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Opinión

Los dos miedos de Puigdemont

Los dos miedos de Puigdemont

Ante lo que pueda suceder este martes en la sesión del Parlament solo caben dos posibilidades: o Puigdemont, que es quien la convoca en calidad de President, proclama la DUI o no la proclama. Ambas cosas lo tienen atemorizado, porque si una es complicada, la otra lo es más.

O el 155 o la kale borroka

En las filas del PDeCAT hace tiempo que se percibe una angustia brutal, un miedo a lo que pueda acabar pasando y a las consecuencias que se deriven. El nacionalismo convergente, porque eso es en definitiva el “nuevo” partido nacionalista, se ha caracterizado siempre por el cambalache, el compadreo, el negocio fácil y poco claro y no por el heroísmo, el coraje o la generosidad. Les importa más su patrimonio que la patria, el sillón que Cataluña y la supervivencia que el interés general.

No es extraño que Artur Mas culpase a los voluntarios en su declaración ante el juez, que Francesc Homs preguntase sobre si podía asesorar al partido si lo inhabilitaban o que Joana Ortega suplicase que se le aplicara ya mismo la sentencia de inhabilitación para cargo público, al querer optar a la candidatura del PDeCAT a la alcaldía de Barcelona. Es su condición, forzar la cuerda hasta que se rompe para luego intentar pasar por inocentes y regatear con el Estado de Derecho.

El nacionalismo convergente se ha caracterizado siempre por el cambalache y el compadreo, y no por el heroísmo, el coraje o la generosidad. Les importa más su patrimonio que la patria"

Debido a ese tarannà, a ese carácter, unido a una actitud de superioridad moral, un supremacismo político y un desprecio absoluto hacia todos los que no pensamos como ellos, los procesistas han acabado cada día más y más encerrados en una burbuja totalmente irreal y apartada de lo que pasa en la calle. De nada han servido las advertencias de la Unión Europea, de los diferentes gobiernos que la componen, de políticos y juristas, ni siquiera de las sentencias que ya pesan en contra de ellos. Se han acabado convenciendo de que sus soflamas hechas para los estómagos de los acólitos independentistas son palabra de Dios.

Ahora, sin embargo, ha llegado el momento de la verdad. O proclaman la independencia o sus propios votantes les van a llamar de todo. La firmeza del estado, que no del gobierno de Mariano Rajoy, cuidado, de los jueces y fiscales y de las fuerzas y cuerpos de seguridad, han dejado al Govern de la Generalitat atónito. El golpe de gracia ha sido la partida de Cataluña de las empresas más representativas, unida a la impresionante manifestación del pasado domingo. Pero ¿qué se esperaban? ¿Que su jardín de parvulitos para niños ricos iba a ser eterno? ¿Qué podían poner a toda una nación de rodillas para ocultar sus corruptelas y hacerlas pasar por una gesta patriótica?

De ahí su incomprensión ante el escenario actual y su también, digámoslo muy claro, miedo. Porque en el Govern, en el grupo de Junts pel Sí, entre los miembros de la ANC y de Òmnium, hay miedo, mucho miedo, un miedo cobarde, pero miedo al fin. Los que han lanzado bravatas de insensato calado encima de los coches de la Benemérita, los que llevan augurando la independencia desde hace más de cinco años, los que viven de la ubérrima y nutriente teta millonaria del proceso ven cómo todo su tinglado está a punto de desaparecer.

Puigdemont está solo, más solo que nunca, porque nadie quiere asociar su futuro a un cadáver político. Haga lo que haga está acabado, como están acabados Artur Mas, Jordi Pujol, o el que tenía que ser l’hereu, el heredero del trono convergente, su hijo Oriol Pujol Ferrusola. Delenda est monarquia, bien podríamos decir. Aunque, en lo que a miedos se refiere, Oriol Junqueras es quien acumula mayores temores, porque sabe que podría ser el ganador en las próximas elecciones autonómicas, que ya se vislumbran en el horizonte con claridad, pero también es conocedor de que, en el caso de que lo inhabilitasen, él no podría presentarse, convirtiéndose en el Moisés de Esquerra, capaz de llevar a su partido hasta la tierra prometida pero incapaz de entrar en ella.

Puigdemont está solo, más solo que nunca, porque nadie quiere asociar su futuro a un cadáver político. Haga lo que haga está acabado, como están acabados Artur Mas y Jordi Pujol"

Hay un arma de doble filo, una espada de Damocles que pende encima de las cabezas de todos los prohombres que quisieron ser Bolívar y se quedaron en mozos de cuadra: el artículo 155 de la Constitución. El riesgo de perder prebendas y patrimonio les hace estremecer de pavor, ese es el nivel de los héroes de la estelada. Por otro lado, siendo profundamente conservadores, el solo hecho de no aprobar la DUI y exponerse a que las CUP desencadenen una ola de violencia callejera en Cataluña como no se ha visto desde el 36 los aterroriza de igual forma. Ya lo están gritando por todos sus foros, y aquí los conocidos como Comités Defensores de la República, de los que he hablado en otro artículo, serían una pieza fundamental. Añadamos a eso que la ANC ha convocado una concentración delante del Parlament. ¿Es para presionar a los líderes independentistas, es para intimidar a la oposición, es para, como señalé hace poco, organizar un Maidan a la catalana? Comprendan ustedes que a los hijos de la burguesía catalana les entren los temblores de la muerte al imaginar tener que enfrentarse a esos tribunales populares chequistas.

Hasta esta encrucijada nos ha llevado la demagogia de unos y la ingenuidad de otros. O les cortan la cabeza las leyes democráticas o se la cortará la turbamulta pseudo revolucionaria. Puigdemont se devana los sesos pensando cómo demonios va a conseguir la cuadratura del círculo.

La solución Tremosa

Ramón Tremosa es un eurodiputado convergente que es, en no poca medida, responsable de los sonados fracasos que el proceso ha ido sumando en el extranjero. No ha sido por lealtad al orden constitucional ni por sentido común, al contrario, si ha cosechado pifia detrás de pifia es porque no da para más. Las conferencias de Mas o Puigdemont en sede parlamentaria europea con la única asistencia de altos cargos de la Generalitat llegados desde Cataluña, el no rotundo de las instituciones europeas al proceso o el fiasco de la gira norteamericana de Puigdemont solo serían algunos hitos de quien se creyó Tayllerand y apenas ha llegado a Mortadelo. Este es el hombre que captó en su día a Raül Romeva, el dijéramos ministro de Asuntos Exteriores del Govern, que anda por los pasillos lamentando que no exista otra posibilidad que la DUI, pidiendo una oportunidad como hiciera aquel torero fugazmente famoso, El Platanito.

Pues bien, con todos estos éxitos en su carpeta, Tremosa ha propuesto algo muy parecido a aquella indemnización en diferido de la que habló María Dolores de Cospedal a propósito del despido de Bárcenas. Se trata de una idea digna de figurar en los anales de la historia: se proclama la DUI para contentar a las CUP y cumplir con el electorado y, rápida e inmediatamente, se suspende para dar tiempo al Estado y al Govern a entablar negociaciones. Independencia en diferido, un concepto de similar calado al de democracia orgánica, ya puestos.

La idea de Tremosa es digna de figurar en los anales de la historia: se proclama la DUI para contentar a las CUP y cumplir con el electorado y, rápida e inmediatamente, se suspende para dar tiempo al Estado y al Govern a entablar negociaciones"

Todo indica que a Puigdemont no le desagrada la humorada de su conmilitón y está sopesando seriamente proponerla al Parlament. Solo la puntita, que diría el clásico. Me amparo en unas cuentas similares a las del Gran Capitán, digo que hay dos millones de catalanes que desean la independencia, la proclamo y, luego, como el que no quiere la cosa, la dejo en suspenso a ver si se aparece la Virgen y el gobierno pacta algo.

Quizá su discurso podría ser éste: échame algo, échame un céntimo, échame lo que sea, pero, por tu padre, Mariano, dame un pequeño resquicio para poder salvar la cara del nacionalismo burgués, anda. Échame algo, que van a venir las CUP y nos van a dar la del pulpo a todos, anda, échame una limosnita, un párrafo en el preámbulo de la Constitución donde se diga que los catalanes somos la leche, un blindaje en competencias de educación y cultura, una pasta en la financiación, algo que sea como el cupo vasco, pero sin serlo, échame una singularidad, un capote, una cortina de humo porque yo, que vengo de familia de pasteleros, no sé cómo pastelear todo esto.

Se huele el miedo cuando pasas por delante de la puerta del Palau de la Generalitat. Es el olor a miedo de quien sabe que la policía va a venir a detenerlo, más pronto que tarde, por haber cometido un delito. El miedo a quien, creyéndose impune en virtud de su estelada y sus consignas propagandísticas, ha acabado por darse cuenta de que, en democracia, todos los ciudadanos somos iguales.

A esto los clásicos lo llamaban némesis.

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