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Opinión

Esclavas en la opulencia

Mujeres musulmanas

En un vídeo grabado en Kuwait, se puede ver una trabajadora del hogar de origen etíope colgando de un solo brazo del balcón de una terraza. Los gritos se extienden por todo el barrio. Mientras, el “amo” graba con su móvil el espanto. Finalmente la mujer cae desde un séptimo piso.

En otra grabación, otra mujer cuenta como su “ama” la abrasó con una plancha. Tiene una marca de 40 cm en su brazo. Según explica, todo fue porque se negó a ayudar a secar unos dátiles en la azotea. Cobra doscientos dólares al mes. Trabaja incluso cuando está enferma. No puede abandonar el país… hasta que tenga el permiso de sus 'amos'. No tiene vacaciones. Es un caso más de maltrato, a los que hay añadir frecuentes acosos sexuales en un entorno familiar asfixiante.

Youtube ofrece una amplia gama de torturas, palizas, y descalabros de trabajadoras del hogar. ¿Qué queda cuando cierran las puertas con el objetivo de apalearte? Saltar al vacío.

Incluso en Dubai, han sido encarceladas mujeres tras huir por negarse a mantener relaciones sexuales con sus “propietarios” y no albergar dudas de que la negativa daría lugar a un nuevo maltrato. Quien huye del sistema de kafala es considerado un criminal.

Se calcula en unos dos millones las trabajadoras del hogar, procedentes de países pobres o en vías de desarrollo, que hay en el Golfo, 800.000 de ellas en Arabia Saudí"

Son pseudoesclavas procedentes de Nepal, Sri Lanka, Filipinas, Ghana, Pakistán, Etiopía, Kenya,  Indonesia, India o Marruecos. En apenas unas semanas, y tras un entrenamiento veloz sobre cómo utilizar los electrodomésticos, llegan al país de destino.

Arabia Saudí, Oman, Bahrein, Kuwait, Qatar, Líbano, Emiratos Árabes Unidos. Estos son los principales destinos de miles de mujeres que viajan con la esperanza de tener una benévola “ama”. Según ciertos cálculos, solo en Líbano hay alrededor de 250.000 trabajadoras domésticas, en un país de apenas 6 millones de habitantes.

Se calcula que dos millones de trabajadoras del hogar trabajan en el Golfo. Unas 800.000 en Arabia Saudí. Estas mujeres no están protegidas por un sistema laboral preciso, ni dependen del control de un ministerio de trabajo, sino de Interior, lo que las deja a merced de los caprichos y generosidad de las familias que dicen acogerlas “como un miembro más”. No hay derechos laborales. Quedan sometidas a la caridad de la familia y a un contrato abusivo en muchos casos. Incluso en países como Reino Unido cientos de mujeres del servicio doméstico -acompañantes de la familia tras una visita al país- han denunciado la situación de semiesclavitud en la que malviven.

200 euros al mes

El precio es asequible para la clase media del Golfo. En Líbano puedes traer una mujer de nacionalidad filipina por 4.500€. Una etíope cuesta 1.500€. En Arabia Saudí una marroquí se puede trasladar por unos 2.300€. El sueldo de estas mujeres en el reino wahabita se sitúa en torno a los 200€/mes. El problema está en si escapan. Pierdes el dinero. En el Líbano son muchas las trabajadoras del hogar que mueren cada año, algunas por suicidio. Por supuesto que no hay estadísticas fiables. Tan solose sabe que unas 600 agencias nutren al país de los cedros de mujeres necesitadas de ingresos.

El sistema de Kafala -patrocinio- rige en países como Irak, EAU, Arabia Saudita, Líbano, Jordania, Omán o Líbano. Y aunque no es exactamente igual dependiendo de los países, se parece bastante. En Bahrein lo han derogado, aunque hay denuncias sobre el escaso interés de las autoridades para eliminarlo. En Qatar hace apenas dos años que quedó abolido.

El sistema de kafala tuvo su origen en la asistencia y la hospitalidad mutua entre los trabajadores de diferentes países. Otros investigadores señalan que ya se practicaba en el comercio de perlas. Los barcos dedicados a esta actividad alquilaban a los buceadores una habitación, les alimentaban, y cubrían sus gastos familiares. Luego, deducidos los adelantos, se pagaba o no a los buceadores, porque a veces el saldo era negativo.

Muchas empleadas carecen de derechos civiles; se les retiene impunemente el pasaporte. En la práctica son propiedad privada de quienes las contratan"

Hoy, este patrocinio tutelado liga al explotador con el explotado. No puede cambiar de empleo sin el beneplácito del propietario. No hay donde recurrir en caso de conflicto, excepto en algunos países como Qatar, donde la trabajadora doméstica puede acudir a los tribunales…¡si no es liberada!

Todo es posible cuando se puede robar legalmente un pasaporte y usurpar sus derechos civiles. El resultado es tomar en propiedad a una trabajadora. El consenso social comúnmente admitido, más el beneplácito de las autoridades,  apuntalan esta perversidad.

El reino de la subjetividad 

El trabajo doméstico, en lugares donde no hay una buena articulación de derechos y deberes definidos y amparados por una legislación precisa, no se concibe como una relación laboral libre ceñida a una justa retribución. Lo más chocante de todo es que la trabajadora doméstica pasa a ser miembro de la familia, pero disminuida en su integridad moral. Queda como una indigente desde una perspectiva laboral. Si no tiene tiempo libre, un sueldo justo, ni un horario laboral reglado, no se puede considerar una persona libre. Sin embargo, es sostenedora de todos los cuidados de la familia y tareas domésticas. Es una relación caníbal, con el insoportable agravante -cuando se produce- de que tiene que formar parte de la familia del maltratador.

Son mujeres sometidas al criterio subjetivo de sus patrocinadores. El sistema kafala representa la pervivencia de un modo de concebir las relaciones familiares, por extraño que pueda parecer. En algunos casos en medio de una pornográfica opulencia.

En definitiva, se aplica la arbitrariedad familiar por encima de cualquier legislación protectora. Es un dominio psicológico completo, infantilizante, que conduce al control de todas sus posibilidades individuales.

En la ‘liberal’ Qatar las trabajadoras domésticas tienen concedido el ‘privilegio’ de poder acudir a los tribunales si no son “liberadas” por sus propietarios"

El prestigio de la familia aumenta si cuenta con trabajadoras del hogar, en una comunidad poderosa, autóctona, y auto-definida desde una perspectiva económica y racial. Un poder ejercido sobre personas muy pobres, combustible de la elemental codicia de los explotadores.

Las relaciones entre la trabajadora doméstica y los propietarios se deja al libre arbitrio de los ‘patrocinadores’. Pasa así la empleada del hogar a la hermética sacralidad de la familia, que la toma en plena posesión. Se convierte en una menor de edad sin capacidad de decisión, ni libertad real de movimientos. Paga su pobreza con una estancia de unos cuantos años en el fango, tierra de nadie, donde se convierte en una sombra de mujer. Cambia sus mejores años por los cimientos de una casa a miles de kilómetros, o en el mejor de los casos, por una carrera universitaria. Pero para algunas, la herida de la sumisión difícilmente se puede disimular entre sus amigos y familiares.

Siempre la debilidad y la indefensión es explotada por los oportunistas. Y si la ley no ampara, el déspota enaltece y disfraza su poder con la orla de la bonhomía. Este destrozo humano es consentido en numerosos estados, bajo la apariencia de una hospitalidad  corrompida.

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