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Opinión

La ley de Educaá

La ministra de Educación, Isabel Celaá.

Esta acumulación de Catilinas nos trae en bandeja la transformación global de una democracia parlamentaria en una república populista demediada. Aunque es probable que no sepan bien los objetivos, porque estos no están ni para objetivos, actúan en todos los frentes con tal temeridad, que todo va por su curso hacia ese autoritarismo de pandereta con que se sienten felices. Como es un tiempo de mera fachendería, saben nutrir a la claque mediática para que los saque guapos y jalee sus pasos con la unanimidad de un Pravda. Esos media, y son casi todos, inoculan la doxa entre fanfarrias y ponen música mientras arde Roma. No sé cuántos Cicerones harían falta hoy para calmar este barullo, pero a la vista de las circunstancias lo mejor va a ser largarse a Túsculo y dedicarse a leer a los griegos. La chusma ya solo queda para votarlos, contagiarse y aplaudir en los balcones.

Los que eran ciudadanos, si alguna vez lo han sido, son ya una turbamulta pavorosa. Pero por si acaso, por si quedara algún resquicio inadvertido, traman una ley de educación con que fabricar muchachos dóciles y consentidos, idóneos para engrosar las filas fieles de los subvencionados. Si ya la sociedad es una capa mullida de copitos de nieve (todos esos snowflakes que se ofenden si se sienten mirados), los nuevos métodos educativos los quieren de una pureza angelical o, lo que es lo mismo, de una fábrica tan tenue que apenas se atrevan a levantar la voz, no sea que se rompan. La nueva Ley de Educación no instruye, sino que forma muchachitos Vidrieras dispuestos a aceptarlo todo si se les promete un pajarcito donde resguardarse. Si la barahúnda Me too va consiguiendo que las mujeres vuelvan a ser menores de edad permanentes, esta nueva Ley de Educación apunta a todo el espectro humano más allá de los sexos. La consigna es expender títulos para no malherir la autoestima de nadie y que, ya de adultos, todos cumplan su función social sin hacerse una sola pregunta.

La estrategia lleva el apellido Neguri de una ministra rica, con un final geminado de alcurnia. Nunca llega a saberse quiénes son los redactores reales de estas leyes, pero ella la firma con mano segura y esa pinta de quitarse la mantilla tras haber comulgado. Su aspecto quebradizo es el modelo de la norma: se necesitan súbditos quebradizos que acepten sin rechistar los cambios constituyentes que se avecinan. Se aprueba ahora que la mitad del currículum la pongan las regiones, que es como dar venia oficial para tergiversar la historia, negar la objetividad de los hechos y hacer de cada pueblo un paraíso.

Mínimo esfuerzo

Si se impone definitivamente la maldición babélica y las lenguas, lengüitas y dialectos apenas guturales se convierten en instrumentos de incomunicación, entonces el pensamiento mítico campará como en una edad de piedra y los jefes de los gobiernos serán jefes supremos de los clanes. Todo eso es lo que se vislumbra ya, en cierta forma, mientras una muchachada edulcorada respira de alivio por el mínimo esfuerzo y los adultos tienen los suspensos por pura injusticia.

La nueva ley educativa, con toda esa transversalidad de competencias ridículas y esa sanción sonrojante de corrección política, viene a confirmar la solidez de esa maquinaria pública que está ya destruyendo cualquier atisbo de actitud científica en la vida intelectual, donde cuenta más la identidad que la verdad y el conocimiento. Aún no lo han dicho muy claro, pero no falta nada para que llegue el día en que las matemáticas se consideren machistas, el latín reaccionario o el estudio de la biología evolutiva una forma de discriminación racial.

Una ley como esta nos dará hombrecitos incapaces de comprender la realidad en la que viven porque ni saben por dónde ha pasado la humanidad

Una ley como esta, que en su primer esbozo no contempla siquiera una mención al estudio de la Antigüedad, que desdeña las lenguas clásicas en beneficio de las jergas de aldea, nos dará hombrecitos incapaces de comprender la realidad en la que viven porque ni saben por dónde ha pasado la humanidad ni entienden, por ejemplo, el arranque mismo de este artículo cuando alertaba de los Catilinas que ladran en el Congreso. El escepticismo, que también lo inventaron los griegos, es la vía que lleva a la ciencia, a mirar de frente al poderoso, a poner en solfa los lugares comunes, a burlarse del rebaño y a blasfemar, si hace falta, contra cualquier dios. Esta nueva Ley de Educación progresa en esa inercia ya bien conocida de suprimir la duda y resolver la complejidad cognitiva mediante el adoctrinamiento y la fabricación en serie de señoritos conformes y agradecidos. La Educaá va para otro triunfo del pensamiento ameba.

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