos Españas no se sostiene ya sociológicamente y algún estudio así lo refrenda. Sólo se usa para la lucha política y de manera, en mi opinión, bastante abyecta.  Mi intuición me dice que otra prueba de la desaparición de las dos Españas son las mayorías políticas que arrancan con el franquismo sociológico (entonces había mayoría e incluso bastante unanimidad) que tuvieron una continuidad timorata con la UCD y sacaron todo su esplendor en la gran mayoría absoluta del PSOE de 1982, que luego pasaría a Aznar en 1999. 

Que ahora califiquen de 'dopadas' las mayorías absolutas e incontestables de Esperanza Aguirre es un insulto a la inteligencia

Una constatación a escala regional de esta idea son las mayorías obtenidas en Madrid por Esperanza Aguirre cuando literalmente arrasó en el “cinturón rojo” de la capital en sucesivas elecciones. Que ahora las califiquen de mayorías “dopadas” es un insulto al votante. Detesto el antropomorfismo de lo colectivo, pero sí creo que estas mayorías se construyen por un trasvase de votos y un aumento de la abstención. Operan como un cuerpo y, a veces, sorprenden (los casos de Aznar y Zapatero son bastante ilustrativos).

El PP absorberá de alguna manera a Ciudadanos y seguirá jugando a las dos Españas, y esto representa un recorrido insuficiente. Ahora sólo queda Vox como fuerza política capaz de generar ilusión y obtener votos de la derecha y de la izquierda, como ha quedado electoralmente demostrado. Y por ello crece y por ello da pánico. La relación del PP con Vox está tan desquiciada como los intentos, reitero abandonados, de dar solidez a su propio ideario.

Abascal tiene en la punta de los dedos el sorpasso al PP, pero ya no basado en el desastre del hermano pródigo -ésta era la estrategia de Rivera- sino por el potencial de aglutinar las mayorías que han existido en España.  Estas mayorías se basaron en una actitud coherente, eficaz y patriótica, en el mejor sentido de la palabra, dirigiéndose a todos los españoles.

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