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Opinión

¡Escribir como la gente quiere!

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados

No se fíen de las apariencias. Cada vez que parecen más evidentes las elecciones, más cercanos estamos de que se forme un nuevo Gobierno. No sé qué más necesita Pedro Sánchez para decidir que él será presidente y los demás súbditos.

Ha convertido a sus inevitables compañeros de viaje en unos desnortados que por la mañana le exigen explicaciones sobre los barcos en el Mediterráneo y después de comer les basta con la vicepresidenta, no vaya a ser que Sánchez se enfade y luego les castigue con otro desplante, que bastantes han tenido como para reincidir. Deberían aprender de Cantabría; como aprueban lo que les echen ya tienen licitada la autovía que exigían. El poder es rápido cubriendo los gastos de quien le sirve sin hacer preguntas.

Dentro de la perplejidad cotidiana en la que estamos metidos llama la atención el silencio de oposición y aliados frente a las reuniones del presidente con las denominadas “asociaciones y colectivos sociales”. En primer lugar, por el anonimato que las envuelve. ¿Quiénes son? ¿A quién representan? A tenor del tiempo que el presidente les dedica han de ser tantas y tan representativas que me tengo por un idiota al no haberlas conocido antes. No sería grano de anís saber en condición de qué las convoca, porque si se tratara de un auténtico presidente en funciones y de vísperas electorales estaríamos ante un ejercicio de dudosa condición democrática. Algo similar a hacer gimnasia electoral exhibiendo sus facultades antes de que se dé la orden de salida. Y si lo hiciera para mejor conocimiento de la realidad social no habría prueba mayor de su desparpajo.

El mayor éxito de la fábrica de mentiras que ha instaurado Iván Redondo en La Moncloa consiste en esa modernez que da en llamarse “discurso”

Esas fantasmales asociaciones de la sociedad civil, ¿además de anónimas, son mudas? Hasta ahora no he escuchado ni una sola palabra de su boca. ¿No serán el último invento del asesor Iván Redondo, ese prestidigitador que ejerce de vicepresidente “en funciones”? Si la memoria no me falla me acuerdo de él sirviendo a García Albiol, el candidato del Partido Popular a la alcaldía de Badalona. ¿O era otro? La verdad es que la personalidad de los cerebrinos en la sombra de los políticos cambia tanto que uno empieza a dudar si usan pseudónimos.

El mayor éxito de la fábrica de mentiras que ha instaurado Iván Redondo en La Moncloa consiste en esa modernez que da en llamarse “discurso”. Todo político que se precie exhibe las mismas mentirijillas o patrañas de toda la vida, pero carecían de la raigambre que otorga la palabra discurso. El discurso, en su variante política, está engarzado con la creencia de que se enuncia ante gentes que están en el secreto, a personas que saben de qué va la cosa, que para eso escuchan tertulias de diferente pelaje y leen periódicos señeros, aunque se detengan en los titulares.

Los titulares nunca fallan. Paco Fernández Ordóñez, que había sido alto cargo en el franquismo y ministro con Adolfo Suárez y Felipe González, amén de otro montón de cargos y canonjías públicas y privadas, solía sorprender a los periodistas cuando le preguntaban si deseaba leer las entrevistas antes de publicarse. Con su simpatía habitual replicaba: “No es necesario, joven, no es necesario. Basta con ponernos de acuerdo en los titulares, que es donde se fija la gente”.

El diario de referencia de la mañana ha vuelto a los titulares con verbo en futuro, cuando es sabido que en periodismo hay que usar el tiempo por venir cogiéndolo con pinzas. Así por ejemplo si usted afirma “Interior retirará las concertinas de Ceuta y Melilla a finales de año”, en primera página y a dos columnas, sepa que está haciendo propaganda del Gobierno y que miente a sabiendas y por dos veces. Primero, porque de aquí a finales de año nada es previsible en política, y segundo y más importante, porque entra dentro de toda probabilidad que el señor ministro del ramo, Grande Marlaska, no estará en el cargo. En otras palabras, la información no es más que propaganda ministerial que cobrará quien corresponde.

Todos dicen abominar de lo políticamente correcto, pero se practica como la forma inquisitorial del siglo en que vivimos

Todos a una se han prodigado ensalzando el papel estelar del autoproclamado presidente Sánchez durante las sesiones del G-7. Parece que Macron le concedió un privilegio único tratándose de una economía de menor cuantía como es la nuestra. Por esos derroteros de la autosuficiencia se ha caído de la información el pequeño detalle de que la invitación a España iba acompañada de otros tantos mandatarios invitados, en número de ocho, donde figuraban Burkina Faso, Egipto, Ruanda, Senegal, India, Chile, Australia y Sudáfrica. Todos compartieron cena y pasillos, que no poder. A veces nuestros medios de incomunicación, tan patrióticos, desprenden un halo de tiempos ya idos.

Habría que instaurar una sección informativa que se llamara “desvelación de mentirosos”. No es algo tan difícil por más que se necesite un cuerpo social, no precisamente una asociación civil, que lo demande. “Le Canard enchaîné” en Francia cumplió durante muchos años esa función y pagó por ello. Al fanatismo, como al narcotráfico, no les gusta aparecer en los papeles y se paga con la vida de los informadores. Lo que sucede en México exigiría una atención mayor porque no es equiparable a cualquier otro país. No es el Estado el que mata sino el narcotráfico que se oculta en él. Nada que ver con lo nuestro. En España los delincuentes siguen gozando del privilegio de su anonimato, ley no escrita pero dictada por el miedo. Usted puede leer detenciones de peligrosos mafiosos sin la más mínima referencia, ni cómo se llaman ni de dónde proceden ni dónde viven. Ese silencio tiene mucho de criminal por cómplice. Las informaciones delicadas, ya sean políticas o delictivas, cada vez se parecen más a ejercicios de fe; hay que creerlas porque así lo marcan quienes presuntamente se encargan de proteger a la ciudadanía.

Todos dicen abominar de lo políticamente correcto, pero se practica como la forma inquisitorial del siglo en que vivimos. ¡Quién nos iba a decir que la querencia popular pida sangre y violencia al mismo tiempo que se indigna cuando se lo cuentan bajo la forma de basura!.

El elogio más simple aplicado a quienes usamos la pluma es el que se expresa con una frase definitiva. “Coincido casi en todo con lo que usted escribe”. ¡Como si a uno le entregaran el título de plumilla de honor para gentes sensibles! ¿Acaso cambiaría algo el que no coincidiera? Pues sí, cambiaría y mucho, porque la única mierda que no huele mal es la propia.

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