Opinión

El dardo de Arranz

El asqueroso interrogatorio de la Gestapo catalana y sus cómplices en Madrid

'The Wall Street Journal' concluyó: "Si usted es un matón, una prostituta o un delincuente en un programa de TV3 en catalán, es probable que hable en español”

Toni Soler
Toni Soler, director del programa Polònia de TV3

Las grandes epidemias sociales suelen iniciarse mucho antes de la noche en la que se produce el primer pogromo. Estas patologías se extienden poco a poco. Al principio, con un chiste, una broma o un chascarrillo aparentemente inocentes. Después, surgen manifiestos o publicaciones que sirven para reivindicar lo propio, fijar objetivos y enumerar a los enemigos. Al final, cuando la enfermedad se vuelve pandémica, se niega casi cualquier derecho al contrario, al que se termina por considerar poco menos que como una bestia.

Hubo quien, en 2014, la emprendió contra The Wall Street Journal después de que uno de sus periodistas analizara el contenido de la televisión autonómica catalana y concluyera: "Si usted es un matón, una prostituta o un delincuente en un programa de TV3 en catalán, es probable que hable en español”. Las personas de baja estofa no saben catalán, vaya.

Para llegar hasta ese punto hace falta un intenso trabajo de campo, que fue el que, en el caso catalán, sirvió para crear un imaginario colectivo artificial y para camuflar algunos hechos incómodos, como el evidente colaboracionismo con el régimen franquista de la burguesía catalana que, con la llegada de la democracia, por arte de magia tornó en nacionalista. Los mismos propagandistas que manipularon la historia para configurar ese relato son los que se ocuparon de arrinconar y ridiculizar todo lo que oliera a español.

Humor cargado de odio

Personajes como Toni Soler han jugado un importante papel en este sentido. Mientras aplicaban la sátira en unos programas -y mientras disfrazan a un colaborador de virgen andaluza-, firmaban columnas en el diario Ara a favor de la Cataluña independiente y contra el Estado, el castellano y el españolito medio. Su humor es falso por la sencilla razón de que lo emplean como un recurso mefistofélico. No lo utilizan exclusivamente para hacer reír, sino también para destruir a quien consideran su adversario.

Por eso 'lo suyo' no es sólo una cuestión de humor. Lo suyo es más sibilino. Es ridiculizar lo español y situarlo en un escalafón inferior a la sociedad catalana. Es la estrategia de retratar a las brujas con nariz grande, judía, y atribuir la costumbre del canibalismo a los negritos que servían de esclavos. Es representar a España como un cortijo -lo que se hace en el programa Polònia- en el que abundan las costumbres bárbaras y en el que está atrapada una sociedad abierta, avanzada y europea como la catalana.

La muchacha tuvo que soportar 50 minutos de preguntas en ese idioma -que no domina- por parte de un policía que la habló en la lengua de los elegidos

Esas ideas xenófobas han caído como una fina lluvia sobre la sociedad catalana durante muchos años. Por eso son posibles episodios tan repugnantes como el interrogatorio policial-sindical a la enfermera que criticó en sus redes sociales la exigencia del nivel C1 de catalán para poder opositar. Según publicó el diario El Mundo, la muchacha tuvo que soportar 50 minutos de preguntas en ese idioma -que no domina- por parte de un policía que la habló en la lengua de los elegidos y que, por tanto, podrá ser considerado como un buen ciudadano y un funcionario ejemplar. Como alguien apto para vivir allí.

Lo que le ha ocurrido a esta trabajadora es similar a lo del niño de Canet. En ambos casos, solicitaron la presencia del castellano en un ámbito público y, en ambos, fueron sometidos a la persecución y el acoso de los nacionalistas por interponerse en sus planes, que pasan por excluir de su sociedad todo lo español. En ese punto -y no en otro- se encuentra la Cataluña actual. En el de las persecuciones toleradas y en las gestapos en cada plaza. Allí, una parte de la sociedad considera que tiene más derechos que la otra por defender la catalanidad. Hubo precedentes en los que, poco después de alcanzar ese nivel, se levantaron los muros que separaron los guetos del resto de la ciudad.

Ningún acto tiene consecuencias

Quienes ejercen de comisarios políticos o de chivatos de patio de colegio -los que acusan y acosan a los niños que hablan español- son conscientes de que sus actos no tendrán una respuesta contraria ni serán juzgados. Sucede igual en lo que respecta a los actos de propaganda. Por eso, Empar Moliner sigue colaborando en TV3 tras quemar un ejemplar de la Constitución Española en directo; y, por eso, Toni Alba volvió a Polònia entre vítores después de ser apartado, tras insinuar -con tono burlón- que Inés Arrimadas era prostituta.

El Consejo Audiovisual de Cataluña (CAC) -hoy presidido por el biógrafo de Puigdemont- hizo la vista gorda en estos casos. Su laxitud fue total y absoluta, al igual que cuando se pronunció sobre el llamamiento desde la radio pública catalana a revelar la posición de los guardias civiles que se esforzaban por impedir la celebración del referéndum ilegal del 1-O. Quien dijo esas palabras, Mónica Terribas, es considerada como una heroína por unos cuantos. Quien no estuvo de acuerdo, como el exconsejero Daniel Sirera, fue silenciado. No le dejaron pronunciarse sobre esos hechos.

Ante esta situación, tan sólo hay dos posturas posibles: la de los impulsores de esta catástrofe social y la de los detractores. Quien apoya a estos nacionalistas o se nutre de sus votos para conformar mayorías es, como poco, cómplice de sus tropelías. Quien hace el caldo gordo a los partidos de la Generalitat es en realidad culpable de que a una pobre enfermera le interrogue la policía del pensamiento como si fuera una criminal.

Lo peor de todo es que la gran mayoría -farisea- ha entrado en ese juego. Lo ha hecho la izquierda colaboracionista española y el PP más cateto, que es aquel que considera reaccionario el oponerse a la locura nacionalista. Todos ellos son responsables de esta situación, que ha llegado al punto de encerrar en una sala a una veinteañera e interrogarla como a una criminal por cuestionar el peaje que tienen que pagar los españoles para trabajar en una parte de la Administración de su propio país. Me refiero al de aprender catalán.