Acaso más que otras categorías económicas, el capital tal y como lo entienden los economistas difiere en aspectos importantes de la concepción popular. Además, y sin duda mucho más que otras categorías, ha sido objeto de acaloradas controversias, no del todo resueltas o no resueltas a satisfacción de todas las escuelas de economía. Controversias estas que no son gratuitas sino que emanan de la complejidad y dificultad intrínseca del concepto. Dicho esto, no se puede entender la pobreza y la riqueza relativa de unas u otras naciones o los ciclos económicos sin una mínima comprensión del capital y del papel decisivo que representa en la vida económica de las sociedades humanas. Merece la pena, por tanto, hacer un pequeño esfuerzo intelectual para esclarecer el concepto y mostrar la función esencial que desempeña en la determinación de las condiciones de vida de un país.
Definiciones y consideraciones generales
Vaya por delante que las definiciones en economía (y en cualquier otra disciplina científica) siempre tienen un elemento de arbitrariedad y conveniencia. Idealmente, la definición del capital debe delimitar el concepto de manera que sea útil y tratable analíticamente para explicar su función en la vida económica. En la terminología popular, se entiende normalmente por capital el patrimonio personal, esto es, el valor monetario del conjunto de activos financieros, tierras, viviendas y otros bienes de consumo duradero, así como joyas o bienes de arte propiedad de la persona. En economía, el capital es un concepto bidimensional y por el mismo se entiende tanto un fondo de valor que constituye una fuente de rentas para sus propietarios como un factor de producción compuesto de bienes concretos de los cuales emanan servicios que contribuyen a la generación del output de la economía.
En su primera dimensión, el capital se asemeja al concepto popular, si bien excluye las viviendas propiedad de las familias pero no los inmuebles de las empresas (oficinas, plantas, almacenes etc.); excluye la tierra pero no las máquinas y demás utensilios necesarios para hacerla productiva; y excluye los bienes de consumo duradero, así como las joyas, bienes artísticos, etc. en manos de las familias. Desde esta perspectiva, el capital se puede definir como el valor de los activos en el balance de las empresas de la economía. Este valor agregado no difiere mucho del valor de los activos financieros netos poseídos por las familias, excluyendo la deuda pública. Para captar la correspondencia entre estas dos magnitudes, nótese que el valor de los activos empresariales de la empresa es equivalente a la suma del valor de sus acciones y sus otros pasivos financieros (bonos más créditos bancarios). Ahora bien, las familias son las dueñas de las acciones de las empresas y, por ende, de los activos de las mismas. Son también las tenedoras de los bonos que las empresas hayan emitido para financiar sus activos y el montante de sus depósitos en los bancos guarda proporción con la deuda bancaria de las empresas. Consecuentemente, el valor del capital, esto es, de los activos empresariales, se acerca al de la riqueza financiera las familias, neta de sus deudas bancarias y excluyendo sus tenencias de deuda pública. Estas relaciones se complican en una economía abierta con mercados financieros interconectados con los del resto del mundo, pero para los propósitos de este artículo es innecesario adentrarnos en estas complicaciones. Baste con tener en cuenta que el capital pertenece a las familias y, más precisamente, a las personas que la componen.
En su otra dimensión, el capital consiste en el conjunto de bienes intermedios que se utilizan para producir otros bienes, ya sean estos otros bienes de capital o de consumo. Esta dimensión incluye las existencias de bienes, tanto de capital como de consumo o materias primas, en poder de las empresas. Este conjunto de bienes heterogéneos que componen el capital sólo se pueden agregar y tratar analíticamente en términos de sus valores monetarios, lo que nos retrotrae a la dimensión anterior. Empero, es importante no perder de vista esta segunda dimensión porque los cambios en la composición de bienes del agregado y en la reasignación de los mismos a unas u otras actividades pueden afectar a la valoración monetaria del mismo y a la capacidad productiva de la economía. Por otra parte, cambiar la composición de bienes del fondo, ya sea de unos bienes por otros o trasladando fondos de unos sectores o líneas de producción a otros, es un proceso lleno de fricciones que tiene costes de ajuste de mayor o menor envergadura. En todo caso, conjugando estas dos dimensiones, se puede definir el capital como un fondo de valor, procedente del ahorro históricamente acumulado, que se materializa en una combinación cambiante de bienes concretos de capital mediante las decisiones de inversión de los empresarios.
Lo que hace distintivo al capitalismo respecto a otros sistemas económicos, por tanto, no es la utilización de capital sino la propiedad privada del capital (y de los otros medios de producción), así como la libertad de los propietarios del mismo para destinarlo a los usos que consideren más adecuados
Los dos rasgos distintivos del capital son, primero su productividad, esto es, su capacidad para aumentar la producción por encima de lo que sería posible sin dichos bienes; segundo, que la producción de bienes de capital exige dedicar tiempo y recursos que se han de detraer de la producción de bienes de consumo. La existencia de capital es consustancial al género homo y especialmente a la especie sapiens. En efecto, todas las sociedades humanas han utilizado con mayor o menor medida bienes de capital para procurarse su sustento. Esto es, todas las sociedades humanas han dedicado una parte de su tiempo y sus esfuerzos productivos, no a la producción inmediata de bienes de consumo sino a la producción de bienes intermedios, de bienes de capital más o menos duraderos, a fin de poder alcanzar antes o después mayores niveles de consumo de los que tendrían en ausencia de estos bienes. Así, en los vestigios de los asentamientos humanos más primitivos encontramos puntas de lanza, flechas, redes de pescas etc. En este sentido, puede decirse que todas las sociedades son capitalistas, todas utilizan sus recursos para fabricar bienes que no son de consumo, pero cuyo objetivo último es multiplicar los bienes de consumo de los que se puede disponer respecto a los que habría sin recurrir a estos métodos capitalistas de producción. Lo que hace distintivo al capitalismo respecto a otros sistemas económicos, por tanto, no es la utilización de capital sino la propiedad privada del capital (y de los otros medios de producción), así como la libertad de los propietarios del mismo para destinarlo a los usos que consideren más adecuados. Como es obvio por las definiciones enunciadas, este artículo se circunscribe al marco de referencia del capitalismo y al capital privado, orillando el análisis del capital público cuyo tamaño relativo en las sociedades capitalistas suele ser proporcional al del capital privado.
Otra característica inherente a los bienes de capital es que se desgastan por el uso y por el tiempo, tienen un desgaste físico y otro “espiritual” por el riesgo de obsolescencia técnica, creciente a medida que pasa el tiempo. Por lo tanto, es necesario provisionar recursos para mantenerlos, repararlos y eventualmente sustituirlos. A la luz de estas consideraciones se puede apreciar la importancia del tiempo en la producción capitalista: el tiempo que duran física y tecnológicamente los bienes de capital, el tiempo que se tarda en producirlos y el tiempo que se tarda en que fructifiquen en bienes de consumo. La transformación continua del valor del capital en bienes concretos de capital que llevan a cabo los empresarios tiene que operar con estos tiempos y afrontar los riesgos correspondientes. De aquí la combinación de azar e incertidumbre irreductible que indefectiblemente envuelve la formación de capital en las sociedades capitalistas.
La intensidad del capital y la prosperidad
A la luz de las consideraciones anteriores, se pueden apreciar los dos atributos básicos del capital. Primero, que aumentar la producción de bienes de capital a lo largo de un determinado periodo implica disminuir o aumentar menos de lo posible la producción de bienes de consumo durante el transcurso de dicho periodo. Segundo, su productividad. La productividad del capital significa que, para una dotación dada de los restantes factores de producción, cuanto mayor sea el stock de capital mayor será el flujo de bienes y servicios producidos por la sociedad y, por ende, mayor será su nivel de consumo respecto al que habría con un menor stock de capital. Veamos con algún detalle estos dos atributos y sus interconexiones.
La raíz principal del aumento del capital es el ahorro, ya sea de las familias, absteniéndose de dedicar parte de su renta a la adquisición de bienes de consumo, o de las empresas, no distribuyendo dividendos por la totalidad de sus beneficios. Recuérdese que estamos excluyendo las conexiones internacionales por lo que no se considera la posibilidad de contar con ahorro del resto del mundo, que, por otra parte, antes o después habría de devolverse con ahorro nacional. El ahorro es una condición necesaria pero no suficiente para el aumento del capital. Como reza un olvidado adagio económico, las máquinas no se ahorran, se construyen. Por tanto, para aumentar el capital, el ahorro se tiene que canalizar directa o indirectamente a la inversión y además esta inversión tiene que ser mínimamente rentable para que el capital creado tenga valor. En este proceso desempeña una función crucial la profundidad y eficiencia del sistema financiero, la oferta de vehículos para rentabilizar el ahorro y hacer llegar la financiación a quienes pueden usarla más productivamente. Por otra parte, supuesto el cumplimiento de estas condiciones, sólo habrá un aumento del capital si su incremento supera el desgaste físico y espiritual del mismo. La productividad del capital puede aumentar si se incrementa su eficiencia o la cantidad y calidad de los otros factores productivos que colaboran en la producción. La eficiencia del capital se puede incrementar reasignándolo de unas actividades a otras con mayor rendimiento o incorporando bienes conteniendo mayores avances tecnológicos.
Las sociedades más avanzadas no sólo cuentan con un mayor fondo de ahorro acumulado para invertir en el desarrollo de nuevas tecnologías sino también con una mayor y mejor infraestructura de la infinidad de máquinas auxiliares y demás bienes de capital que son necesarios para aplicar más extensivamente los avances tecnológicos
El ranking de países de mayor a menor renta per cápita está estrechamente correlacionado con el ranking de países de mayor a menor intensidad de capital. Esta intensidad se puede medir por el cociente entre el valor del stock de capital y el PIB o el cociente entre dicho valor y la masa salarial o el cociente entre dicho valor y el consumo nacional. Aumentar la intensidad del capital significativamente exige tiempo, a no ser que se cercenen las posibilidades de consumo, como sucedió por ejemplo en las sociedades soviéticas tras el triunfo de la revolución. Aumentar la intensidad del capital exige destinar recursos a la producción de bienes de capital, así como al mantenimiento de su capacidad productiva, recursos que inevitablemente no se pueden canalizar a la producción de bienes de consumo. Por otra parte, para que el incremento de la producción de bienes de capital aumente o al menos preserve el valor y la productividad del capital su composición debe adecuarse a la demanda de bienes y servicios de consumo de la sociedad. Las inversiones, el aumento de la dotación de bienes de capital de algunas empresas, pueden ser improductivas por centrarse en producir bienes que no se demandan con la intensidad suficiente para rentabilizar las inversiones realizadas. El valor de los bienes de capital depende en última instancia del valor presente de los ingresos que se puedan obtener mediante la utilización de dichos bienes. De hecho, parte del stock de capital mismo está continuamente variando en mayor o menor medida su valor y su productividad en ambos sentidos al albur de cambios imprevistos en la tecnología, los gustos de los consumidores o los costes de producción.
La intensidad del capital fomenta el cambio tecnológico y este, a su vez, aumenta la intensidad del capital. Las sociedades más avanzadas, vale decir las de mayor intensidad de capital, registran las mayores innovaciones productivas por dos razones. Primera, porque la mayor disponibilidad de capital les facilita invertir más en la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías o productos. Segunda, porque la aplicación de los cambios tecnológicos a la producción es más rápida y generalizada cuanto mayor es el entramado de bienes de capital. Las sociedades más avanzadas no sólo cuentan con un mayor fondo de ahorro acumulado para invertir en el desarrollo de nuevas tecnologías sino también con una mayor y mejor infraestructura de la infinidad de máquinas auxiliares y demás bienes de capital que son necesarios para aplicar más extensivamente los avances tecnológicos. Por otra parte, las innovaciones se materializan habitualmente a través de nuevos bienes de capital o la expansión de los ya existentes, con lo que por una u otra vía aumenta la intensidad de capital.
Condicionante de todo lo anterior, es el espíritu de empresa y su manifestación en el ejercicio de la función empresarial. El empresario es el responsable de asignar y reasignar continuamente el capital y los demás recursos productivos a sus usos más eficientes, a los que directa o indirectamente satisfacen en mayor medida las necesidades y deseos de los consumidores y, por ende, garantizan la preservación y el aumento de valor del capital. El ejercicio de la función empresarial, a su vez, está sometido a la ley del beneficio y las pérdidas, que tiende a redistribuir continuamente el capital a favor de los empresarios que lo utilizan más eficientemente y en contra de los que, ya sea por errores o mala suerte, lo malgastan o desaprovechan.
¿Qué hacer para aumentar la intensidad del capital y su productividad, y por consiguiente la prosperidad de la sociedad, en nuestro país? En líneas generales, y en concordancia con todo lo dicho anteriormente, habría que fomentar el ahorro estructural, estimular la transformación de ahorro en inversión empresarial y facilitar la reasignación del capital y recursos productivos complementarios a fin de alcanzar su mayor eficiencia posible. Para ello es imperativo reformar las instituciones legales y laborales que hacen excesivamente costosa la desaparición o el ajuste del tamaño de las empresas y la reasignación de recursos entre sectores productivos. Igualmente importante es reducir la exagerada presión fiscal sobre las rentas de capital, muy superior a la de los países con mayor intensidad de capital, que limita severamente la transformación de ahorro en inversión empresarial. La mejora del sistema educativo y de formación profesional, al aumentar la calidad del factor trabajo, también impulsaría la productividad del capital.