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Opinión

El mundo silenciado de los universitarios

Fachada de la Universidad Rey Juan Carlos.

Seguramente ustedes han oído hablar poco de ellos, pero en España hay unos cuantos miles de jóvenes universitarios. Concretamente, son casi 1,6 millones de ciudadanos. Personas también pilladas a contrapié por este virus y su confinamiento derivado, como el resto, pero que parecen no existir o vivir en un mundo aparte. Sus problemas y desventuras apenas han aparecido en los medios de comunicación. Son unos de los grandes olvidados durante la pandemia. 

Tampoco es una sorpresa. Porque siempre se ha sabido que en España la comunidad universitaria vive inmersa en una suerte de abandono perpetuo por parte de las instituciones y los medios. Para bien y para mal, las facultades andan desconectadas del resto, como desgajadas mundo real, como si fueran un mal necesario que debe mantenerse, pero que apenas debe tocarse. Son una especie de oasis y, al mismo tiempo, un tabú para la opinión pública. Ese limbo universitario ha sido todavía más evidente que nunca, aunque paradójicamente tan silenciado como siempre, durante los tres últimos meses. 

Más allá del típico y amarillo reportaje sobre si los alumnos tenían más sencillo o no copiar en los exámenes virtuales, nada se ha visto o escuchado acerca de los problemas reales que causan zozobra a miles de jóvenes y sus familias. En una de sus escasas apariciones públicas durante el estado de alarma, el propio ministro del ramo, Manuel Castells, reconocía que las universidades "no estaban preparadas" para reconvertirse en campus telemáticos y prometía unas cuantas cosas que ya veremos si se cumplen.  

El alumnado se ha estado quejando de la falta de información, de la consiguiente incertidumbre y hasta de la nula relevancia mediática, pero sus quejas fueron ruidosas prédicas en el desierto

Ya hemos repetido aquí que algo positivo de estos días extraños es que están quedando al aire libre muchas de esas heridas endémicas que parecían imposibles de curar pero que tapábamos con parches para no admitir que estaban ahí, aunque siguieran supurando pus. En pleno siglo XXI puede decirse, sin género de duda, que el sistema universitario español era y es anacrónico -por decirlo suave- desde el punto de vista de las nuevas tecnologías. Quien lo dude solo tiene que preguntárselo a los alumnos o a las profesores. Todos ellos han sudado tinta china para articular algo parecido a clases no presenciales.  

Si las dificultades para impartir la materia de forma online fueron grandes, peor ha sido la forma de establecer las fórmulas de evaluación. Durante demasiadas semanas muchos estudiantes no sabían ni cómo serían sus exámenes, porque cada universidad es un compartimento estanco que va por libre y porque incluso algunas facultades tenían la vana esperanza de celebrarlos de forma presencial en julio. El alumnado se ha estado quejando de la falta de información, de la consiguiente incertidumbre y hasta de la nula relevancia mediática, pero sus quejas fueron ruidosas prédicas en el desierto.

Tampoco tiene buena pinta qué ocurrirá en el inicio del curso próximo, porque los planes de contingencia brillan por su ausencia

Hay, por supuesto, universidades mejores (o menos caóticas) que otras, sobre todo si son privadas, claro, pero el panorama general se acerca bastante al desastre. Quienes peor lo tienen son los alumnos de último curso. Porque muchos de ellos no han podido terminar o realizar las prácticas preceptivas para graduarse y a estas alturas no saben qué va a pasar con sus títulos universitarios. Tampoco tiene buena pinta qué ocurrirá en el inicio del curso próximo, porque los planes de contingencia brillan por su ausencia, de manera que los nuevos estudiantes y los de cursos intermedios también lo tienen crudo. 

El tradicional desprecio informativo respecto a las universidades dificulta las cosas. El burdo estereotipo del universitario que vive de botellón en botellón tampoco ayuda a los estudiantes. Les asedian otros problemas como los alquileres de pisos en los que ya no habitan porque han vuelto a sus casas o el eterno lío de las tasas que ahora se recrudece. Pero son problemas que no preocupan ni ocupan a la mayoría. Me temo que después de la pandemia, como pasaba antes y como pasa durante la misma, este particular mundo de los universitarios seguirá siendo tan real como silenciado. Todavía no entiendo por qué. 

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