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Opinión

La delgada línea roja

La portavoz del Grupo Socialista en el Congreso, Adriana Lastra , con el portavoz parlamentario de Esquerra Republicana (ERC) en el Congreso, Gabriel Rufián

Los socialistas, históricamente, siempre han buscado la manera de darle la vuelta a España y no por un problema de modelo u organización. Sencillamente, la idea de España no les gusta, ni su bandera, ni sus fuerzas armadas ni siquiera el idioma español. Por muchos motivos demasiado prolijos de desgranar –detrás de todo partido que emana del marxismo subyace una vocación autoritaria– el PSOE de Pablo Iglesias era vocinglero, anti patriota, anti ejército y anti monárquico y el de la malhadada II República golpista, revolucionario, desleal y acabó por llevarse las alhajas que pudo en el yate Vita hacia Méjico, que la vida siempre fue muy cara cuando uno está acostumbrado a la langosta.

Los militantes y dirigentes socialistas de buena fe viven al margen de esa pulsión y a buen seguro que se están llevando las manos a la cabeza al ver que la vicepresidenta en funciones, Carmen Calvo, se sienta con Esquerra para ofrecerles su catálogo de novedades: cambios en el título VII de la Constitución, incremento en competencias y financiación, reconocimiento de Cataluña como nación y, lo más importante para Esquerra, ningunear a Junts per Catalunya que está que se sube por las paredes. Lo demostraba Torra en el Parlament diciendo que si había que sentarse a hablar debían hacerlo él y Sánchez, mientras que el vicepresidente Aragonés le replicaba en una entrevista radiofónica que todo era cuestión de rangos, y si el PSOE enviaba a una vicepresidenta bien podía ir el vicepresidente de la Generalitat. Sánchez e Iceta miman y adulan a los republicanos en detrimento de los de Puigdemont, pero que nadie se llame a engaño. No se trata de que el separatismo de Junqueras sea menos peligroso que el de Puigdemont, puesto que ambos persiguen la ruptura con el consiguiente coste humano, social, político y económico. Pero con los republicanos ya se entendieron en los Tripartitos y se conocen bien. Además, el PSC tiene que hacerse perdonar sus chicoleos con JxC en los pactos post municipales.

Sin líneas rojas

Los socialistas no tienen línea roja alguna y habrá que insistir en ello en los próximos tiempos. Porque toda esa verborrea barata de rueda de prensa y canutazo posterior se queda en lo que es, en que por detentar el poder se hace lo que haga falta y si hay que forzar la Constitución, se fuerza. Seas de derechas o de izquierdas si es que seguimos empeñados en ese lecho de Procusto ideológico hecho para mentes débiles, el horror que experimentaría cualquiera ante la más mínima posibilidad de tocar la unidad nacional, a los de Ferraz les importa una defecación de minina pequinesa.

Alguien que negocia presupuestos con Bildu en Navarra podrá hablar de muchas cosas, pero no de líneas rojas. Así las cosas, el PSOE, Esquerra y el fet diferencial socialista, el PSC, se sentarán para acordar cómo venden a sus respectivas parroquias lo que tienen más que hablado hace mucho tiempo, el entierro de la neoconvergencia.

Todo esto para disimular que el poder es su único fin y perpetuarse en el mismo su única motivación. Y eso, concluirán conmigo, no es ser demócrata, puesto que quien siente realmente la democracia como un sistema lógico, razonable, igualitario y libre, no se cree dueño del escaño que ocupa o del cargo que, temporalmente, le ha sido adjudicado. Quien así piensa tiene alma totalitaria y aquí no valen ni líneas rojas, ni lilas, ni amarillas, ni verde fosforito.

Poco imaginaba James Jones cuando escribió la novela que da título al presente artículo y a la película de Terrence Malick basada en la misma que esa línea integrada por soldados pasaría a cobrar un significado singular en la vida política española. Como muchos sabrán, la trama gira alrededor de un hecho irrebatible: en la guerra, el soldado, más allá de patrias, ideas o demás constructos mentales, lucha solo por su propia supervivencia y por sus compañeros de unidad.

En el caso de Sánchez o Iceta, obvien lo segundo.

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