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Editorial

El caso de la ministra Mato o la insolvencia al poder

Sólo razones de amistad, o quizás la indolencia que se le atribuye, pueden explicar que el jefe del Ejecutivo mantenga en el Consejo de Ministros a una persona, la ministra Ana Mato, que hace mucho que superó su nivel de incompetencia, por no hablar de la corrupción que anidaba en el garaje de su propia vivienda y de la que la aludida nunca se apercibió. La súbita actualidad de la señora Mato nos obliga a reflexionar sobre un fenómeno que está en el centro de la decadencia española y del agotamiento del modelo político de la Transición: el paulatino empobrecimiento intelectual y técnico de las élites políticas que ocupan los resortes del Poder Público, para escarnio de España y perjuicio de los españoles.

Durante mucho tiempo el pueblo llano consideró que las clases dirigentes estaban capacitadas para conducir el país con eficacia

Con el paso de los años hemos ido asistiendo en silencio a la progresiva desaparición de la inteligencia en las alturas del poder y a la paralela floración de una elite menor, muy pedestre, inculta incluso y en general ligada al “jefe” por una mera relación de vasallaje, de suerte que la mediocridad más atroz se ha hecho fuerte en las alturas del poder. Es como si, al estilo de la Edad Media, la política, que no el servicio público, se hubiera reservado en el reparto de tareas para los más inútiles de la familia o del grupo social, mientras los “listos” se afanan en la más suculenta tarea de hacer dinero.  

Durante mucho tiempo el pueblo llano consideró que las clases dirigentes estaban capacitadas para conducir el país con eficacia, dando por sentado que les asistían la preparación y experiencia necesaria para ello. Al fin y al cabo se presumía, tras una larga historia plagada de analfabetismo y pobreza, que contábamos con las generaciones mejor formadas de nuestra historia. Esta situación ha dado un cambio radical en los últimos años, de forma que, aunque es justo reconocer la alta cualificación de una larga nómina de técnicos y profesionales liberales, la realidad nos obliga a poner en solfa la capacidad de aquéllos que han llegado a las playas de la política, ocupada hoy por una troupe de indocumentados que parece haber venido para quedarse, sin importarles las consecuencias de su falta de adecuación.

Y en esto no hay ideologías que valgan: por no hablar de ellos mismos, Zapatero en su día y Rajoy ahora, junto a quienes parten el bacalao en la satrapía catalana, por señalar sólo los casos más relevantes, han puesto el aparato del Estado en manos de gente con un grado tal de insolvencia que la noble ciudadanía no puede por menos de echarse las manos a la cabeza cuando vienen mal dadas y sobre el páramo español acontecen episodios como el del ébola. Para echarse a temblar.

Rajoy es el presidente del Consejo de Ministros y debe responder de sus aciertos y errores

Rajoy no dirige un conjunto de franquicias ministeriales

Con independencia de lo dicho, queremos aprovechar la oportunidad para señalar un grave malentendido que parece haberse adueñado de la opinión pública, referido a la concepción misma del Gobierno de la nación y a las responsabilidades que incumben a su presidente. De un tiempo a esta parte, es frecuente aludir a la acción de gobierno como si fuera la suma agregada de decisiones de tal o cual ministro, perdiendo de vista que el Gabinete es un órgano colegiado y solidario, cuyo responsable último es su presidente. Y no lo decimos para atenuar la responsabilidad de los ministros señalados recientemente, ayer Gallardón y hoy la inefable Ana Mato, sino para recordar que el señor Rajoy no dirige un conjunto de franquicias ministeriales. Él es el presidente del Consejo de Ministros y debe responder, más de lo que viene haciendo o se le viene exigiendo, de los aciertos y errores del mismo. En el caso que nos ocupa, de un error de alcance que, según algunos, está en la frontera del delito contra la salud pública.

Queremos poner de manifiesto la vergüenza ajena que producen espectáculos como el de la ministra de Sanidad en la rueda de prensa del lunes

Todavía no hemos salido del asombro por lo acontecido y no queremos contribuir al gran carnaval, con el perro Excalibur como gran estrella, que se ha montado alrededor del contagio de ébola de un técnico de enfermería. Se impone esperar el resultado de las investigaciones emprendidas al respecto, de una urgencia indudable.

Sí queremos, no obstante, poner de manifiesto el sentimiento de vergüenza ajena que producen espectáculos como el ofrecido por la ministra de Sanidad en la rueda de prensa del pasado lunes, episodios que vienen a subrayar algo que ya es un lugar común entre españoles: en manos de quién está el pandero; en manos de quién, el Gobierno de la nación. Lo que algunos creíamos y otros sospechaban, se ha transformado en una realidad conocida tanto en España como fuera de ella: nos gobierna una pandilla de insolventes, para vergüenza de quienes de buena fe pensaban que España había dejado atrás para siempre la caspa y la pandereta.

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