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Opinión

Ni un día más

Carles Puigdemont y Quim Torra en una imagen de archivo.

Últimamente no voy demasiado a Barcelona, mi ciudad natal, la de los tres Alejos Vidal-Quadras que me precedieron en línea directa, mi padre, mi abuelo y mi bisabuelo, de mi hijo mayor, Alejo, y de mi nieto Alejo. Esta larga lista de Alejos Vidal-Quadras o Aleix Vidal-Quadras nacidos en Barcelona que abarca seis generaciones me suscita una perplejidad: ¿Cómo es que yo tengo perfectamente acomodada mi múltiple identidad barcelonesa, catalana, española y europea y esa sexta parte de independentistas nacidos en el resto de España necesita perentoriamente un Estado propio que defienda su desbordante, incendiaria, recién adquirida y al parecer excluyente identidad catalana? La conclusión es que el problema de Cataluña no es ser una nación sin Estado, sino una región donde no hay suficientes psiquiatras.

Cuando visito mi ciudad los recuerdos se agolpan en mi cerebro y hay uno en particular que ha quedado grabado en mi memoria. Se trata de la primera sesión de investidura a la que asistí en el Parlamento de Cataluña el 29 de Mayo de 1988. Jordi Pujol se encontraba en la cúspide de su gloria y transido de sus dos grandes amores, su amor al dinero ajeno y su amor a Cataluña, por este orden. Es como si lo estuviera viendo. Subió a la tribuna, emitió su característico carraspeo, torció la cabeza en perfecta concordancia con su carácter, es decir, en ángulo oblicuo, y pronunció solemnemente unas palabras que siempre tengo presentes. Dijo:

Catalunya es una nació. Ho és per la seva cultura i el seu dret, ho és per la seva historia, que ha seguit el seu propi camí, ho és per les seves institucions, ho és per la seva mentalitat col.lectiva, ho és per la seva colocació própia en el context general espanyol, europeu i mediterrani, ho és per la consciència que té de tot això i per la voluntat de defensar-ho”

Mis facultades analíticas se pusieron de inmediato a trabajar -yo procedo de las ciencias duras- y me pregunté: ¿Mentalidad colectiva? ¿Qué es eso? ¿Siete millones de personas pensando lo mismo a la vez? Un estremecimiento premonitorio recorrió mi cuerpo. Y ¿defenderse? Los catalanes ¿hemos de defendernos? ¿De qué? Ya entonces Cataluña disponía de un Parlamento con amplísimas facultades legislativas, un Gobierno, un abultado presupuesto, una bandera, un himno, lengua co-oficial, decenas de miles de funcionarios, competencias exclusivas en educación, en sanidad, Pujol recorría España en olor de multitudes acogido como hombre de Estado y paradigma de seny y bonhomía, por tanto ¿cuál era la amenaza? Y comprendí que si la amenaza no existía, habría que inventarla, y volví a estremecerme.

Tuve así, sentado en mi escaño en aquel ya lejano año de 1988, un primer atisbo en la elocuente perorata del Muy Imputable de un concepto perverso de nación, el de nación entendida como el depósito de una identidad étnica, lingüística y cultural estática, inconmovible y eterna, de una entidad antropomórfica dotada de mente y voluntad a la que los individuos que la forman deben reverencia, acatamiento y renuncia a cualquier rasgo de su personal forma de estar en el mundo en aras de la supremacía y la plenitud de ese ídolo exigente, implacable, absoluto y frecuentemente sangriento. En ese momento comprendí que mi vida adquiría pleno sentido: oponerme a este horror con todas mis fuerzas hasta neutralizarlo por completo. Y eso es lo que he venido haciendo, junto con otros muchos catalanes no abducidos por el nacionalismo, compatibilizando esta absorbente misión con otras actividades, más que nada por una cuestión de salud mental.

Los separatistas nunca conseguirán una Cataluña independiente, pero sí una Cataluña arruinada. Persiguen la soberanía y la prosperidad y alcanzarán la intervención de la Autonomía y la miseria

Tras cuarenta años de engaños, sobornos e ingeniería social implacable, los líderes separatistas han conseguido convencer a la mitad de los catalanes de que la Autonomía no es suficiente y de que necesitan la Independencia. El brillante resultado de esta larga y costosa operación es que se quedarán sin Independencia y sin Autonomía. Los separatistas nunca conseguirán una Cataluña independiente, pero sí una Cataluña arruinada. Persiguen la soberanía y la prosperidad y alcanzarán la intervención de la Autonomía y la miseria. Soñaban en ser la Dinamarca del Sur y corren el riesgo de ser la Siria del Oeste.

Hoy la mitad de los catalanes están furiosos y frustrados porque los separatistas les han prometido lo que nunca tendrán, porque es imposible. Y la otra mitad están furiosos y frustrados porque los separatistas les quieren transformar en extranjeros en su propio país saltándose la Constitución y las leyes. Por tanto, la totalidad de los catalanes están furiosos y frustrados y los separatistas han conseguido por fin su objetivo: en su furia y en su frustración, los catalanes ya son un solo pueblo, un sol poble, un solo pueblo de gente frustrada y furiosa.

Supremacía etnica

Se ha partido desde la Transición de conceptos equivocados, de planteamientos irreales, de un ingenuo wishful thinking. Se creyó que cambiando la estructura territorial del Estado y proporcionando a los nacionalistas todos los elementos para destruirlo no lo harían y respetarían las reglas del juego. Se olvidó que el nacionalismo identitario es una ideología intrínsecamente perversa, necesariamente destructiva e inevitablemente violenta. Al operar sobre sociedades plurales impone coactivamente una determinada lengua, la supremacía de un grupo étnico concreto y una particular y sesgada interpretación de la Historia. El resultado no puede ser otro que el enfrentamiento, la división, la violencia, la inestabilidad social y el empobrecimiento económico, como quedó inapelablemente demostrado en el siglo pasado.

La solución no es dar a los separatistas más autogobierno, más dinero y más reconocimiento simbólico, una pulmonía aguda no se cura inyectando más neumococos. Los que proponen eso, negociación, diálogo, más concesiones, o tienen nublado el juicio o son colaboracionistas conscientes o inconscientes, y el colaboracionismo es una posición escasamente honrosa cuando la democracia y la libertad están amenazadas, algo que debiera considerar seriamente Miguel Iceta.

España no debe ser ni un día más el único Estado del mundo y de la Historia que proporciona absurdamente a su peor enemigo los medios para que lo destruya

Hemos llegado a un punto en el que no queda otro camino que privar a los golpistas de todos los medios e instrumentos que están empleando para liquidar a España como Nación democrática, unida, plural y próspera. Es urgente la intervención de la Autonomía y la formación de un Gobierno de concentración nacional de todas las fuerzas constitucionalistas sin excepción, como sucedería si la agresión inequívocamente existencial viniese del exterior. Y esa medida, sin duda traumática y drástica, pero insoslayable, debe ir acompañada de la petición del apoyo solidario de los restantes Estados Miembros de la UE y de la comunidad internacional.

España no debe ser ni un día más el único Estado del mundo y de la Historia que proporciona absurdamente a su peor enemigo los medios para que lo destruya. Hemos de poner fin de una vez por todas a esta anomalía masoquista. El 10 de Noviembre se nos presenta una oportunidad que quizá sea la última. Si no la aprovechamos, mereceremos lo que nos suceda. Y la certidumbre de que algunos hicimos todo lo que pudimos, no será un consuelo, sino la constatación de un imperdonable fracaso. No nos lo podemos permitir y quiero creer que no lo permitiremos.

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