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Opinión

Tres grandes falacias sobre desigualdad

Una mujer embarazada comprueba la ropa hecha para marcas internacionales en una fábrica de prendas de vestir en la provincia de Dong Nai, Vietnam

Mi tesis doctoral versó sobre cambio tecnológico, educación y desigualdad. Desde que me iniciara en ello, hace quince años, he leído artículos e informes, he estudiado libros y, sobre todo, he analizado cientos de gigas de datos para aportar mi granito de arena a la literatura. Al cabo de tantos años de estudio, solo llego a comprender que no hay una sola causa que explique por sí sola la evolución de la desigualdad, entendiendo que son muchas las explicaciones posibles, la mayoría complementarias entre ellas. Pero también he llegado a comprender, por lo que se va trabajando, que a pesar de que no hay una única explicación, algunas dominan sobre otras, de tal modo que las evidencias se terminan por apilar dibujando un corpus más o menos definido.

Sin embargo, existen economistas de la prosa, no muy amigos del número e incluso beligerantes con los datos, que se afanan en afirmar que todos estos análisis están equivocados. Según se desprenden de dichos economistas, los que estudiamos la desigualdad llegamos a tales conclusiones porque conformamos algo parecido a una camarilla roja al servicio de un discurso peudo-progre, por supuesto mal intencionado, que tratamos de hacer creer al resto de los mortales que la desigualdad hunde en gran parte sus raíces en la propia dinámica del mercado, algo que el ancestral oráculo libertario, al que pertenecen estos economistas prosistas, niega vehementemente. Para ellos, la desigualdad se explica por solo tres razones que, por supuesto, siempre son originados en las tripas del gran Leviatán. A saber: unos malvados bancos centrales que la provocan con sus políticas erróneas de control monetario, un estado que se injiere en exceso y, en tercer lugar, por una educación pública incapaz de prever unos cambios tecnológicos exigentes.

La política monetaria

Que una política monetaria contra-cíclica de bajos tipos de interés pueda elevar los rendimientos de ciertos activos financieros, cuya propiedad suele estar sesgada hacia familias con mayores patrimonios y esto fomentar la desigualdad, es un argumento que creo puede tener validez. Hay cierta evidencia de ello, por lo que podríamos incluir esta explicación en la larga lista de posibles candidatas. Pero existen otras explicaciones que igualmente pueden llevarnos a encontrar que estas mismas políticas pueden tener un efecto contrario sobre la desigualdad. Por ejemplo, porque mejoren el acceso al crédito, porque reduzcan el desempleo, porque reduzcan los costes financieros a aquellos que tienen una posición deudora neta, etcétera. Además, y asumiendo que el efecto de las políticas monetarias puede ser muy ambiguo, esta sería una de muchísimas otras explicaciones que no es razonable descartar, cuando además estas tienen mucha mayor relevancia empírica. Creo que Daron Acemoglu, David Autor, Kevin M. Murphy, David Card, John E. DiNardo, Brooks Pierce, Stephen Machin, J. van Reen, David Dorn, Nicole Fortin, Thomas Lemieux, Matías Cortés, Lawrence Katz, Goldin, Eli Berman, John Bound, Enmanuel Saez, Thomas Piketty, Anthony Atkinson, Nicholas Bloom, Thomas Phillipon, Branko Milanovic, Stefanie Stantcheva, Per Krusell, Oded Galor, Omer Moav, Tony Smith, Gustavo Ventura, Martin Gervais, Facundo Alvaredo, Peter Gottschalk, Sergio Firpo, Dirk Krueger, Fabrizio Perri, Amin Sufi, Kurt Minam, Greg Kaplan, Benjamín Moll , Makoto Nakajima, Antonia Díaz, Javier Díaz Giménez, Josep Pijoan, Laura Hospido, Jorge Onrubia, Olimpia Bover, Lee E. Ohanian, José-Víctor Ríos-Rull, Giovanni L. Violantel, Luis Ayala, Nacho González, Clara Martínez-Toledano, Miguel Artola o Enrico Moretti, entre otros, no van a estar, todos, equivocados, ¿no?

Una falacia muy repetida es que es el Estado quien genera la desigualdad, cuando los países que más han experimentado un aumento de la desigualdad son precisamente aquellos donde menos peso tiene el Estado"

Gracias a ellos y a muchos más se ha conseguido delimitar una realidad compleja, que no puede descansar en explicaciones sencillas ni simples, y que de un modo muy resumido nos cuenta que la evolución de la desigualdad tiene cimientos basados en el cambio tecnológico, en el desarrollo del comercio global, en los mercados financieros y sus restricciones de crédito o en el desmantelamiento de algunas instituciones laborales que actuaban como compresor salarial, de nuevo, entre otros factores. También que las grandes corporaciones explican parte de la desigualdad, así como la externalización de las actividades. Es decir, puede que las políticas monetarias expliquen algo, pero no sabemos en qué sentido. Y, además, les aseguro que si ordenáramos todas las razones de más a menos importante, no aparecería hasta muy avanzada esta y con una capacidad explicativa mínima.

La injerencia del Estado

Una segunda falacia es que es el Estado quien genera la desigualdad. Esta afirmación no necesita ni de un solo trabajo para desmontarla, aunque los hay. Los países que más han experimentado un aumento de la desigualdad son precisamente aquellos donde menos peso tiene el Estado. Los países con instituciones laborales más fuertes (no argumento su validez o maldad, solo hechos) son países que han experimentado menores aumentos de la desigualdad. Si no se lo creen, les invito a buscar en la literatura. Empiecen por un tal Acemoglu. Además, el Estado provee mecanismos de aseguramiento que permiten reducir la desigualdad consecuencia de eventos idiosincráticos (salud, posición social, desempleo, estrés financiero, etc.) para los cuales el mercado no tiene herramientas de cobertura. Lo que hace el Estado, paradójicamente e incomprensiblemente para muchos, es precisamente tratar de replicar instituciones que hagan que la economía se parezca más al ideal de libre mercado.

La educación pública

En tercer lugar, algunos argumentan que el aumento del premio a la educación, desigualdad entre trabajadores por niveles educativos, se debe a la existencia de una educación pública incapaz de prever el cambio tecnológico. En primer lugar, nada nos dice a priori que la privada lo pudiera hacer mejor. En segundo lugar, es el salario de los más educados el que precisamente ha aumentado, educación que en muchos de los casos ha sido posible gracias al sistema público. Además, este aumento ha ocurrido justo cuando la oferta relativa de trabajadores educados se ha disparado, lo que nos obliga a buscar principalmente en la demanda y no en la oferta las razones de este aumento de la desigualdad.

La evolución de la desigualdad la explican el cambio tecnológico, el desarrollo del comercio global, los mercados financieros y sus restricciones de crédito o el desmantelamiento de algunas instituciones laborales"

Por último, si un aumento del premio a la educación se basa en una falta de previsión de la educación pública, ¿qué podemos decir de una de las variables que más ha influido en el incremento de la desigualdad como son la experiencia y la antigüedad en la empresa? ¿Cómo podríamos explicar que gran parte del aumento de la desigualdad en países como los Estados Unidos es por el crecimiento de las diferencias entre empresas y no dentro de ellas? ¿Podemos argumentar, de igual modo, que las empresas privadas son igualmente incapaces de “entrenar” a sus trabajadores? Si la respuesta es positiva, ¿tendríamos justificada la intervención pública en el entrenamiento de los trabajadores de las empresas? No lo creo, ni lo uno, ni lo otro.

En resumen, que la desigualdad haya aumentado en algunos países no se puede explicar solo por una política monetaria laxa, ni por la intromisión del Estado en la economía, ni por el fracaso de la educación pública. Las explicaciones principales las tienen en algunos de estos párrafos. Les invito a bucear en los trabajos de las firmas que les he mostrado. Busquen datos, trabájenlos, estúdienlos, duden con ellos de sus propias premisas. Lo mismo llegan a la conclusión de que el mundo es mucho más interesante de lo que su conocimiento racional puro le hace creer.

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