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Opinión

Los días extraños

Seguramente pronto volveremos al estrés.

En el canto IX de la Odisea homérica se cuenta en apenas unas líneas que Ulises y sus hombres arribaron al país de los Lotófagos que, como su nombre indica, eran un pueblo que se alimentaba de la miel extraída de la flor de loto. El héroe envió a algunos de sus hombres a conocer a los pobladores de esta tierra. Cuando los griegos probaron el dulce fruto del loto, se sintieron tan bien que olvidaron regresar a Ítaca y sólo querían darse a la vida hedonista, sin preocupaciones, memoria ni futuro, hasta el punto de que Ulises tuvo que atar a sus tripulantes a los barcos para obligarlos a volver a casa. Un extraño episodio cuyo significado todavía se debate hoy entre los académicos de la cosa pero que por su naturaleza resulta precisamente imposible de olvidar

Vistos con la perspectiva de una vida, estos cien días de pandemia y alarma que acabamos de vivir juntos, un servidor narrando la nueva cotidianidad y ustedes leyendo al respecto, pero todos juntos, al cabo, también componen un episodio igualmente fugaz y minúsculo. Pero, sobre todo, han sido días tan extraños como inolvidables. ¿Cómo los recordaremos cuando hayan pasado uno, cinco o diez años? No tengo ni la menor idea, pero sí creo que siempre serán especiales, por trágicos y dolorosos pero también por distintos y novedosos. Aunque vengan otros rebrotes u otras pandemias, nada será tan sorprendente y rompedor como esto. 

En esta nueva anormalidad y en las normalidades siguientes, todo englobado en eso que llaman tal vez exageradamente "el mundo post-covid", nos pasarán tantas cosas y a tanta velocidad que es probable que pronto relativicemos lo acontecido. Por lo visto en este primer día laborable sin estado de alarma en toda España, pronto volverán, si es que no han vuelto ya, las prisas y el estrés, de manera que habrá menos tiempo para la reflexión. No olvidaremos esta etapa, pero lógicamente dejará de estar en primer plano. Como han ocurrido unas cuantas cosas, permítanme un pequeño repaso. 

Conocimos mucho mejor a nuestros vecinos y nos quedamos sin papel higiénico o cerveza en el supermercado. Nos acostumbramos a nuevas experiencias como las cañas virtuales o el teletrabajo

Empezamos este viaje hablando de los aplausos que encandilaban a mi hijo y a otros muchos niños. Sufrimos las peleas conyugales por bajar a comprar el pan o tirar la basura. En las familias jugamos a mil y un juegos para divertir a unos pequeños más maltratados que el resto de confinados. Conocimos mucho mejor a nuestros vecinos y nos quedamos sin papel higiénico o cerveza en el supermercado. Nos acostumbramos a nuevas experiencias como las cañas virtuales o el teletrabajo. Padecimos por la falta de contacto, aunque no teníamos derecho a quejarnos demasiado en comparación con quienes llenaban los hospitales y las funerarias. 

Conocimos el placer del chándal y experimentamos cambios estéticos para no aburrirnos. Valoramos más que nunca a los sanitarios, pero también a los profesionales que se ocupaban de nuestros hijos. No celebramos el Día del Padre ni la Semana Santa como antes. Recibimos demasiados bulos y nos pasaron cosas inauditas en el súper, en los balcones o en la cola del banco. Limpiamos, cocinamos y miramos por la ventana más de lo que lo haríamos en tres vidas. Inventamos otras formas de celebrar los cumpleaños y obligamos a los abuelos a modernizarse para ver a sus nietos en las pantallas. 

Temimos un futuro sin rebajas ni playas en verano ni clases en los colegios. Y poco a poco fuimos retomando los viejos usos y costumbres en las terrazas, las peluquerías, las tiendas o las pistas deportivas

Sentimos envidia de quienes tienen perros que pasear. Dividimos el día en franjas y la vida en fases. Adoptamos un nuevo vocabulario que nunca habíamos imaginado. Asistimos una vez más al espectáculo dantesco y cainita de la política patria. Soñamos, pensamos, leímos y engordamos más de lo habitual. Temimos un futuro sin rebajas ni playas en verano ni clases en los colegios. Y poco a poco fuimos retomando los viejos usos y costumbres en las terrazas, las peluquerías, las tiendas o las pistas deportivas. Todo ello, claro está, sin perder de vista la desproporcionada tragedia que suponen tantos y tantos muertos por el virus

Como todo tiene un final, aquí se acaba esta pequeña odisea conjunta que espero les haya servido de algo durante estos días esencialmente extraños. Gracias a quienes me permitieron escribir sobre este período único y gracias también a los que hayan leído estos artículos. El placer ha sido mío. Pero tal vez volvamos a encontrarnos. Nunca se sabe. En la Odisea, después del episodio de los Lotófagos llega el de los Cíclopes, que es mucho más entretenido. 

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