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Opinión

10 Downing Street, mediados de diciembre

Boris Johnson el último día de campaña.

El primer ministro colgó el teléfono y se acercó a la puerta para recibir a su invitado. Cuando entró, lo abrazó, afectuoso. Luego se separó de él, pero manteniéndolo agarrado por los hombros, y le dijo:

–¡Enhorabuena, amigo mío! ¡Lo hemos conseguido!

Dominic Cummings intentó sonreír, pero tan sólo consiguió esbozar una extraña mueca. Luego, se escurrió de entre los brazos de su anfitrión y se dirigió a la mesa del despacho, para sentarse enfrente y sacar unos papeles. Boris Johnson, ya acostumbrado a las extravagancias de su asesor, sonrió, y mientras se acomodaba en su silla, exclamó:

–Bueno, estarás satisfecho, ¿no? ¡Lo hemos conseguido!

Cummings, serio, replicó con desgana:

–Yo no diría eso. De hecho, esto no ha hecho más que empezar.

–¡Pero bueno, no seas cenizo! –bromeó Johnson–. ¿Es que no te permites ni un momento de descanso? ¡Lo hemos conseguido! Farage está hundido, tenemos la mayoría que queríamos, el ERG es irrelevante y habrá Brexit el 1 de febrero. ¿Qué más quieres?

–En febrero no tendremos Brexit. Bueno, sólo de nombre. Dejaremos de ser miembros de la UE, eso sí, y es importante, pero aún estaremos atados a ellos durante bastante tiempo.

–¿Bastante tiempo? Sólo hasta diciembre. ¡Eso no es nada! Haremos un acuerdo rápido y, en enero de 2021, seremos de nuevo libres.

–Tú lo has dicho. Eso no es nada. No da tiempo a hacer un acuerdo.

–¡Pues nos salimos sin acuerdo! –exclamó Johnson, alzando sus brazos.

–¿Estás loco? Salirse sin acuerdo equivale a tener las fronteras atascadas durante años. Alimentos, medicamentos, piezas para la producción de automóviles... Sería un desastre. ¿Qué ganamos con eso?

–¡Diremos que es culpa de la UE!

–No, esta vez no funcionaría. Antes, sí, pero ahora no. Ahora, si las cosas van mal, la gente dirá que les has mentido. Y a la gente no le importa la mentira, salvo cuando la economía va mal. Entonces se multiplica su coste, como el de la corrupción. No, tenemos que salir con un acuerdo razonable.

–¿Cómo? ¡Pero qué dices! Un acuerdo de libre comercio básico, y ya está. No puede ser tan difícil. Libre comercio, y a volar.

–Cómo se nota que no te lees las notas que te paso. Un acuerdo de libre comercio nos vale para poco. Primero, nunca incluye agricultura. Y segundo, no evita el caos aduanero. Con un acuerdo de libre comercio tienes que detener cada envío en frontera, inspeccionarlo, comprobar su origen y dejarlo pasar sin arancel sólo si es europeo. Si entró por Holanda, pero es chino, tendrás que contrastar tu arancel con el europeo, y ajustarlo. Y en alimentos, tendrás que verificar la documentación sanitaria, por lo menos para algunos productos. El mismo caos aduanero que con un no-deal, sólo que sin aranceles bilaterales. Y no nos da tiempo a organizar las fronteras en once meses. En términos de integración económica, no es lo mismo pasar de 0 a 3 que bajar de 10 a 3. Por no hablar de los servicios.

No puedes liberarte de 40 años de integración europea en once meses. Esto llevará años. Hay que ser pacientes

–Pero esto es ridículo, no hay quien te entienda. ¿No querías Brexit? ¿Ahora quieres extender el período transitorio y buscar un Brexit blando?

–Yo lo que quiero es cambiar las cosas. Sólo que, a diferencia de muchos políticos, sé cómo funciona el mundo. No puedes liberarte de 40 años de integración europea en once meses. Esto llevará años. Hay que ser pacientes. Tenemos que exprimir al máximo los beneficios de la integración europea mientras la UE siga existiendo.

Boris frunció el ceño. Cummings se justificó:

–No me mires así, ya lo hemos hablado. La Unión Europea está en caída libre. La integración ya no da más de sí, hay grietas por todas partes. Tarde o temprano llegará una crisis, que pillará a muchos países con sus finanzas exhaustas. No será peor que la de hace diez años, pero sus efectos políticos serán mucho más devastadores. Habrá tensiones en el euro, en los bancos, en la calle. Norte contra sur, Este contra Oeste. Ya no habrá líderes moderados para reaccionar, ni en Alemania ni en Francia. Serán todos mucho más nacionalistas.

–¿De verdad piensas que la UE desaparecerá?

–No, no como tal. Pero quedará hundida en la irrelevancia, en medio de peleas internas. Paralizada. Y entonces será cuando se ponga de manifiesto que nosotros lo vimos venir, que hicimos bien abandonando un Titanic que hacía agua por todas partes. Y, en medio del caos, ese será nuestro momento de gloria. Hasta entonces, hay que aguantar.

Si hay una salida sin acuerdo, o si sufrimos con un acuerdo de libre comercio básico, la presión para la independencia de Escocia será brutal

–¿Y por qué no irnos antes, ahora, ganando tiempo?

–Por lo pronto, porque, si quieres que tu país vuelva a ser algo, necesitas que siga siendo un país, y para eso hay que conservar Escocia e Irlanda del Norte. Si hay una salida sin acuerdo, o si sufrimos con un acuerdo de libre comercio básico, la presión para la independencia de Escocia será brutal.

–¡No pienso concederles un referéndum! –gritó Johnson, enfadado.

–Por supuesto que no, pero en el anterior les vendieron la pertenencia a la UE como argumento para quedarse. Ahora la mayoría del SNP es aplastante. Si salimos de la UE de mala manera y hay crisis, nos esperan años de presión que te impedirán concentrarte en lo importante. Y un país demasiado ocupado consigo mismo no puede mirar hacia el futuro. Mira España.

–¿E Irlanda del Norte? ¿Qué va a pasar ahí?

–Tu última negociación no ha dejado muchos amigos, y ha debilitado a los unionistas, que por primera vez tienen menos diputados que los nacionalistas. Pronto se verá que, por supuesto, habrá controles aduaneros en el mar de Irlanda, eso ya no se podrá ocultar. Y encima, si salimos mal y a ellos, muy integrados en Europa, les va bien, habrá muchos que piensen que por qué les tienen que dictar las normas desde Londres. No veo imposible en unos años una ligera mayoría a favor de la reunificación, y ya sabes que ahí el referéndum ya no es potestativo, como en Escocia, sino obligatorio, por los Acuerdos de Viernes Santo.

–¿Y cómo vas a convencer a los escoceses para que se queden?

–Creo que gran parte del voto nacionalista escocés es aún económico, y se desactivaría si la salida de la UE fuera más blanda. Si salimos mal o dejamos pasar el tiempo, lo económico dará paso a lo identitario y será todo más difícil. Hay que prometerles que su economía no se resentirá, ofrecerles ayuda, muchas inversiones e incluso algunas competencias. Ganar tiempo, mientras, con un poco de suerte, la UE deja de ser una alternativa atractiva. Aquí tenemos algo de margen.

–Pero entonces qué hacemos, ¿meternos en una unión aduanera? ¡Se me va a poner cara de Theresa May!

–No, no como tal. Llámalo cooperación arancelaria, o yo qué sé. Ya encontraremos la forma de rebautizarla y venderla. La gente no entiende de estas cosas. Además, seguro que la UE admite que, en futuros acuerdos de libre comercio europeos podamos tener algo de voz en lo que a aranceles se refiere. Y recuerda: siempre podremos salirnos. Ya te dije que Trump nos ofrecerá un acuerdo comercial marco, pero sin apenas sustancia: pura publicidad. Él sólo sabe mirar por sus intereses, mira cómo está presionando a Japón para que no construyamos sus nuevos aviones F-3. Y tampoco nos va a dejar vender allí gratis nuestros coches hasta que no seamos capaces de producirlos aquí con muchos menos componentes europeos. Eso llevará tiempo.

–¿Y China? –preguntó el primer ministro.

–Incompatible con Estados Unidos –respondió Cummings, sin levantar la vista de sus papeles.

–¿Entonces, pedimos prórroga del período transitorio en junio?

–No, ni hablar, perderíamos toda la presión negociadora. Hay que decir que no vamos a pedir extensión.

–¡No pienso decir otra vez lo de la zanja! –gruñó Johnson.

–Incluso ponerlo por escrito en una ley –prosiguió Cummings–. Sobre todo, ahora que las hacemos nosotros, y no el Parlamento, y podemos cambiarla cuando queramos. Dejar pasar la fecha del 1 de julio. Y más adelante, cuando se acerque diciembre, si hace falta, solicitar una extensión. A la UE le interesa, no lo va a impedir. Iremos arañando acuerdos en sectores que nos convengan. Poco a poco, convenciendo a distintos Estados miembros, según sus intereses. Ahora que lo de Irlanda se ha solucionado, es más fácil jugar con ellos.

–Ya lo dijo César: ¡divide et impera! –interrumpió Johnson, queriendo hacerse el culto.

–Y Sun Tzu cinco siglos antes –musitó Cummings–. Necesitamos acuerdos en algunos sectores de servicios. Y tenemos contrapartidas: aún somos imprescindibles para su política de defensa.

–¿Y la “Singapur del Támesis”?

–Ni de broma. No están los tiempos para eso. No vas a alienarte el voto del cinturón rojo del nordeste que acabas de conseguir antes de empezar a gobernar, y la Comisión y la OCDE se te echarían encima. No, no puedes ser el primer ministro de las multinacionales, o el enemigo del medio ambiente. Demasiado arriesgado. Y enfrente ya no vamos a tener a Corbyn, sino probablemente a alguien más listo que lo aprovecharía bien.

–Entonces, ¿otra vez empieza el show? –suspiró Johnson, resignado.

–Otra vez empieza el show.

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