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Opinión

Sarasola tiene razón: acabemos ya con los ERTE

Un vídeo enviado a sus empleados por el propietario de Room Mate Hotels, Kike Sarasola, provocó el pasado viernes una de esas campañas de linchamiento tan del gusto de las redes sociales. En las imágenes, Sarasola se queja de que su equipo de Recursos Humanos está teniendo dificultades para encontrar voluntarios para reiniciar la actividad en uno de sus hoteles porque algunos trabajadores prefieren seguir dentro del Expediente de Regulación Temporal de Empleo (ERTE) en el que están inmersos.

Obviamente, desde el punto de vista de la comunicación corporativa, Sarasola jamás debió haber grabado ese vídeo, porque era imposible evitar que acabara haciéndose viral y que se convirtiera, como así ha sido, en una crisis reputacional para su empresa. Sin embargo, como suele suceder con este tipo de polémicas, el enfado del empresario madrileño ha sacado a la luz un problema que nadie hasta ahora se había atrevido a poner encima de la mesa.

Buena solución

Una vez que se decretó el estado de alarma, el pasado 14 de marzo, el Gobierno facilitó con buen criterio la puesta en marcha de los denominados ERTE en todas aquellas empresas afectadas por el parón de la economía, desde las aerolíneas hasta el pequeño comercio. Como consecuencia de ello, millones de españoles pasaron a engrosar las listas del paro y a percibir la correspondiente prestación. El pico fue en el mes de mayo, cuando el Estado tuvo que pagar 5.500 millones de euros en subsidios por ERTE a 3,4 millones de personas.

Durante el mes de junio, España fue recuperando la actividad económica hasta que finalmente el día 21 entró en vigor lo que el Gobierno llamó con pomposidad 'nueva normalidad'. Desde ese momento, las empresas pueden operar como antes de la covid, aunque con dos restricciones: todas deben respetar la distancia mínima de seguridad y muchas de las que trabajan de cara al público han visto limitado el aforo de sus establecimientos.

A pesar de ello, el Gobierno ha accedido a la petición de empresarios y sindicatos para prolongar los ERTE hasta el 30 de septiembre, y se da por hecho que habrá una nueva prórroga hasta final de año. El objetivo de la decisión es loable: no dejar a nadie por el camino mientras la economía no se recupera del todo. Pero, sin embargo, la medida está teniendo algunos efectos perversos.

Mayor comodidad

Por un lado, hay empresas que, ante la incertidumbre imperante, prefieren mantener el ERTE hasta que el horizonte esté plenamente despejado. Pero el problema es que todo hace indicar que el escenario postcovid nunca será igual que la era precovid. Refugiarse en un ERTE es una salida fácil y cómoda para un empresario en apuros, pero eso no es más que aplazar el momento en el que haya que enfrentarse a la nueva y cruda realidad. Dado que en muchos casos los ERTE están enmascarando pésimas gestiones empresariales anteriores a la covid, todo esto lo único que sirve es para prolongar la agonía de esos negocios.

Y luego están casos como el de Sarasola, donde son los propios empleados los que ponen pegas para volver al trabajo, unas veces por miedo al coronavirus y otras por pura comodidad. Seguir cobrando el paro en pleno verano a cambio de no ir a trabajar es un incentivo demasiado sugerente, sobre todo para aquellos que tienen sueldos bajos o cuyas empresas están completando el dinero de la prestación, como hace la de Sarasola.

Ejemplos como el de Room Mate Hotels hay a montones. En los comercios, gimnasios, guarderías... pasa a diario. Dadas las limitaciones de aforo, los empresarios retoman la actividad con menos empleados, para lo cual primero preguntan quiénes de ellos estarían dispuestos a salir del ERTE y volver al trabajo. Y las respuestas suelen ser desalentadoras. Esa reacción es en parte entendible. Los psicólogos lo detectaron hace tiempo y lo llaman síndrome de la cabaña. Después de cuatro meses sin ir a trabajar, mucha gente tiene serias dificultades para retomar su vida anterior a la covid-19, y prefiere seguir en un ERTE, sin horarios fijos y con un ingreso asegurado.

Al ralentí

Sea como fuere, el caso es que España está todavía al ralentí y en buena medida por culpa del mantenimiento de los ERTE. La excusa muchas veces es la escasez de demanda, pero hay casos donde es evidente que no es verdad. Basta ver las dos principales aerolíneas españolas, Iberia y Air Europa, que, si bien es cierto que no disponen del mercado internacional por el cierre de fronteras, no han tenido ningún motivo de peso para no prestar los vuelos peninsulares durante el mes de julio. Así, y como ha ido denunciando 'Vozpópuli', durante las últimas semanas han sido escasísimos los aviones que han salido de Madrid con destino a Málaga, Alicante o Vigo, por poner sólo tres ejemplos. Sin embargo, al mismo tiempo los trenes a esas ciudades iban repletos de pasajeros.

Así es imposible que la economía pueda retomar algún día su velocidad de crucero. Si los aviones no vuelan, si la gente no se desplaza para ir a trabajar, si no volvemos a comer el menú del día en la taberna de la esquina... jamás podremos salir del hoyo. Y esa es precisamente la gran trampa de los ERTE, que están dificultando la salida de la crisis y posponiendo el verdadero problema: cuántas empresas van a cerrar y cuánta gente acabará perdiendo definitivamente su trabajo. Porque no hay que engañarse, tras los ERTE vendrán los ERE y los concursos de acreedores.

El mundo ha cambiado, no sigamos haciendo como que no nos hemos enterado. Ya no hay ninguna excusa para tener una empresa cerrada mientras el Estado paga las nóminas

Si de verdad queremos reactivar la economía, quizás es necesario eliminar cuanto antes los ERTE y que las empresas se enfrenten a pecho descubierto a la 'nueva normalidad'. Si hay demanda, fenomenal. Y, de lo contrario, que empiecen a tomar medidas para ajustarse a la situación. En cuanto tomemos conciencia de que estamos ante una crisis descomunal, mucho mejor, porque los parados podrán buscar antes otro trabajo, emprender su propia aventura o reinventarse con vistas al futuro.

Mantener los ERTE, que se han comido casi el 60% del gasto público empleado en esta crisis, es prestarle respiración asistida a empresas que deberían estar haciendo los pertinentes ajustes. El mundo ha cambiado, no sigamos haciendo como que no nos hemos enterado. Ya no hay ninguna excusa para tener una empresa cerrada mientras el Estado paga las nóminas.

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