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Opinión

El drama del PP es Ciudadanos

El drama del PP es Ciudadanos.

El 21-D se recordará como un plebiscito sobre el golpe de Estado para proclamar una República independiente y la reacción del gobierno de Rajoy. Será una decisión entre el concepto fascista de legitimidad y la encarnación del espíritu popular, y la defensa de la legalidad y el Estado de Derecho. Los electores decidirán entre la promesa de una comunidad homogénea fundada en el supremacismo biológico y mental, y la garantía del pluralismo en la sociedad abierta.

Los catalanes mostrarán si han creído las patrañas nacionalistas sobre su historia, o si han aprendido a mirar el pasado

Los catalanes mostrarán si han creído las patrañas nacionalistas sobre su historia, o si han aprendido a mirar el pasado. De las urnas saldrá si esa sociedad sigue anclada a las emociones más infantiles, decimonónicas y clientelares, o ha madurado como ha hecho la Europa de la Unión, aquella que salió del Tratado de Roma hace sesenta años.

Pero en ese plebiscito no solo se juega la verosimilitud del mito de “la sociedad más moderna de España”, sino el sentido y los tiempos de la reforma constitucional, y la fecha de caducidad del actual sistema de partidos.

Las críticas al bipartidismo imperfecto, como a la partitocracia, se hicieron carne en 2014 a nivel nacional. Primero le llegó el turno a un PSOE destrozado por Zapatero que le había insuflado los eslóganes demagógicos de la New Left sin construir una organización basada en cuadros medios. De hecho, quien sucedió a ZP fue Rubalcaba, que no es precisamente de la nueva hornada.

Podemos surgió como hijo aventajado del zapaterismo, animado por el fracaso del padre y el aburguesamiento de IU

Podemos surgió como hijo aventajado del zapaterismo, animado por el fracaso del padre y el aburguesamiento de IU. Sin esto, toda la campaña televisiva para construir un líder y una organización no hubiera funcionado. El entreguismo de Pedro Sánchez a los postulados podemitas y la cesión del poder en ayuntamientos en 2015, benefició a los de Pablo Iglesias. Los socialistas no comprendieron que la fórmula populista se funda en el sumatorio de descontentos y en la utilidad del voto para sustituir lo viejo por lo nuevo.

El resultado en la izquierda ha sido, en suma, la división en dos bloques muy similares que compiten entre sí por la hegemonía política. La negativa de Iglesias a investir a Sánchez en marzo de 2016 tuvo ese sentido. Después de aquello, el PSOE obtuvo 85 escaños en las elecciones de junio, y Unidos Podemos con sus confluencias alcanzaron los 71. Ya estaba rota la unidad de la izquierda y, por tanto, esa parte del bipartidismo.

En el PP creían que con solo remover el miedo al comunismo se podría ganar

El drama del PP es Ciudadanos. Los populares de Rajoy pensaron que la ruptura del izquierdismo les compensaba su debilidad ante la opinión pública y la bajada desde 2011. La corrupción y la negativa a que circularan las élites quedarían tapadas por el circo mediático, las purgas y las puyas que se dirigirían socialistas y populistas. Es más; creían que con solo remover el miedo al comunismo se podría ganar.

El partido del Gobierno sumaba a esta ensoñación una pretensión: podrían apoyarse en Ciudadanos, una organización bisoña, asentada en Cataluña, pero inexistente en el resto del país. Los votantes populares que quisieran castigar las “travesuras” gubernamentales tendrían esa vía de escape , pero no llegaría a más por la falta de arraigo de Ciudadanos. La indefinición ideológica de los de Rivera la consideraban útil, sobre todo cuando se etiquetaron de “centro”, que solo es una posición geométrica.

Ciudadanos era algo más que el refugio de los descontentos; era la renovación programática y generacional que no había tenido el PP

Luego vino la realidad: la pérdida de poder local y autonómico porque Ciudadanos era algo más que el refugio de los descontentos; era la renovación programática y generacional que no había tenido el PP. Los de C’s atizaron durante dos años contra la corrupción del PP y la conveniencia de la marcha de Rajoy. Moralidad y economías, que decían los clásicos, todo envuelto en una dañina retórica regeneracionista.

El discurso de Ciudadanos se fue aguando por cansino e infructuoso, y porque la justicia, poco a poco y parcialmente, fue rindiendo cuentas. Mientras, en esta sociedad construida sobre el consenso socialdemócrata, la gente de Rivera adoptó el paradigma aceptado: un poco de libertad por aquí, mucho paternalismo e ingeniería por acá. Era el “liberalismo social” –la socialdemocracia pasada por el inglés Stuart Mill- presentada con la imagen y la fuerza del PP de Aznar de principios de la década de 1990.

La jugada parecía salir bien a Rajoy cuando en octubre de 2016, tras mucho ruido, fue investido gracias a Ciudadanos. El plan cuadraba. Los chicos de Rivera eran la muleta necesaria, pero nada más. El control de las bambalinas parlamentarias y del escenario del Congreso permitía a los hombres del Presidente recuperar el control de la política. Los numeritos de Iglesias y Montero venían muy bien porque insuflaban vida al que había roto la izquierda y restaban valor a Ciudadanos como freno al populismo.

Ciudadanos, a pesar de llegar tarde a la aplicación el artículo 155, tomó para sí el discurso de defensa del orden constitucional, de la democracia, la españolidad y la sensatez

Pero hete aquí que el PP no estuvo a la altura del golpe de Estado en Cataluña, allí donde justamente los de Rivera son fuertes. Ciudadanos, a pesar de llegar tarde a la aplicación el artículo 155, tomó para sí el discurso de defensa del orden constitucional, de la democracia, la españolidad y la sensatez. Supo ponerse al frente de la reacción popular tras el discurso del Rey y del rechazo al chantaje y al supremacismo, a ese fascismo que sufrimos.

Ciudadanos ha arrebatado al PP la imagen de dique de contención de los populismos en España, ha tomado para sí los principios políticos que los populares de Rajoy abandonaron, y parece ser lo que el Partido Popular podría haber sido; y sus votantes, querido. Ahora, las elecciones autonómicas catalanas pueden marcar el principio del fin de la otra parte del bipartidismo . La sustitución de una marca por otra que se va a producir el 21-D puede ser el ejemplo que se extienda a otros lugares. Solo falta que Ciudadanos no meta la pata, y lo nuevo habrá sustituido a lo viejo.

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