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Opinión

Los Dalton dejan las pistolas; Casado suelta lastre

Hermanos Nadal

Sostiene la leyenda que los hermanos Dalton capitanearon una banda de forajidos, especializada en el robo de bancos y trenes, que operó en el viejo oeste americano a finales del siglo XIX, casi al mismo tiempo que el célebre Jesse James, jefe del clan de los James-Younger. Entre el empresariado español, mayormente del sector eléctrico, se puso de moda años atrás apodar a los gemelos hermanos Nadal, Álvaro y Alberto, ex ministro de Industria, uno, ex secretario de Estado de Presupuestos, otro (por citar sólo sus últimos empleos), como los Dalton hispanos, dos cabalgan juntos a las órdenes, un decir, del Gobierno del inane Rajoy, lo que equivale a sugerir que ambos han hecho lo que les ha salido de la punta en los últimos años. Desde una pretendida vocación liberal en origen, ambos desarrollaron la praxis del más feroz intervencionismo en cuanto se asomaron al sillón oficial con vistas a las verdes praderas del BOE. El instinto del ordeno y mando, o hago lo que me da la gana porque yo lo valgo.

Ambos acaban de anunciar que se van, que dejan la política, que abandonan el barco de Pablo Casado, y el mundo occidental no se ha repuesto aún del susto. Una desgracia no ya para España, que va de suyo, sino para la entera humanidad. Altos funcionarios como son, han pedido plaza en las oficinas comerciales de las embajadas de España en Reino Unido y Estados Unidos, Londres y Washington respectivamente, dispuestos a seguir pastando en el Presupuesto, hasta que aparezca algo mejor en el sector privado, que Dios proveerá. Aunque sería una radical injusticia echarles la culpa en exclusiva del panorama que hoy presenta nuestro sector energético, con el eléctrico como mascarón de proa, ambos han contribuido decisivamente al desastre desde la atalaya de su proverbial arrogancia y la infinita soberbia de quienes se presentaban como los más listos del lugar, poseedores en exclusiva de la fórmula mágica, no necesitados de consejo alguno porque ellos –particularmente Alvarito, eximio ejemplo de mala educación, que Alberto es cosa más presentable- iban sobrados por la vida.        

Se lo dijo en una ocasión Ignacio Sánchez Galán, capo de Iberdrola, desde Londres, que en España siempre ha sido obligado salir al exilio para poder decir las verdades del barquero. Le cayó la mundial: que España tiene una de las energías más caras de Europa; que no tiene sentido consumir energía eléctrica de fuentes de generación fuertemente subvencionadas cuando la tenemos de sobra y a perra gorda de origen eólico, hidráulico y nuclear (que ahora el Gobierno Sánchez quiere cerrar, por cierto, albarda sobre albarda), y que más del 70% del recibo de la luz nada tiene que ver con el coste de la energía y su transporte, y si con milongas varias, impuestos incluidos, que el sufrido español acepta con la cerviz humillada del buey de carga. El resultado de la brillante gestión de los hermanitos Dalton es que la reforma eléctrica, cuestión básica para la competitividad de nuestras empresas, ni está ni se le espera, algo que inevitablemente afecta a la capacidad de crecimiento del PIB. La purita verdad es que el Gobierno Rajoy y sus temidos Dalton no fueron capaces de resolver, ni siquiera enfocar, desde una perspectiva liberal, es decir, liberalizadora y de aproximación al mercado, el problema crónico de la energía en España, y eso a pesar de la mayoría absoluta de que dispuso el zopenco entre 2012 y 2015.

Un lío jurídico morrocotudo

Lo que sí han dejado nuestros Dalton como onerosa herencia ha sido un lío jurídico morrocotudo, un rosario de pleitos que pueden costarle a España una millonada en los tribunales de arbitraje internacionales, a consecuencia de las demandas planteadas por decenas de inversores, nacionales y extranjeros, en renovables, a quienes los chicos de las pistolas cambiaron las reglas de juego a mitad de partido. Legislar con carácter retroactivo se llama eso. Eso, y colocar bien a sus chicas, algo que han hecho siempre muy bien. Es la realidad de un sector sometido a un cambio regulatorio permanente, con la energía convertida en un rubro básico de los costes de producción de las empresas y del español de a pie, en el marco de un mercado eléctrico escasamente competitivo. Y es lo que tiene colocar en puestos de responsabilidad a chicos muy listos, con muchos masters, con muchos idiomas, dispuestos siempre no a servir al Estado sino a servirse del Estado, y a los que no se les puede dejar meter mano en el BOE, porque el BOE es una cosa muy seria y determinadas decisiones que tienen que ver con las cosas de comer deben ser manejadas por muy poca gente, muy madura y muy responsable. Muy competente.

Y en el marco de un Gobierno dispuesto a servir un proyecto de país, con la aguja de marear de una ideología, supuestamente liberal en el caso del PP. Ni rastro de liberalismo había en los Gobiernos de Rajoy, y menos aún en el magín de su ama de llaves, la ínclita Soraya Sáenz de Santamaría, en cuya sacristía los hermanos Dalton oficiaban de monaguillos titulares con derecho a cocina. Los adelantados de la estulta tecnocracia sorayista. Los “sorayos”. Y los listos de la clase capaces de resolverle a Rajoy los problemas que, inerme espantapájaros plantado en medio del trigal de Bruselas, le planteaban los farragosos Consejos de Ministros de la UE en los que el pasmarote no se enteraba de la misa la media. Todo eso se lo resolvía Alvarito, un viajado con idiomas, y todo eso lo agradecía el presidente con fidelidad perruna. Se van los Dalton, dejando de nuevo abierto en canal el interrogante de los mecanismos de selección de nuestras ”elites” políticas, cooptadas por los partidos entre los más fieles del lugar, lejos de cualquier criterio de mérito o bagaje acumulado en el mercado laboral.

Se fue Rajoy, ese indefendible personaje que dice ahora ser el hombre más feliz del mundo tras haber dejado España, a los mandos de un ególatra sin más norte que su ego enfermizo, con pie y medio en el abismo del no ser. Se fue, dejando tras sí el paisaje de un PP reducido a escombros. Una marca quemada. Se fue Soraya y se van los Dalton. Pablo Casado “el voluntarioso” suelta lastre. Un lastre muy pesado que podría conducirle a la irrelevancia de no darse prisa. Casado necesita hacer limpieza general e incorporar talento nuevo. No vale con sacar a relucir la vieja mantelería apolillada de la abuela. Necesita con urgencia realizar una purga con todas las de la ley, porque es posible que la estrategia, muy marianista por cierto, de dejar que las ratas vayan abandonando el barco a su ritmo no sea suficiente, por lenta, para impedir que la nave acabe en el fondo del océano. Personalmente me parece el mejor de los presidentes que ha tenido el PP, pero es posible que eso no sea suficiente. Es posible que no tenga tiempo. Le están esperando. Audentes Fortuna iuvat.  

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