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Editorial

La torpeza de Toxo y Méndez despeja el camino a Rajoy

Segunda huelga general que los sindicatos le hacen al Gobierno Rajoy en seis meses, secundada a tiempo parcial por una ciudadanía que por la mañana acudió a su puesto de trabajo para no sufrir los preceptivos descuentos en la nómina del mes y por la tarde sí, con el día computado, por la tarde se manifestó con cierto carácter masivo. Lo cual dio pie al Ejecutivo para presumir de que el consumo eléctrico, principal vara de medir el éxito o el fracaso de estas convocatorias, apenas había descendido un 12%, porcentaje que inapelablemente certifica el fiasco de la iniciativa. La otra cara de la moneda fueron esas manifestaciones donde los inefables Toxo y Méndez cosecharon un éxito relativo, no obstante lo cual, o tal vez precisamente por ello, sus discursos navegaron entre lo clerical y lo atávico.

La huelga fracasó. Y son ya dos los disparos fallidos, las balas perdidas, asunto particularmente grave si tenemos en cuenta que las organizaciones sindicales no van a tener en bastante tiempo otra oportunidad para intentar sacar a la gente a la calle, una gente que, asediada por mil problemas diarios, no está para otras fiestas que no sean las de defender con uñas y dientes su jornal diario.

El papel de los sindicatos, aferrados a proclamas y postulados que millones de ciudadanos juzgan superados, se revela cada día más obsoleto. Las amenazas de incrementar la conflictividad social como único argumento frente a la dureza del ajuste, son el exponente de la crisis terminal por la que atraviesan unas organizaciones carentes de propuestas constructivas. Por no hablar del papel de unos impresentables piquetes “informativos”, convertidos en la era de internet en vulgares matones dedicados a molestar y/o agredir a aquellos ciudadanos que pretenden acceder a su puesto de trabajo.

Los sindicatos, como tantas cosas en esta crisis terminal por la que atraviesa nuestro país, como la patronal o los propios partidos políticos, son víctimas de unas contradicciones ciertamente sangrantes en esta hora que vivimos. Una de las más llamativas, aunque no la única, es su condición de organizaciones subvencionadas por el erario público, es decir, por los impuestos de los ciudadanos, asunto cuando menos llamativo en momentos en los que resulta imprescindible recortar gastos por doquier para sostener el Estado del bienestar. ¿Deben patronal y sindicatos seguir siendo subvencionados con cargo al bolsillo de los ciudadanos? ¿No deberían vivir de las cuotas de sus afiliados? CCOO y UGT callan, mientras sacan a la gente a la calle, o lo intentan, para protestar contra unos recortes que siguen dejando prácticamente intactos sus privilegios.

Además de esconder sus vergüenzas, los sindicatos intentan manipular la gestión del Gobierno presentando los recortes, obligados, por cierto, por la nefasta gestión de un Gobierno anterior con el que tan a gusto dieron muestras de sentirse, como el capricho sádico de una derecha que disfruta maltratando a la sociedad. Y no es eso, no es eso, como cualquier cabeza mínimamente amueblada sabe. Con mayor o menor acierto, con más o menos celeridad, el Ejecutivo intenta cumplir con el objetivo de déficit, poner orden en el sistema bancario, optimizar la depauperada recaudación y meter en vereda a ese insaciable devorador de recursos que es el sistema autonómico, auténtico reino de taifas donde campean mil y una corruptelas.

Unos sindicatos obligados a plantear alternativas

¿No sería más razonable que, en lugar de oponerse frontalmente a los recortes, los sindicatos plantearan alternativas tendentes a mejorar la organización del Estado y a hacer más competitiva nuestra economía? ¿De verdad consideran posible seguir manteniendo las ineficiencias acumuladas en las últimas décadas a base de más gasto público? ¿Creen Comisiones y UGT posible seguir manteniendo sine die el andamiaje de un Estado del Bienestar que necesita pedir prestado todos los años una cifra cercana a los 90.000 millones de euros? ¿Quién paga esa fiesta?

España se encuentra justo en el vórtice de un huracán al que se ha visto arrojada por cuantiosos, dolorosos errores propios, pero también por el aparente hundimiento de la idea de esa Europa solidaria capaz de convertirse en referente de paz y progreso para millones de personas de todo el mundo. Los modelos de bienestar diseñados el pasado siglo, orquestados por unas democracias que hicieron del principio de solidaridad el leit motiv de su existencia, han entrado en crisis. El mecanismo chirría al punto de parecer hoy insostenible.

Muchos han sido los motivos, desde la evolución demográfica a la corrupción, pasando por un modelo monetario que despreció el patrón oro y se ha dedicado a imprimir dinero hasta generar una deuda realmente impagable. En paralelo, las sociedades europeas, acostumbradas a la molicie, parecen encontrar cada día más complicado responder al reto de los países emergentes. Los bárbaros están llamando a las puertas de Roma, pero las viejas legiones ya no parecen dispuestas a defender la ciudadela, tras haber perdido su antaño vigoroso aliento guerrero.

El Viejo Continente está en crisis, reclamando a gritos un riguroso business plan capaz de abrirle las puertas a los próximos 50 años. Crisis económica, pero también política, binomio del que España es campeona mundial como atestigua el reto del independentismo catalán. Enrocarse en viejas prebendas del pasado sin más, como están haciendo nuestros sindicatos, no parece lógico. El café para todos se acabó hace tiempo. Lo mismo que el gastar a manos llenas. La fiesta terminó. Aquellos que más tarden en aceptar la nueva realidad y operar en consecuencia, serán los que más sufran en el futuro.

Oscuro futuro, en suma, para estos sindicatos nuestros anclados en el pasado. Mariano Rajoy, por su parte, enfila los próximos meses con la tranquilidad que le da el saber que CCOO y UGT han disparado de forma precipitada y equívoca la bala que guardaban en su recámara. Ayer quedó claro que el pueblo soberano quiere soluciones, no huelgas generales. Vía libre, pues, para un Gobierno que ayer recibió, además, un inesperado regalo desde Bruselas. Esperemos que sepa aprovecharlo.

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