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Editorial

Lo peor que puede hacer Rajoy es dar la espalda

La espantada de ayer del presidente Mariano Rajoy ante el acoso de la prensa a su salida del Senado es, sin duda, el peor mensaje que ha podido lanzar tanto en España como ante la comunidad internacional. Peor que los recortes, que la arbitrariedad de algunos nombramientos o incluso que la falta de homogeneidad del discurso de algunos de los miembros de su Gobierno.

Rajoy era el primero en saber que la tarea de arreglar el desaguisado dejado por los ocho años de Gobierno Zapatero no iba a ser fácil. Y en honor a la verdad cabe decir que hasta la fecha había demostrado unas espaldas mínimamente anchas para soportar la gravísima crisis en la que nos hallamos. Con algunas dosis de improvisación, rayana en el atolondramiento a veces, el Ejecutivo estaba tomando medidas que eran bien vistas por las autoridades europeas e incluso por los mercados.

Con lo ocurrido al anterior Ejecutivo a partir de mayo de 2010 fresco en la memoria, al Gobierno no tendrían que sorprenderle los vaivenes de los mercados y mucho menos asustarle el eterno retorno de los ataques a la deuda en cuanto el Banco Central Europeo (BCE) hiciera ademán siquiera de retocar la barra libre de liquidez que ha permitido a bancos y cajas españoles capear el temporal hasta ahora. Otro tanto cabe decir de la aparición de ciertos comentarios poco afortunados procedentes de países que, además de malos vecinos, necesitan con urgencia desviar la atención de sus respectivos dramas hacia otros Estados.

La mayoría de los medios de comunicación estaba siendo condescendiente con un Ejecutivo que ha tomado medidas impopulares, afrontando el desgaste consiguiente y un coste político que ya le ha pasado las primeras facturas en Andalucía y Asturias. En general, todo el mundo ha reconocido el sacrificio de un gabinete que, por mor de la dramática situación que vivimos, tal vez tenga que "inmolarse" en la tarea de salvar al país del desastre.

Por todo ello, lo peor que pudo hacer ayer Rajoy fue darse la vuelta ante la prensa, cuando más arreciaban los ataques especulativos sobre España. El mensaje es demoledor. Dar la espalda a las cámaras y los micrófonos equivale a darle la espalda al mundo. Los inversores están atentos y huelen la sangre a distancia, por muy lejos que estén. Semejante síntoma de debilidad -¿de simple miedo?- podría tener graves consecuencias para los intereses colectivos de los españoles.

¿Qué le pasa a Mariano Rajoy? ¿Realmente no tenía nada que decir ayer? ¿No es capaz de dar la cara de nuevo por las medidas por él mismo adoptadas, por la fortaleza de la economía española y la capacidad de la sociedad española para salir de este atolladero? Con su comportamiento de ayer, el presidente del Gobierno parece no ser capaz de defender a su país, lo que proyecta una dramática situación de ausencia de liderazgo y, por supuesto, una carencia de argumentos financieros que nos resultan dolorosamente cercanas. En este caso, su proverbial prudencia se ha convertido en lamentable cobardía. Por desgracia, ya se sabe lo que suelen hacer las alimañas, léase mercados, cuando ven titubear a su presa. 

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