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Opinión

El estéril discurso anticapitalista

El sistema económico actual puede (y debe) reformarse pero sus principios básicos no nos son ajenos sino que surgen de nuestra propia evolución como seres sociales

El estéril discurso anticapitalista
Xi Jinping, presidente de China. Europa Press

Con motivo de la última campaña electoral en la Comunidad de Madrid se ha hablado con ligereza de fascismo y comunismo. Ambos movimientos –nacidos los dos como “anticapitalistas”- tuvieron su esplendor en el siglo XX y ambos fracasaron estrepitosamente, pero siguen teniendo una tropa de nostálgicos. Pero a mi juicio el capitalismo no tiene alternativa porque es el sistema que más se parece a cómo somos los humanos. Me explicaré con un rápido viaje al pasado. Retrocedamos hasta los comienzos de la Prehistoria, esas decenas de miles de años de los que desconocemos casi todo pero que han marcado para siempre al ser humano. No somos conscientes hasta qué punto. Por ejemplo, la ciencia dice que nos sentimos tan atraídos por los alimentos más calóricos (sí, la culpa de nuestro amor al beicon y al azúcar es de nuestros antepasados) porque durante todo ese periodo tan largo desconocíamos cuándo sería nuestra próxima comida y, lógicamente, nos llenábamos el estómago con lo que más energía nos podía proporcionar. Llevamos muy pocas generaciones dando por hecho que el alimento es algo asegurado, y ni siquiera esto ocurre hoy en todo el planeta.

Viajo tanto en el tiempo porque para entender nuestro sistema económico actual debemos trasladarnos al momento en el que la propiedad privada nació. La igualdad total nunca ha existido, es un mito, como mucho un objetivo: cuando en el mundo animal se convive en grupo, los más fuertes, los más astutos, los más talentosos… disponen del mejor alimento y refugio, incluso cuentan con más posibilidades de reproducción. Y en el momento en que, por ejemplo, un león enferma o envejece, llega otro y le roba sus privilegios, en general con una demostración de fuerza. En los homínidos podemos intuir que el proceso fue similar aunque la inteligencia poco a poco fue desplazando al poderío físico y un jefe de una tribu podía no ser el más fuerte sino el que mejor sabía utilizar la fuerza de los demás. Suponemos que esos hombres primitivos pertenecientes a grupos de nómadas que vivían de la recolección, empezaron a sentir algunos objetos como suyos como quizás una piedra especialmente afilada. Y en el momento en que nació el sedentarismo el proceso se aceleró porque el hombre disponía de algo que acumular.

Mi teoría es que huían de otros, no se me ocurre por qué alguien iba a preferir vivir a miles de metros de altura antes que en un valle por elección… y quedarse allí tanto tiempo

Nadie sabe por qué en un planeta tan vacío de población los hombres primitivos se movieron tanto por todas partes. Hay una explicación un tanto idealista que habla de nuestro afán aventurero, y casi seguro que algo de eso hubo aunque no pienso fuera el motivo principal, parece más lógico creer que buscaban tierras más fértiles y climas más bonancibles, si bien eso no explica por qué el ser humano, hace decenas de miles de años, pobló zonas del Ártico o las montañas del Nepal ya que los esquimales y los habitantes del Himalaya también proceden del mismo tronco común africano que todos los demás. ¿Por qué llegar tan lejos para adaptarse a vivir con peores condiciones que en las praderas de Norte América o en el Valle del Ganges, por qué siguieron? Mi teoría es que huían de otros, no se me ocurre por qué alguien iba a preferir vivir a miles de metros de altura antes que en un valle por elección… y quedarse allí tanto tiempo como para que sus descendientes se acostumbraran a esas condiciones tan extremas. Nadie emigra ahora a un lugar peor (salvo que se tenga información incorrecta) si no es huyendo y podemos imaginar que eso ha ocurrido siempre. Es decir, la Historia de la Humanidad durante milenios ha sido una lucha por encontrar mejor clima y suministros pero también una batalla contra otros humanos disputándose los recursos, algo que ha originado conflictos tan graves que, incluso cuando apenas existía un millón de personas en todo el planeta, algunos tuvieran que renunciar a aquel lógico objetivo para poder sobrevivir.

Nace la propiedad privada

Este punto de la Historia en el que empieza a haber fronteras dentro de las comunidades entre lo que es de uno y es de otro, es clave para comprender que los principios del capitalismo no fueron un invento ajeno al hombre sino que fueron intrínsecos a nuestra propia naturaleza. Todos miramos primero por nosotros mismos, después por nuestro entorno más cercano (familia y amigos), y luego está el resto. ¿Por qué iba a ser distinto en economía, por qué si no los impuestos son obligatorios? Al nacer la propiedad privada también nacen los instrumentos para defenderla, de ahí a crear normas y castigos para quien viole esa propiedad, hay un paso que acaba derivando en leyes y en estados con una infraestructura para hacerlas cumplir. Las sociedades humanas –las excepciones que hemos conocido eran tribus aisladas- se construyen a partir del principio de la propiedad privada: el sistema legislativo, político y jurídico nacen de él.

Por desgracia, no sabemos apenas nada de las normas que existían antes de la escritura pero podemos suponer que las leyes escritas más atávicas no surgieron espontáneamente, sino que son fruto de una larga tradición anterior. Si miramos los códigos más antiguos que se conocen, como el de Hammurabi –que se cree del siglo XVIII antes de Cristo-, podemos comprobar que se castigan no sólo las violaciones y los asesinatos, también los robos, incluso se legisla acerca de si un padre puede o no desheredar a un hijo. Siglos antes incluso, en el Egipto de los faraones, los muertos creían que dispondrían de sus mejores objetos en la “otra vida” y consideraban importante ser enterrados con ellos. A mayor riqueza del fallecido, mayor lujo en sus tumbas. Ya entonces la posesión era algo tan arraigado que confiaban en no perder sus pertenencias… ni muertos.

Quizás por eso China, que durante siglos fue más avanzada tecnológicamente que Europa, se quedó atrás en cuanto la industria revolucionó Occidente. Ahí es cuando algunos sitúan el comienzo de los males del capitalismo

Para el desarrollo hace falta capital (monetario, tecnológico y humano) y seguridad jurídica pero también una sociedad que no castigue la ambición, porque todos necesitamos incentivos, tanto el empresario como el obrero. Por eso en la sociedad estamental, con escasísimas posibilidades de cambio en la escala social, el progreso se ralentizó tanto. Quizás por eso China, que durante siglos fue más avanzada tecnológicamente que Europa, se quedó atrás en cuanto la industria revolucionó Occidente. Ahí es cuando algunos sitúan el comienzo de los males del capitalismo pero es erróneo. El acaparador de trigo en la Roma del siglo I que encarecía los precios los años de malas cosechas no se diferencia en intención del tendero que abre su establecimiento por la noche cuando las demás están cerradas y aprovecha esa ventaja competitiva para vender más caro.

Puede que por eso todas las alternativas al capitalismo hayan fracasado y hasta países nominalmente comunistas como China, son claramente capitalistas

Con la Revolución Industrial se disparó la productividad. El que se iniciara en la única monarquía europea, la inglesa, que acabó con la tentación absolutista -ya en 1689- y en la que la separación de poderes se ejercía incluso antes de que los filósofos franceses -inspiradores de la Revolución de un siglo después- hablaran de ella, no es casualidad. Hay una gran relación entre sociedades abiertas y progreso económico y ambas variables se alimentan la una a la otra.

No obstante, los comienzos de la Revolución Industrial fueron terribles para los trabajadores menos cualificados -que eran la mayoría- si bien es cierto que el que ellos prefirieran esa vida de largas horas de labor viviendo en pequeñas habitaciones de ciudades contaminadísimas a la de peones agrícolas, por muy difícil de entender que nos pueda parecer ahora, demuestra que algo positivo veían en esos trabajos. Quizás la ilusión de poder prosperar que en el campo, no siendo propietarios, no tenían. De nuevo ahí está la ambición de vivir mejor, de ofrecer mejores oportunidades a los descendientes. En resumen, tras este breve viaje al pasado y al presente podemos deducir que el sistema económico actual puede (y debe) reformarse pero sus principios básicos no nos son ajenos sino que surgen de nuestra propia evolución como seres sociales. Bueno o malo es lo que hay y de momento no conocemos otro que sea mejor.

Puede que por eso todas las alternativas al capitalismo hayan fracasado y hasta países nominalmente comunistas como China, son claramente capitalistas. Y es que la mayoría de personas, incluso de izquierdas, no ven como modelo a la empobrecida e “igualitaria” Corea del Norte, sino a Noruega, nación que ingresa sus ahorros en un fondo soberano que se dedica a invertir por todo el mundo intentando ampliar su… capital. Los debates son sobre si los estados deben intervenir más o menos en la economía, si los impuestos deben ser más altos o más bajos, de las prioridades en el gasto social… pero el sistema, por más que algunos aireen su “anticapitalismo” en discursos incendiarios buscando votos, no está en cuestión.

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