Quantcast

Opinión

La decadencia de España

Los ministros de Sánchez en su primer Consejo en el Palacio de la Moncloa.

Nos encontramos ante lo que podíamos llamar “la crisis de España” o, mejor referido, “la decadencia de España”. Algo similar a lo que ocurrió con el final del Imperio Romano de Occidente, que acaba con la existencia de un nivel económico que no se recuperó hasta bien entrado el siglo XVII.

Es opinión general que la decadencia y caída del Imperio Romano ha sido siempre una de las cuestiones más controvertidas, debatidas y estudiadas de la historia, al igual que lo será la decadencia de España. Y es que, además, ambas tienen ciertas concomitancias.

La decadencia del Imperio Romano no se debió a la invasión los bárbaros, que incluso se incorporaron dentro del Imperio, si no que fue debida a múltiples causas, entre las que destacaría las siguientes:

  • La crisis de valores.

  • La irracionalidad que empezó a ocupar la completa capilaridad del poder.

  • Los desórdenes internos, fruto de las desigualdades cada vez más acusadas.

  • Las luchas de poder por la dirección del Imperio.

  • La diversidad cultural, fruto de la incapacidad para la integración de pueblos y culturas.

  • La obsesiva pretensión de anular la conciencia social con la estrategia de “panem et circenses”.

  • La corrupción de la clase dirigente y los abusos de poder y creciente incapacidad para enfrentarse adecuadamente a los problemas.

  • El colapso por el peso de la deuda necesaria parta mantener las estructuras corruptas de los gobernantes.

Y parece que nosotros, los españolea, vamos camino de lo mismo. Destacaría dos aspectos que están en el origen de la decadencia de España.

La crisis de valores

España padece una crisis de valores que, insisto, es el origen de su decadencia. Conceptos como la honradez, el trabajo, el esfuerzo, suenan rimbombantes y al mismo tiempo arcaicos para muchas personas, especialmente para los más jóvenes. Frente a estas ideas, claves del progreso de occidente, hoy imperan conceptos como el pragmatismo y  el relativismo práctico. Si queremos evitar la caída de nuestro gran país tenemos que preocuparnos por resucitar los valores que han formado parte de su  esencia. Para ello, es clave, y determinante, promover la educación y sensibilizar a los medios de comunicación para que contribuyan a ese irrenunciable objetivo de todos. Hay que trasladar desde la sociedad a los más jóvenes, empezando por la familia y en los colegios, que la vida es trabajo y  esfuerzo. Ello es compatible con la meta de la felicidad que proclama tan acertadamente la Constitución americana. Pero es indisoluble. No hay felicidad sin trabajo y sin esfuerzo. Si empezamos así, evitaremos que un porcentaje muy importante de jóvenes aspiren, frívolamente a ser sólo  famosos,  funcionarios, o especuladores, o algo mucho peor, subvencionados de por vida por “papá Estado” 

La crisis de las instituciones

Cuando quien accede a dirigir las instituciones, la clase política, se exhibe como representante de un cierto “pragmatismo caduco” y defensora del “relativismo moral”, suceden cosas como estas:

1. El Derecho está al servicio de la Sociedad, y no al revés. Es decir, el Estado deja de ser un Estado de Derecho (concepto clave en occidente cuando quisimos pasar de ser siervos a ciudadanos con derechos en los que domina el imperio de la Ley).

 2. La separación de poderes no puede ser un obstáculo para el desarrollo de un programa político dirigido por un líder que surge de la voluntad popular. Y entonces se decide que el poder político domine sobre el legislativo y el judicial, acabando con otro de los principios fundamentales de Occidente: la separación de poderes como medio para evitar la arbitrariedad, y como instrumento del control de la clase dirigente. Hay que recordar que otro principio fundamental de la sociedad en la que Europa -y no sólo el viejo continente- vive es la necesidad de desconfiar permanentemente de quién nos dirige. Para ello fueron creadas, también, todo un abanico de instituciones independientes (Comisión del Mercado de Valores, Comisión los Mercados y la Competencia, etc.) que también han pasado a sufrir el mismo destino que las instituciones del poder legislativo y judicial: su pleno sometimiento al poder político.

3. La voluntad popular es soberana. Lo que sale de las urnas no puede ser cuestionado. Que viene a representar, nuevamente, la primacía del poder político. Y  esto nos lleva a pretender que el Tribunal Constitucional se declare incompetente para ejercer su función cuando una ley ha sido aprobada por un parlamento y por un referéndum, máxima expresión de la voluntad popular.

4. Como consecuencia de todo lo anterior, el incumplimiento de determinadas leyes no tiene castigo, porque la voluntad popular, interpretada a través de la clase política, está aparentemente legitimada para tomar decisiones que, incluso, puedan ser contrarias al ordenamiento jurídico propio de cualquier régimen democrático Y así, el incumplimiento de una ley tan importante como la Ley de Presupuestos Generales del Estado, no tiene consecuencia alguna, de ningún tipo ni en ningún orden, para la clase política. Y nuevamente hay que recordar que las leyes presupuestarias fueron otro de los aspectos fundamentales de la cultura occidental: los siervos exigían a sus reyes saber cuántos impuestos recaudaban y cuál era su aplicación.

5. Si el incumplimiento de las leyes presupuestarias no tiene ninguna consecuencia, y los políticos se imponen como objetivo ganar las elecciones –que es lo pragmático– , los políticos pueden gastar más y endeudarse para ofrecer a los votantes subvenciones, viajes gratis, fiestas populares suntuosas, edificios “emblemáticos” que provocan admiración, para tener contenta a la masa de votantes y  conseguir un objetivo: volver a ganar las elecciones. Que es “lo práctico”. Es decir, se dispara el gasto público y el déficit, que como ahora sabemos, es una de las causas de la actual crisis. Nos encontramos con unos presupuestos marcados por la coacción de Podemos, la extorsión de los grupos secesionistas algunos de los cuales son amigos de aquella ETA asesina. Y ello conlleva cesiones que afectan gravemente a la cohesión territorial al poder judicial e incluso a la soberanía nacional.

La imposición de un falso progresismo alejado de la mejor definición del término, como es la búsqueda de la mejora de las condiciones de vida, en todos los órdenes, de la sociedad

Por estas razones creo que es necesario recuperar la esencia de las instituciones. Esto no lo puede hacer la clase política española, porque está dominada por el pensamiento pragmático de la victoria electoral como objetivo prioritario por encima de cualquier otro que distraiga de aquél y del fin último perseguido: la imposición de un falso progresismo alejado de la mejor definición del término, como es la búsqueda de la mejora de las condiciones de vida, en todos los órdenes, de la sociedad. Sobre esto último existe una gran confusión sobre su verdadero significado. A mi juicio, no es progresista el eliminar valores y creencias, sobre todo cuando no se proponen otras sustitutivas, y se cae en el “buenismo voluntarista”. Erosionar, hasta el límite los valores y creencias de una sociedad, como quiere hacer el “progresismo estúpido”, es catastrófico para la misma. Estados Unidos, ejemplo de dinamismo social y económico y, también, ejemplo de democracia, tiene una sociedad que se enorgullece de creer en Dios. No se puede construir una sociedad próspera sin creer en nada, o sin saber en lo que se cree. 

La recuperación de la esencia de las instituciones ha de ser promovida por aquella parte de Europa que no ha llegado al extremo de pérdida de valores y desprecio a las instituciones como ha ocurrido en determinados países, como es el caso de España.

La refundación de Europa es la oportunidad de recuperar los valores y las instituciones que han formado parte de la esencia de Occidente. Ahí es donde creo que países como España, que hemos entrado en una orgía de desequilibrios económicos y corrupción institucional, tiene la oportunidad de recupera los valores y a las instituciones que nos permitan competir en un nuevo escenario mundial en el  que China y la India han dejado de ser países colonizados o esclavizados, han llamado a la puerta del mundo y tienen ganas de ocupar un puesto en una mesa que antes sólo ocupaban USA y Europa. 

El peso de Europa

Y esto nos lleva a la necesidad imperiosa de aceptar que no sólo Europa tiene sitio en ese nuevo escenario. Estos nuevos países son tan grandes, tan potentes, que su creciente protagonismo económico favorecerá el movimiento de sillas en la nueva mesa de la concertación mundial. Sólo Europa tiene peso en ese nuevo escenario. Y, por tanto, es fundamental aparcar los intereses particulares de cada país que siguen dominando gran parte de la acción política de la configuración de las instituciones europeas para avanzar hacia la creación de instituciones supranacionales que creen las bases de  una Europa integrada, avanzando, paralelamente, en el plano político y económico, en un horizonte razonablemente próximo, hacia la plena integración. 

Por todo esto nuestra nación esta en peligro, aumentado exponencialmente por la pandemia de la Covid 19. Para regocijo de unos y vergüenza ajena de otros, tenemos ante nosotros un artificial, subdesarrollado e impresentable espectáculo de millones de parados que contemplan una Administración hipertrofiada y una corrupción desmedida. La mayor parte de nuestros políticos no están a la altura de las circunstancias y nosotros somos poco exigentes con ellos pensando que el tiempo lo resolverá todo. No nos equivoquemos, el tiempo, por sí sólo, no resuelve nada y como dijo el periodista norteamericano nacido en los primeros años del siglo XX, Edward R. Murrow “una nación de ovejas engendra un gobierno de lobos”. En paralelo, me viene a la mente, la acertada locución de Plauto -poeta y comediógrafo romano que vivió en el 200 a.C - Homo homini lupus", o su traducción, "el hombre es un lobo para el hombre" popularizada, muchos años después, por el filósofo del siglo XVII Thomas Hobbes, el cual consideraba que una de las notas características de la condición humana es el egoísmo, por intermedio del cual el hombre mismo termina siendo su propio verdugo, es decir, un lobo para el hombre. Y es que mientras unos pocos piensan:

- En destruir la unidad de España; la mayoría no es informada de las reales consecuencias que ello puede producir

- En que son defensores de los trabajadores; casi todos creen que están siendo engañados.

- En lograr el mayor número de subvenciones, prebendas y lobbies; el ciudadano de a pie ve como su recibo de la luz sube más de un 70% en cinco años y el déficit eléctrico se lleva el 70% de los fondos de industria.

- En incrementar los impuestos; el clamor es preguntarse cómo va a crecer el consumo y con ello la actividad económica.

- En alcanzar mayor competitividad y avances técnicos; sin embargo vemos irrisorias cantidades dedicadas a la investigación y cómo se nos va el talento a otros países

- En la reforma de la Educación; mientras observamos que sólo algunos de los políticos que han de valorarla tienen titulación universitaria y, otros, sólo el bachiller, siendo su única profesión, desde que nacen hasta que mueren, la política como arte para la supervivencia, sin apenas contacto con la sociedad y la economía reales.

- En la tan ansiada, como frustrante, por incapacidad para llevarla a cabo, reforma de la Administración Pública; mientras se exige cada vez mas esfuerzos al pueblo llano y soberano.

- En la eterna reforma de una Justicia frágil, en la que casi nadie va a la cárcel y los que van no devuelven nada de lo que se llevaron; los procesos se prolongan, se falla a favor de la Administración cuando el que recurre es un particular y el ciudadano ve, cada día con mayor frecuencia, como algún vecino de muchos años es desahuciado de su vivienda.

Desde hace ya varios años, quizá décadas, mucha gente de los partidos busca “situarse con la política”, y les importa poco el “hacer política”. Es cierto que ser un buen político no es fácil, y que conseguirlo cuesta, necesita continuidad, y no se puede cambiar por capricho. Ello trae como consecuencia que el debate es muy pobre y la gente mediocre. Los afiliados que “están” quieren para ellos los puestos, sobre todo los remunerados, y no facilitan, o inclusive obstaculizan -y por supuesto, no incentivan- el que se produzcan nuevas incorporaciones y sobre todo si están no quieren cobrar sino devolver a la sociedad parte de los que ésta les ha dado. Ello produce la falta de líderes con objetivos claros, los objetivos se hacen confusos, sólo se decide en función de metas cortoplacistas, bien sean intereses de partido, o, simplemente, de quienes tengan mayor capacidad de presión. Y, por otro lado, sino hay lideres válidos, se corre el riesgo de que aparezcan demagogos y populistas, que dicen que lo solucionan todo y al final nos llevan al desastre.

Podría continuar durante horas exponiendo multitud de sinrazones más, pero ni Vds. se lo merecen ni yo quiero ahogarme en mí propia crítica. Veremos qué pasa con los nuevos Presupuestos, pero yo no auguro un futuro prometedor, ni siquiera un futuro. Sin embargo, si en algo coinciden conmigo háganme caso, renunciemos a ser ovejas para por un lado asumir con nuestras decisiones y convicciones aquello en lo que creemos, y a lo que no queremos dejar de aspirar, y por otro, para evitar que se cumpla la aseveración de Murrow de que “una nación de ovejas engendra un gobierno de lobos”

Ya no se pueden votar ni publicar comentarios en este artículo.