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Opinión

El espectáculo después de la batalla

Ya era difícil entender la pelea electoral a destiempo y rompiendo la vajilla, pero aún nos quedaba el fiestón de un partido abriéndose en canal y dejando los intestinos esparcidos por el suelo

Feijoo, Casado, Mañueco y Ayuso en la Feria de Muestras de Valladolid en el cierre de campaña del PP para las elecciones regionales del 13F

Ya era difícil entender la pelea electoral a destiempo y rompiendo la vajilla, pero aún nos quedaba el fiestón de un partido abriéndose en canal y dejando los intestinos esparcidos por el suelo. Asistimos al primer capítulo de la serie; nos quedan muchos más. El PP convertido en atracción de feria, entre lo bufo y la pornografía. 

Deberíamos aceptar que la pelea de Castilla-León contaba con un solo contendiente. El PP de Casado peleaba contra sí mismo. Nuestro portavoz favorito de La Moncloa, Carlos E(lordi) Cué, marcaba paquete en “El País”: ”El PP entrega a Vox la gobernabilidad de Castilla y León tras un adelanto fallido”. Y remachaba: “La peor pesadilla de Pablo Casado se ha hecho realidad”. E(lordi) Cué se formó en la Escuela de Periodismo del diario. Lo colocó su padre para que pudiera quedarse y hacer carrera. A fe que lo consiguió. “El PP logra la victoria más amarga”.

La veteranía de Miguel Ángel Aguilar se alarmaba en Vozpopuli de esa querencia hacia el poder gubernamental que ha vuelto sin haberse ido nunca. La verdad es que causa pasmo y trae malos recuerdos esta desvergüenza mediática a tanto la línea. Ahora se cobra en especias pero el resultado es el mismo; el distanciamiento entre realidad y analistas, allí donde vegetan los votos del rechazo. Hay plumillas y tertulianos que abocan a tomar decisiones drásticas, de oposición radical al sistema, como cerrar la pantalla o votar a Vox. Esos energúmenos generan reacciones contrarias a lo que predican y ejercen de expertos hasta en geopolítica. Mientras haya quien les pague habrá quiénes los escuchen; un círculo virtuoso.

La derecha en Castilla-León tiene dificultades para formar gobierno, no para gobernar. La izquierda real en Castilla-León ha sufrido un “batacazo” -esa es la palabra que utilizó la ministra Portavoz, Isabel Rodríguez, representación política de la levedad del ser, para designar lo que le ocurrió según ella a Casado y al PP-. ¿Qué se hizo del candidato socialista Tudanca? Nadie, que yo sepa, ha osado entrevistarle. Iba para presidente de la Comunidad. Tezanos el pirata le regaló algunos barcos de conveniencia, pero la ficción no cuajó en la realidad, quizá porque los liderazgos mediáticos son efímeros y hay que aprovecharlos cuando están en sazón. Que se lo pregunten si no a Pablo Iglesias Turrión.

El primer partido de Castilla-León ha dejado de serlo; el PSOE perdió siete procuradores y nada predice que levante cabeza por más visitas, campañas, manipulaciones que el presidente Sánchez y toda la cohorte le regale. Incluso el gobierno central paralizó cualquier actividad que le pudiera resultar lesiva y le engalanó con promesas que ya sabemos no se cumplirán. 

Lo de Podemos tiende a definitivo; ahora aseguran que la Meseta castellana no pertenece a su territorio natural. Cabe pensar que han iniciado una caída sin retorno y que se multiplicarán las peleas por el cargo subsidiado. Los llamados conflictos de liderazgo quedaron atrás, ahora se trata de mantenerse. Fían su futuro al tirón mediático de Yolanda Díaz; un albur que depende de muchas variables y ninguna solidez, si exceptuamos su función de vicepresidenta en un gobierno que preside un depredador de aliados como es Pedro Sánchez.

El PP de Casado ha conseguido con estas elecciones provocadas hacer un pan como unas hostias. Liquidó a Ciudadanos y facilitó la euforia de un “siete mesinos” arrogante. Vox vive la sensación del surfista novato al que ayudan las mareas, esa parte notable de la sociedad que se siente ofendida y excluida, por lo demás interclasista, como el peronismo.

El panorama que ha dibujado el resultado electoral se ha simplificado. Descartados tanto Ciudadanos como Podemos, se mantendrían tres contendientes; esto era así hasta que empezó el espectáculo Casado-Ayuso que se abre incluso a ampliar la cuota. Se pueden sumar las entidades provinciales de Soria, de León, de Teruel, de Ávila o de cualquier otra capital de provincia. Nadie lo dirá en voz alta porque sería políticamente incorrecto, y además contraproducente para los partidos que se reparten el poder real, pero cada cantón local acabará por constituirse en asociación con ánimo de lucro. Ni pueden ni quieren servir para otra cosa. 

El intento de Casado por convertirse en centro del tablero es un empeño sin demasiado recorrido. El PSOE de Sánchez sólo aspira a agotar la legislatura y pasará por todo con tal de llegar al final. Luego, ya se verá, pero ése va a ser su único patrimonio: “He surcado mares en una chalupa llena de indeseables, pero llegué a puerto. No hay mejor prueba de que soy un avezado capitán. ¡Venga, muchachos, a tocar pífanos!”

La paradoja más chocante es la de castigarnos todos los días con la supuesta hegemonía cultural de la izquierda mientras el país se inclina inequívocamente hacia la derecha. Habrá que volver a utilizar la paranoica jerga que designaba la dictadura en los Países Comunistas llamándolos “socialismo real”, cuando no era ni lo uno ni lo otro, y adaptarlo ahora a la izquierda que nos gobierna, y empezar a llamarla en tono sarcástico “la izquierda real”.

La derecha no cultiva tales jardines semánticos. Es lo que es y salvo a Casado le importa una higa lo que se diga de ella. Todo lo más se empeña en la invención del centro, ese punto tan frágil que apenas definido ya está desplazándose. ¿Qué es ser de centro? Además de una ambición electoral, exige un adversario a su lado para confrontar. Vox puede resultarles ideal; la derecha carpetovetónica de larga raigambre en este país, más conservador que progresista, salvo para los hispanistas.

Quizá haya algo de simbólico en el hecho de que unas elecciones en la antaño denominada Castilla la Vieja sirvan para exhibir el paisaje político del momento. Hasta cuando escuchamos lo del Reino de León como entidad histórica y secularmente identitaria nos vienen a la memoria otras oratorias que creíamos superadas. 

Están tan separadas la realidad y la política que un tema capital para la convivencia y el desarrollo como es el coche ha estado ausente de mítines y discursos. ¡Quien se atreve con Repsol! Moverse por Castilla-León sin vehículo es una aventura y llenar de combustible un motor se ha convertido en una sangría. En la España empoderada y posmoderna la palabra “coche” resulta políticamente incorrecta; ahora hay que decir “bicicleta”. Nos acercamos a un tiempo en el que hablar del “elector abandonado” sea también incorrecto. De momento se designa como “daño reputacional”, que lo abarca todo y no precisa nada. ¡Felices lingüistas!

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