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Opinión

El efecto Illa y el reparto de ministerios como premios de consolación

Salvador Illa, ya ex ministro de Sanidad.

El ya célebre efecto Illa, al que extrañamente da nombre el ministro de Sanidad que ha cosechado peores datos en la gestión de la covid-19 en toda Europa, tiene también sus efectos (o daños) colaterales. Así, este martes se confirmaba que Miquel Iceta, al que había que dar un premio de consolación tras quitarle la candidatura a la Generalitat, será el nuevo ministro de Función Pública y Política Territorial y, de rebote, la que hasta ahora desempeñaba ese papel, Carolina Darias, pasa a ser la titular de Sanidad. 

Esta hermosa carambola solo puede ocurrir en España, este trozo de planeta recorrido por la sombra de Caín donde brilla por su ausencia el respeto a los principios del mérito y la capacidad y el esfuerzo -sí, suena a eslogan, pero es dolorosamente cierto-. ¿Qué sabe el señor Iceta o qué ha hecho en su larga trayectoria política para ser el ministro de ese ramo? ¿Acaso su origen catalán? No. La respuesta es ser fiel al jefe, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, presunto autor de una tesis doctoral y presunto autor de esa obra de referencia que es Manual de resistencia. Libro escrito, no se olvide, por toda una secretaria de Estado como Irene Lozano.  

¿Y qué pone en el currículum de la señora Darias, al parecer experta en Derecho, que justifique su liderazgo en el Ministerio clave para hacer frente a la crisis derivada de la pandemia del coronavirus? Nadie lo sabe. Pero tampoco le importa a nadie. Quizás porque nadie sabe realmente quién es esta política que, como la mayoría de los que llegan lejos en la cosa pública, simplemente ha guardado los principios de obediencia y fidelidad, que son los votos sagrados que hay que cumplir para lograr un cargo de prestigio.

Los ministerios se reparten como regalos entre colegas en un día del amigo invisible. Si te toca Sánchez, puede caerte una cartera ministerial. Si te toca Iván Redondo, quizás tengas suerte y acabes de presidente de una empresa pública

Ocupar cargos en el Gobierno es ya una forma de prebenda como cualquier otra de esta clase dirigente que padecemos. En esta España de 2021 los ministerios se reparten como regalos entre colegas en un día del amigo invisible. Si te toca Sánchez, puede caerte una cartera ministerial. Si te toca Iván Redondo, quizás tengas suerte y acabes de presidente de una empresa pública o al frente de alguna de esos grupos de expertos de nuevo cuño.

Los dos nombramientos que hoy se han hecho oficiales tienen tela marinera para tejer, cortar y regalar. Pero hay que reconocer que el caso de Iceta es impresionante. Ministro como premio de consolación. Y lo mejor de todo, por esperpéntico, claro, es que a nadie le sorprende ni le escandaliza. Porque a estas alturas todo el mundo sabía que Sánchez lo iba a colocar como ministro. Después de sustituirle como candidato del PSC por Illa había que consolarle. Para que no se pusiera triste. Para darle una salida tras la puñalada. Para premiarle por esa fidelidad ciega. Pero claro, todo es posible en el país del efecto Illa. 

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