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Opinión

El mosqueo demoscópico

Ante el aluvión de encuestas acerca de la intención de voto uno se formula muchas preguntas. Repasémoslas

Abascal y Casado en diciembre de 2019

Habrá quien esté preocupado por si la suma de PP y VOX da suficientes escaños para formar mayoría absoluta. Incluso, los más resabiados se dirán si el PP, llegado el caso, preferiría una Grosskoalitionen con el PSOE antes que un acuerdo con VOX. Ojito, que no sería tan descabellado como muchos piensan. Cosas más gordas se han visto últimamente en el Partido Popular. Otros, en cambio, escrutarán cual augures romanos sin pollo que destripar si VOX hace el sorpasso al partido de Casado o no. Tendremos a gente preocupada por si el PP se basta y se sobra él solito para gobernar o quien estará con el ansia viva metida en su cuerpo esperando lo que diga la escala de Richter sobre el batacazo definitivo que se va a pegar Arrimadas. Todas esas inquietudes, zozobras y desvelos son comprensibles y hasta merecedoras de una dádiva solidaria, porque no hay mejor caridad que aquella que se practica entre los desesperados. Y a fe mía que anda así esa España que desea como el pan que come una alternativa seria, racional, alejada de los vocingleros de la copa menstrual, la matria o las pláticas sanchistas.

No obstante, lo que a mi particularmente me inquieta no es lo que suceda en ese córner del suelo político patrio. Lo que me causa estupefacción es comprobar cómo, escaños arriba, escaños abajo, hay un numeroso grupo de compatriotas que siguen empecinados en votar al PSOE. Que en mi Cataluña natal exista un núcleo férreo que votará separatismo, bien el de Cocomocho, bien el de Ojo de Halcón, se da por sentado. Cuarenta años de doctrina nacionalista e inacción estatal no podían dar otro fruto más que esa manzana envenenada. Pero que en el conjunto de España existan personas que, sabiendo leer, escribir y las cuatro reglas, sigan con la intención de depositar su papeleta en la urna con el puño y la alcachofa me resulta increíble. Me perturba, me desasosiega y, especialmente, me mosquea. ¿Realmente los españoles somos ese pueblo que todavía saca en hombros al felón de turno al grito de ¡vivan las caenas!? ¿Tan poco hemos aprendido de nuestra historia y de estos años pasados bajo la férula de Sánchez? ¿No han servido de nada las sentencias del Constitucional acerca de la ilegalidad de los estados de alarma, el pacto con los separatistas y sus indultos, la entrega a los bilduetarras, las mentiras acerca de la pandemia, la espantosa ruina económica, la subvención preferente a cabarés y chiringuitos de amigachos frente a la pequeña y mediana empresa o los autónomos, las brutales subidas de impuestos, de consumos, de gasto público en administración improductiva, en cargos de confianza o en el Falcon? ¿Tan intoxicados estamos por los medios succionadores del poder que ya no sabemos discernir lo veraz de lo falaz? ¿Pesa tan poco la realidad que nos creemos todo lo que diga Sánchez sin cotejarlo con lo que se ve por la calle? 

¿A ustedes no les mosquea que, a pesar de los pesares, las encuestas den todavía noventa y pico escaños al PSOE? A mí, si les he de ser sincero, me mosquea y mucho. Porque eso significa que, haga lo que haga Sánchez y la banda que le apoya, esa izquierda dañina, rencorosa y destructora, existe un núcleo de gente que vive, sufre, trabaja, padece y pasa las del beri con este gobierno que, curiosamente, sigue queriendo que continue. No sé que diría el marqués de Sade, pero dudo mucho que exista otro lugar en el que el flagelo y la ignorancia, unido al españolísimo “antes pasar hambre a que gobiernen otros” tengan tanto predicamento.

Insisto, mi mosqueo es tremendo. Mi cabreo, también.

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