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Editorial

Las Navidades negras del señor Rajoy

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Toda la apariencia de tranquilidad, unida a los esfuerzos de la propaganda oficial u oficiosa por vender una mejoría general de la situación, se han visto truncados por la irrupción, más bien explosión, de problemas de índole diversa que, aunque existían, parecían aletargados: la financiación presuntamente irregular del PP; los manejos en la antigua Caja Madrid; los coletazos de la crisis bancaria; el escándalo eléctrico y la interminable cuestión catalana han puesto patas arriba el orden del Gobierno y, lo que es peor, han alertado a la población sobre el expertise de aquellos en cuyas manos están los destinos de España. Ni un elefante en una cacharrería sería capaz de producir tantos destrozos como los que se han acumulado en estos días de diciembre. Como en los accidentes aéreos, circunstancias múltiples se han conjurado para podar cualquier brote de confianza en los responsables de sacarnos del agujero fabricado a lo largo de años de incuria y de abusos. Hubiera sido preferible opinar sobre cómo se van poniendo los cimientos del nuevo edificio español, pero no hay tal, y parece poco aconsejable hacer oídos sordos a lo que acontece, aunque sea Navidad. El liberalismo tiene eso, intransigencia en la denuncia de los males y exigencia para conseguir un futuro mejor. 

El mes empezó con el anuncio de la consulta catalana, sobre la que ya opinamos en su momento, que pareció pillar desprevenido al Ejecutivo. En esto, como en tantas otras cosas, tiene el equipo de Rajoy una tendencia indisimulada a improvisar, a no mirar al tendido y a refugiarse en los burladeros que le brinda disponer de la mayoría parlamentaria. Pero en circunstancias como las que vive España, ese tipo de comportamientos tiene poco recorrido y normalmente suele ser preludio de estropicios mayores, motivo principal de este comentario; todo lo que sucede es consecuencia de esa tendencia natural de quienes nos gobiernan a procrastinar los problemas, y ello no por mala voluntad, sino porque se carece de un proyecto global, trabajado y contrastado, para superar las dificultades. Se dirá que las oposiciones parlamentarias tampoco tienen proyectos claros. Es posible, y sin duda cierto en el mayor partido de la oposición, pero la responsabilidad del Gobierno es capital e  intransferible, y no vale escudarse en el mal de muchos consuelo de tontos para justificar lo injustificable en términos de la política democrática. Y menos todavía, aprovechar la poca exigencia de los españoles para seguir haciendo funambulismo a nuestra costa. 

De estropicio en estropicio 

La visita de la policía judicial a la sede del PP no puede despacharse con un “acatamos las resoluciones judiciales” o “somos respetuosos con la Justicia”, porque, aparte de ser afirmaciones falsas, como acaba de demostrar un juez harto de dilaciones, son latiguillos que ha patentado la clase política española para embaucar a la gente común y eludir las responsabilidades por sus acciones u omisiones. Son demasiados ya los años que esa clase lleva practicando este juego, al punto de que la ruleta acusa el desgaste y el tablero parece a punto de crujir. Si a ello se une que los asuntos de la intendencia nacional, léase economía y trabajo, no terminan de repuntar, es lógico que la gente, que diariamente soporta la lluvia de las mil y una corrupciones como si de una maldición bíblica se tratara, se pregunte en qué clase de montaña rusa estamos embarcados. 

Lo del aumento del recibo de la luz que se anunciaba para enero, después de la terrorífica subasta de energía del jueves, ha colmado el vaso de la paciencia de los españoles, hasta el punto de haber obligado al propio Ejecutivo, ¿otra vez desprevenido?, a recoger velas apresuradamente sin que sepamos cómo va a salir de ese embrollo. La tan cacareada reforma energética del ministro Soria y su segundo, el secretario de Estado Nadal, ha descarrilado en la primera curva. Con el Presidente ausente en el más amplio sentido de la palabra, el Consejo de Ministros de ayer no apuntó nada. Simplemente se limitó a provocar otro incendio de grandes dimensiones aprobando una reforma del aborto muy restrictiva y que ninguna presión social reclamaba, pero que sin duda va a proporcionar entretenimiento de sobra para algunas “aficiones”, tanto de derechas como de izquierdas. 

Cada uno de los asuntos aquí aludidos merecería sobradamente uno o varios editoriales, la filosofía de los cuales podría resumirse en dos palabras: impostura y desgobierno. La solución para ambas son otras dos: honradez y democracia. A ello apostamos de forma resuelta, en la convicción de que, sin ellas, el cúmulo de desgracias que nos acosan terminará convirtiéndose en una endemia propia de democracia tercermundista. Feliz Navidad a todos.

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