Opinión

La España imaginaria contra la España real

Pedro Sánchez, en el Congreso.
Pedro Sánchez, en el Congreso.

La nueva política que tantas alegrías iba a traernos, y en la que algunos pusimos vanas esperanzas, nos ha dejado un paisaje desolador. Ciudadanos ya sólo resulta útil en la UE, donde trata de frenar a Puigdemont e involucrarle en la trama rusa del procés, que, según dicen —yo no lo sé—, era la palanca de Putin para desestabilizar Europa. Pero en España, los naranjas pintan poco o nada. Por su parte, Podemos, el partido que venía a cambiarlo todo, ha quedado reducido a una pyme familiar. Y no sé si incluir a Vox en la nueva política, pues a pesar de su juventud —y sin demérito de sus comienzos en el País Vasco—, su fundador lleva viviendo de la partitocracia desde los 23 años; el caso es que los verdesperanza todavía aguantan, pero ya veremos si no acaban como los otros.

Camino del futuro, hemos llegado a un terreno impracticable. Ahora todo es relato, lo personal es político y ya no funciona el viejo truco que utilizaban las familias para mantener la paz —“en la mesa no se habla de política”—, pues hasta los productos de higiene femenina tienen ideología. Así, una semana discutes con tu cuñado por el cartel de la Semana Santa de Sevilla y a la siguiente, por la Zorra de Nebulossa aunque ninguno vayáis a misa ni veáis Eurovisión. Desde que llegó Zapatero con su guerracivilismo bajo el brazo, lo importante es tenernos enfrentados y la consigna del PSOE, polarizar; llevarnos a un punto en el que todo lo que haga el otro nos provoque y nos ofenda como si fuéramos talibanes.

Resulta difícil mantener la cabeza fría y salir del relato cuando vivimos inmersos en él gracias a los miles de millones que el gobierno invierte en propagarlo. ¡Si hasta desenterraron a Franco para que Sánchez tuviera una némesis mitológica sobre la que alzarse victorioso! Siempre me he preguntado si él y el devotísimo Iván Redondo sabían lo que estaban haciendo: en casi 50 años de democracia, Franco nunca tuvo tantos admiradores entre la juventud. ¿Era este su objetivo? Tal vez sí. Ahora Redondo ya no está, pero los creativos del PSOE siguen imponiéndonos una España de ficción en la que la mitad de los españoles son honrados trabajadores que luchan por el progreso y la otra mitad, especuladores y explotadores que intentan frenarlos con el brazo en alto y la camisa nueva que las mujeres —y algún gay despistado— bordamos de rojo ayer.

He visto a muchos políticos insultar a otros políticos, pero, corregidme si me equivoco, no recuerdo a ningún otro presidente que insultara a la mitad del país en prime time

Escribía el otro día el gran Alberto Olmos que Pedro Sánchez tiene una “puntería perfecta para partir cosas en dos". El problema es que quizá esa sea su única virtud; tal vez, él y su mastodóntico ejército de asesores y altos cargos no sepan hacer nada más. Cuando el otro día Ferreras le preguntó qué le parecía Zorra y Sánchez lo celebró como un hito feminista, me eché a reír: tengo amigas sesentonas que todavía están en Tinder, inasequibles al desaliento. Pero cuando remató lo que hasta entonces parecía una respuesta simpática y conciliadora con un: "A la fachosfera le hubiera gustado más el Cara al Sol”, me recorrió un escalofrío. Sin comerlo ni beberlo, mi presidente me acababa de señalar como enemigo sólo porque no me gusta —ni me ofende— una canción. He visto a muchos políticos insultar a otros políticos, pero, corregidme si me equivoco, no recuerdo a ningún otro presidente que insultara a la mitad del país en prime time.

Primero pensé que el tema de la polarización se les empieza a ir de las manos: una cosa es desenterrar a Franco para dar gusto a los muy cafeteros y otra, poner la diana en los millones de españoles que no te veneran. Mi padre decía que todo, en exceso, es malo; pero se ve que Sánchez no recluta a los asesores por su sabiduría, sino por su sumisión lanar.  Aun así, su salida de tono me había parecido tan fuera de madre que volví a verla otra vez. Y entonces, por un segundo, tuve la sensación de estar ante un boxeador noqueado que se mantiene en pie por inercia. Pero no seré yo quien le dé por muerto; ni siquiera aunque sepa que, por muy buena que sea una ficción, la realidad siempre acaba por derrotarla.

Instalado en su mundo imaginario, el presidente se reunió el miércoles con la gente del cine, esos artistas que —salvo excepciones— le ayudan a construir el relato para vivir a cuerpo de rey gracias a nuestro dinero. Que, no contentos con hacer películas que no interesan a nadie porque como dice Lenore: “contienen mucha más ideología que vida”, se permiten el lujo de fustigar con su superioridad moral a los remeros que sufragamos sus lujosas vidas. Y mientras los cómplices de Sánchez preparan la gran fiesta de autobombo del cine español, los agricultores —fachoesféricos también— bloquean carreteras en toda España. El otro día leí que alguno proponía llevar la tractorada a la Gala de los Goya, imaginad la alfombra roja embadurnada de purines; la realidad, al fin, alcanzando a la ficción.