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Editorial

El caso Pujol: la descomposición de la Transición suma y sigue

El expresident de la Generalitat catalana, Jordi Pujol.

Tras la abdicación de Juan Carlos I, la confesión efectuada ayer por Jordi Pujol sobre sus dineros guardados lejos de España es el último aldabonazo en el suma y sigue del estado de descomposición en que se hallan las sentinas del régimen del 78, descomposición salpimentada por los ajustes de cuentas que se vienen produciendo entre sus dueños y beneficiarios. La relevancia es todavía mayor en el caso que nos ocupa, porque el confeso ha liderado y contribuido a crear un problema, el de la pretendida independencia de Cataluña, que amenaza con apuntillar no sólo la Transición, sino la propia continuidad de España como nación. Las cuentas del rosario de la corrupción parecen inagotables. Nada de lo tenido por intangible queda a salvo. La geografía política e institucional está sembrada de mojones de podredumbre como piedras miliares del camino construido durante más de tres décadas por unas elites -políticas, económicas y mediáticas- que han llevado a este país por un camino de perdición. La sociedad española, amodorrada en la falta de usos y costumbres democráticos, les dejó hacer hasta que la avaricia rompió el saco de la confianza y sacudió las estructuras de un sistema que, cada día, nos golpea con nuevas paletadas de lodo. No queremos perder la compostura, pero la suma de herencias familiares en Suiza -Botín, Pujol, el padre de Juan Carlos I, etcétera- añadida a los abusos y malversaciones de todos conocidos, obligan a pedir un auto sacramental de carácter democrático para convertir en cenizas el tótem de la Transición.

Para quienes están convencidos de que el sino de España es convivir con el latrocinio, el caso Pujol será probablemente uno más de una saga que empezó con Filesa y que ha llegado hasta aquí pletórica de vida con casos como Gürtel, Bárcenas, los ERES de Andalucía, los fondos de formación para el empleo –el ultimísimo- de forma que, a no tardar, el escándalo será tapado por otros casos del mismo jaez. No es verdad. El de Jordi Pujol es excepcional en tanto en cuanto ha sido uno de los padres del régimen juancarlista, “tranquilo Jordi, tranquilo…”, además de ser el capitán indiscutible del nacionalismo burgués catalán. Esa posición le ha permitido gobernar en Cataluña y en España, con la aquiescencia, ahora comprobamos que suicida, de los dos partidos dinásticos, el PP y el PSOE, amén de la propia monarquía. Le dieron todos los instrumentos para crear un Estado y miraron hacia otro lado cuando la soberbia nacionalista iba arrinconando en Cataluña a los catalanes que no comulgaban con el nuevo evangelio. Han sido décadas de construcción “nacional” y de retirada suicida del Estado, inspiradas y lideradas por quien, ahora, en su ancianidad, confiesa compungido que no tuvo tiempo de saldar sus cuentas con Hacienda. Nos imaginamos cómo se sentirán, si algún sentido de la decencia les queda, esas masas populares que han apoyado con actitud religiosa las propuestas de su patriarca. Lo mismo cabe decir de quienes desde los altos palacios de Madrid le han venerado y obsequiado sin pudor.

Sintomático resulta a estas alturas constatar el número de editoriales que en Vozpopuli hemos dedicado a denunciar abusos de corrupción y/o actuaciones de nuestros gobernantes rayanas en la malversación de fondos públicos, lo que da idea del estado de cosas en que navega el país. Seguiremos en ello, sin caer en el sectarismo ni en la visión estrecha de los sucesos del patio de Monipodio en que se ha convertido la política española. Deseamos para España un porvenir distinto al que prometen el conjunto de sus elites extractivas, políticas y financieras, sirviéndose de personajes que desde las estructuras del poder público procuran el aprovechamiento propio y cultivan el engaño a mansalva. Y la única receta que se nos ocurre hoy recomendar es que la que siempre hemos defendido: libertad y democracia, más calidad democrática, unida a la exigencia de una justicia independiente y eficaz. No es pedir demasiado, aunque, por lo visto y conocido, harán falta sudor y lágrimas para conseguirlo.

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