Mi primo Enrique Stuyck convocaba a una de sus fiestas del porque sí y allí Michèle, una de las invitadas me obsequió con un ejemplar de la novela La inmortalidad que llevaba en su primera página una dedicatoria manuscrita en estos términos: “Para Miguel Ángel Aguilar de Milan Kundera, París 1990”. Confieso mi desconcierto porque nunca he sabido de la existencia de ese libro, ni de la firma del novelista, que es, sin duda, el autor que más he citado a partir de 1979, cuando leí La vida esta en otra parte, y de 1982, cuando tuve a mi alcance El libro de la risa y el olvido, ambos traducidos de modo magistral directamente del checo por mi amigo el periodista Fernando Valenzuela, quien en el exilio de Praga había sido compañero de pupitre del propio Vaclav Havel.
Me resultaba incomprensible cómo había podido llegar a mis manos ese libro y pedí detalles a Michèle. Me dijo que lo había encontrado, por azar, formando una pila con otros ejemplares en la sede de la ONG Madre Coraje de la localidad de Griñón con la que colabora y que los estaban seleccionando para distribuirlos en las bibliotecas municipales del entorno. Me resultaba inimaginable el itinerario que hubiera podido recorrer hasta llegar por primera vez a mis manos desde París donde en 1990 me fuera dedicado por su autor. Escondida entre sus páginas encontré una tarjeta de mi amiga Beatriz de Moura, editora por entonces de Tusquets junto a su pareja Tony López Lamadrid, con un texto manuscrito en el que podía leerse: “Juby y Miguel Ángel, un saludo especial del autor y mi afecto de siempre”
El periodista, sigue diciendo Kundera, ha comprendido que, gracias a una resolución secreta de la historia, debe convertirse en su administrador
De vuelta a casa encuentro en su sitio entre mis libros de culto el ejemplar de La inmortalidad que tenía bien leído y subrayado desde 1990. En la “Tercera parte: La lucha” hay un capítulo dedicado al decimoprimer mandamiento donde escribe que, en otros tiempos, ser periodista significaba acercarse más que nadie a la realidad, recorrer todos sus rincones ocultos, ensuciarse las manos con ella. Y añade que la situación ha cambiado a partir del momento en que el periodista comprendió que lo de hacer preguntas no era simplemente el método de trabajo de un reportero, que realiza sus investigaciones modestamente con una libreta y un lápiz en la mano, sino un modo de ejercer el poder. Porque periodista no es aquel que pregunta, sino aquel que tiene el sagrado derecho de preguntar, de preguntarle a quien sea lo que sea.
De modo que el poder del periodista no está basado en el derecho a preguntar, sino en el derecho a exigir respuestas. El periodista, sigue diciendo Kundera, ha comprendido que, gracias a una resolución secreta de la historia, debe convertirse en su administrador y la primera vez que esto quedó demostrado fue cuando los norteamericanos Carl Bernstein y Bob Woodward descubrieron con sus preguntas el juego sucio del presidente Nixon y obligaron así al hombre más poderoso del planeta primero a mentir en público, después a reconocer en público que mentía y finalmente a marcharse con la cabeza gacha de la Casa Blanca. Cuestión distinta es que se acabaron los gitanos que iban por el monte solos. Veremos
logowa4117
12/02/2025 08:33
Otra chorrada de M A Aguilar.