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Opinión

Las distracciones de los macarras de la moral

Hemos retrocedido décadas en términos de libertades cívicas, de respeto a la verdad, a la justicia, a la libertad, a la igualdad

Margaret Thatcher

Hay una decadencia y un declive notorio de las democracias occidentales. No se trata sólo de un descenso a los infiernos de la calidad y frescura de nuestras democracias. Es un hecho evidente que ahora hay mucha menos libertad que a principios de los años 80. Hemos retrocedido décadas en términos de libertades cívicas, de respeto a la verdad, a la justicia, a la libertad, a la igualdad. La contraposición crítica y educada de ideas brilla por su ausencia, bien por el conjunto vacío de la inmensa mayoría de quienes deberían activar la cosa pública, que la han transformado en un mero espectáculo inconexo, donde la banalidad y la frivolidad se antepone a la verdad; y/o, simplemente, porque se imponen unos intereses de clase que, a modo de censura, bloquean todo aquello que se mueva del paradigma dominante, el neoliberalismo. Digámoslo claramente, unos psicópatas desde sus consejos de administración, con la ayuda inestimable de una cohorte de políticos, intelectuales y periodistas mediocres, en nombre de la pasta, han mercantilizado todos los aspectos y facetas de la vida humana, prostituyendo nuestra democracia.

Lo peor es que el descenso a los infiernos de nuestras democracias se ha llevado por delante las expectativas de vida de la inmensa mayoría de la ciudadanía. Salvo la superclase, el resto de ciudadanos viven mucho peor que a finales de los años 90. Esto afecta a todas las democracias. Aquí, en nuestra querida España –véase “Las Redes de Poder en España: élites e Intereses contra la Democracia” de Andrés Villena-; en Francia –véase Les luttes de classes en France au XXI Siècle de Emmanuel Todd; en Reino Unido o en los Estados Unidos –véase The future of Capitalism: Faxing the New Anxieties de Paul Collier o Democracy Incorporated: Managed Democracy and the Specter of Inverted Totalitarianism de Sheldon Wolin. Da igual. Hay tanto una falta de oportunidades para una gran mayoría, como un aumento de los costes de los bienes esenciales –sobretodo vivienda-. Como corolario, nuestro nivel de vida está en declive. El problema es que en España la ración es doble.

Patriotas de hojalata

El paradigma dominante no funciona. Ya lo sabemos. Su obra más reciente, la Gran Recesión, es un buen ejemplo de ello. Pero no cede un ápice. Ante una visión uniforme y excluyente de la sociedad; ante una legitimación de la desigualdad; frente al sarpullido que supone para estos psicópatas los mecanismos de reparto; frente a una privatización escandalosa y vergonzante de los servicios públicos; frente a la normalización de la corrupción; frente al cambio climático, estos psicópatas muestran un desenfreno desmedido. Prometen doble taza.

Para ello recurren, como siempre, a los macarras de la moral, los patriotas de hojalata. Y nos llenan hojas y hojas de problemas que ellos mismos crean, pero que son irrelevantes para la inmensa mayoría de la ciudadanía –la guerra de banderas, el enfrentamiento entre comunidades, el pin parental, las mentiras sobre la inmigración…- Pura distracción. Pan y circo.  Lo fundamental, la vivienda, el ascensor social, el salario, la educación de nuestros hijos, la dignidad de las personas y un largo etcétera pasan a un segundo plano. De ello no se habla, se oculta, o a quien osa ponerlo encima de la mesa se le arrincona, se le margina, se le persigue, y, en algunas “supuestas” democracias, se les elimina.

Las ansias de entrar en la Unión Europea, abrazar el euro y su neoliberalismo implícito, conllevaron  efectos colaterales perversos

En nuestro país la decadencia y la degradación tienen nombres y apellidos. Tras el esfuerzo colectivo que supuso la llegada de la democracia, el papel apasionado de muchos prohombres, de distintas ideas y concepciones, que consiguieron, frente al ruido continuo de sables, su consolidación, bajamos los brazos, y empezó nuestra perdición. Las ansias de entrar en la Unión Europea, abrazar el euro y su neoliberalismo implícito, conllevaron multitud de efectos colaterales perversos. El más importante, la enorme corrupción y la extracción de rentas que supuso el proceso de privatización de los otrora monopolios naturales.

Solo ha servido para llenar los bolsillos de los miembros de sus consejos de administración, encarecer los precios de los servicios que ofrecen, con una calidad muy deficiente, por cierto, siendo en muchos casos una rémora para un cambio de modelo productivo. ¿Y qué me dicen de los programas de colaboración público-privados? Un inmenso fraude, una extracción de rentas en toda regla, y nuevos nichos de corrupción. No solo ha pasado en España. Si quieren ver lo que pasó en el Reino Unido de Margaret Thatcher, lean  “Privatization and Economic Performance Throughout the UK Business Cycle” de Stephen Martin y David Parker.

Un auténtico fracaso

Nuestro modelo productivo es resultado de esas decisiones. Se sustenta en actividades intensivas en mano de obra –turismo, burbujas, pelotazos, servicios de bajo valor añadido…-. El Ibex 35, salvo dos o tres empresas, es un auténtico desastre y drama para nuestro país. Lo conforma un sistema bancario, que como en el resto de Occidente, controla al Estado pero que depende de sus arcas para subsistir. El Ibex 35 genera muy poco valor añadido y su proceso de internalización ha sido un fracaso rotundo, épico. Y además no invierten un carajo en los españoles, es decir, en inversiones productivas patrias. Solo reparten dividendos y recompran acciones. Resultado, una caída del índice desde la entrada del siglo XXI. ¿Para cuándo un análisis crítico de todo ello?

Pero no todo fueron sombras. Junto al Ibex 35, que, salvo 2 o 3 compañías, son meros oligopolios extractores de rentas, surgió un sector manufacturero patrio exportador extraordinario de la mano de auténticos productores. Gracias a ello nuestras exportaciones no dejan de crecer desde 1994. El problema es que, ante la inacción de nuestros gobiernos, el capital foráneo ya no solo se adentró a controlar nuestro mercado inmobiliario, fijando el precio de los alquileres, sino que empezó a asaltar nuestro sector industrial exportador. Como consecuencia las decisiones de inversión, de plantilla y de salarios se empiezan a fijar allende nuestras fronteras.

La contrapartida de todo este modelo productivo ha sido un endeudamiento masivo, inicialmente privado, asociado a la burbuja inmobiliaria y al proceso de internacionalización de nuestros prohombres del Ibex 35. Tras estallar la burbuja inmobiliaria, al no reestructurarse el sector bancario a costa de acreedores foráneos y no implementar las correspondientes quitas de deuda privada, España entró en una crisis sistémica de deuda privada. La contrapartida, ya la conocen ustedes, fue un mayor endeudamiento soberano –algunos economistas y tertulianos siguen sin entender las balanzas sectoriales-. La deuda creciente primero fue privada (en 2008 de los 4 billones de euros de deuda de España, 3,5 eran privada),  y ahora mixta (de los 4,1 billones, 2,4 billones son deuda privada y 1,7 deuda soberana).

Ante ello, que los macarras de la moral, los patriotas de hojalata ¡sigan distrayéndonos con problemas inventados y superfluos! Como dice la canción, “hay que seguirles a ciegas, y serles devotos.  Creerles a pies juntillas y darles la razón, que el que no se quede quieto no sale en la foto...”. ¡Pues eso!

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