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Editorial

Felipe González como símbolo del desconcierto del establishment

El expresidente del Gobierno Felipe González

Las últimas declaraciones de Felipe González en La Vanguardia, echando abundante agua al vino de su celebrada carta a los catalanes, nos reiteran en la convicción de que el socialismo español que dice representar el PSOE no sabe cómo enfrentar el problema de la unidad de España ante la embestida que está sufriendo en Cataluña. El PSOE y su eterno problema sobre qué hacer con España. Aunque es verdad que, como expresidente del Gobierno durante cuatro legislaturas, dos de ellas con mayoría absoluta, González sigue siendo una referencia dentro del socialismo español, además de una voz de indudable influencia en el partido, no lo es menos que desde hace mucho tiempo se ha convertido en uno de los representantes más notorios del establishment patrio, cuyos intereses a menudo trascienden –y a veces contradicen- los del partido, condición esta última que podría explicar la llamativa cabriola por él protagonizada en relación con la crisis catalana, un envite que va camino de producir una desestabilización aguda del entramado político e institucional español. 

La puntualización no es baladí, porque si bien la pirueta protagonizada por el líder socialista es reveladora del caos doctrinal en el que hoy navega el PSOE –y del que su actual secretario general, Pedro Sánchez, da muestras todos los días-, más importante aún, dentro de esa condición de Felipe como estandarte del establishment, es el desconcierto que parece haberse apoderado de las clases dirigentes españolas, incluidas las catalanas, sobre cómo abordar esa crisis. No hay duda de que, para mucha gente de buena fe, la ya famosa carta “A los catalanes” supuso un aldabonazo sobre la trascendencia de lo que está ocurriendo en Cataluña, acompañado de un mensaje de esperanza en la defensa democrática de la unidad de España. Llamado urgentemente al orden por esa “clerecía” (en feliz hallazgo lingüístico de Arruñada y Lapuente Giné) responsable de la gran fabulación identitaria nacionalista, el ilustre sevillano no tardó ni 48 horas en pedir excusas a los “julianas” de turno, añadiendo ya de paso el cuarto a espadas de pedir el reconocimiento de Cataluña como “nación” en una hipotética reforma de la Constitución del 78. Más madera. 

La soledad política de quienes en aquella región defienden la unidad de España es hoy clamorosa

Con lo cual, mucha gente –la de buena fe y la otra- no ha tenido más remedio que volver a recordar las hazañas del personaje al frente de sus Gobiernos y su labor destructiva para con su propio partido, al que dejó sumido en una miseria doctrinal y orgánica que el genio de Rodríguez Zapatero terminó después de apuntillar. Dicho lo cual, no es menos cierto que a partir de su salida del Gobierno, González se dedicó a otros menesteres, algo a lo que por supuesto tenía derecho, que le alejaron del partido socialista y le incardinaron en el núcleo duro de la economía y las finanzas hispanas, del que forman parte importante muy notorias empresas y empresarios de Cataluña, caso de Gas Natural Fenosa, por ejemplo, una de las estrellas del grupo La Caixa. 

El silencio frente al tironeo separatista

En la contienda abierta sobre el ser o no ser de España amenazada por el tironeo separatista siempre ha brillado con luz propia la inhibición de la “inteligencia” española y la de sus empresarios más relevantes: ni las Universidades y su Consejo de Rectores se han manifestado respecto a problema tan principal como es hoy la deriva del nacionalismo catalán hacia la secesión; tampoco lo han hecho las Academias, siendo igualmente aparatosa la incomparecencia de los sindicatos y de las patronales, amén de la de muy significados empresarios del Ibex (clamoroso, a este respecto, el silencio del gran patrón de La Caixa, Isidro Fainé, el hombre con más poder empresarial y financiero de la Cataluña actual), empresarios que a menudo aluden a eso que llaman “Marca España”. Frente a tanto ominoso silencio, en Cataluña está teniendo lugar una movilización nacionalista sin parangón en la historia constitucional, movilización con discurso, altavoz y prácticas lindantes con el totalitarismo y que hoy inunda hasta anegarlo el espacio público catalán. Un ruido que quienes se sienten catalanes y españoles en aquella región, ayunos de apoyos institucionales y de instrumentos políticos, son incapaces de contrarrestar. Una situación que llega a la perversión de considerar que el Estado en Cataluña son Rajoy y su partido, el PP. 

El Gobierno repite una y otra vez que nada va a suceder en Cataluña, tal vez porque realmente lleva mucho tiempo sucediendo. Sin menospreciar los esfuerzos del Ejecutivo por mantener la templanza y los usos democráticos, sin echar más leña al fuego, es evidente que la soledad política de quienes en aquella región defienden la unidad de España como la mejor forma de proteger la paz y prosperidad de todos los españoles es hoy clamorosa, razón por la cual actuaciones -más propias de saltimbanquis de medio pelo que de otra cosa- y declaraciones como las de Felipe González no sólo no ayudan, sino que ahondan el grado de confusión en el que nos estamos moviendo en tiempos tan importantes para el futuro democrático del país. Volvemos al principio: la pirueta de González es demostrativa del grado de desconcierto existente entre la llamada “gente principal” y entre los propios poderes del Estado respecto a cómo frenar el desafío nacionalista. ¿Dónde están los liderazgos? ¿Dónde, los estadistas? Si a ello le añadimos la confusión doctrinal que atenaza al PSOE, debemos concluir que la cuestión catalana es hoy la más grave amenaza que se yergue frente a la esperanza de una salida democrática para la crisis política española.

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