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Opinión

Españoles sin nación ni género

Lola Flores

Qué mala leche hablar de raíces y poderío, como hace una Lola Flores resucitada, porque reivindica la España tradicional, la España en sepia, conservadora. La España castiza. Hay una España quejumbrosa del “antes era mejor”, una España que considera que las modas identitarias se llevarán por delante nuestra cultura. El libro de Ana Iris Simón lo resume bien en una frase: “Estaba siendo testigo del fin de España, del fin de la excepcionalidad. Y no me daba cuenta”. Hay una clase media que se ha petrificado en la nostalgia, se ha vuelto conservadora, no porque se resistan a toda novedad, sino porque se niegan a una ruptura radical con los valores y a verse desarraigados.

Hay también una nueva España que da la espalda a la monarquía, a la idea de nación, que dice que los jueces son "reaccionarios" togados o es transigente con el independentismo catalán. Las guerras de identidad no se limitan al ámbito político, cualquier moda woke que suponga una ruptura de valores e identidades es parte de la agenda política. Esta semana anunciaban un proyecto de ley que permitiría que el género se elija, lo cual pone en riesgo los criterios de identidad de género. No se admite ninguna trascendencia del modelo de familia tradicional y se hace tabla rasa con el pasado. La cultura se vacía, se despoja de sí misma y el vacío se llena con nuevas agresiones conceptuales y agravios identitarios. La pseudocultura woke se opone a la España tradicional y mira con condescendencia enternecida cualquier modelo de vida o valor tradicional o arraigo.

España hoy se debate entre avanzar por el camino heredado de la Transición o por una ruptura basada en política identitaria, y este problema afecta a toda la vida cultural y política, a nuestra identidad como individuos, como país

Hoy España parece vivir un periodo de desorientación en lo cultural y en lo político. Es una España menguante, desorientada en la búsqueda del tiempo presente, con conceptos borrosos de nación, de identidad. Se debate entre avanzar por el camino heredado de la Transición o por una ruptura basada en política identitaria, y este problema afecta a toda la vida cultural y política, a nuestra identidad como individuos, como país. Juan Claudio de Ramón en un artículo titulado ¿Queremos que haya España? decía que “hoy sabemos que esas cadenas de transmisión son más precarias de lo que cabría suponer. Albures de la historia las interrumpen y pueden revertir”. Así las cosas, si se estigmatiza lo común como si fuera un elemento de opresión y no un recurso, todo lo que nos une como país y como nación va perdiendo peso y se diluye.

Incluso da una patada al humor, a la parte cómica de algunas ofensas que no son tan obvias y que solo tienen por objetivo la victimización o la grandilocuencia moral

Nos alejamos cada vez más de la cultura y la tradición para adentrarnos en el adoctrinamiento moral de los críticos posmodernos, los bufones y los tertulianos, los catalizadores de agravios identitarios. La distorsión de la cultura, o “el hombre deformado por la cultura” (Jūnger) debería preocuparnos porque conduce a la estandarización del pensamiento. Debemos hablar claro: la pseudocultura identitaria quiere controlar los temas y el debate público, tirar abajo todo lo que huela a tradición o a pertenencia, usos y costumbres… incluso da una patada al humor, a la parte cómica de algunas ofensas que no son tan obvias y que solo tienen por objetivo la victimización o la grandilocuencia moral. Anular la identidad individual por la pertenencia a un colectivo que adopta un estilo de política de populacho desenfrenado y se entromete con su fiesta de las identidades en la vida de la gente es un experimento arriesgado.

La cultura es siempre impredecible, complicada, heterodoxa y tiende a producir incomodidad. Nos hace replantearnos algunas verdades e integrar otras ideas en nuestro marco de pensamiento. Es lo más parecido a la experiencia directa de las cosas y lo más alejado a las limitaciones del pensamiento dogmático. Decía el escritor Ferran Toutain que la diferencia que separa a Shakespeare de los críticos posmodernos es que éstos “no pueden reproducir la vida humana o las ideas en toda su complejidad”. La pseudocultura identitaria piensa que la cultura es lo “políticamente correcto”, que es lo que algunos críticos del posmodernismo como Paglia denominan cultura corporativista y aquí algunos llaman la España Movistar.

Un deber ciudadano

España vive en un momento de búsqueda del presente, de confusión identitaria y de pérdida de referentes culturales. Este vacío se sustituye por unas batallas culturales basadas en el moralismo que recuerdan más a la tradición religiosa que a una perspectiva humanista. De toda la variedad de términos vaciados de significado que se usan con glotonería en estas batallas mi preferido es reaccionario. No me cabe duda de que intentar poner en valor la cultura, la idea de nación y lo común no es ser reaccionario sino un deber ciudadano, en el momento en el que nuestra cultura y valores se vacían y se atacan por lo que representan. Dentro de poco no sabremos ya si tenemos nación ni cuál es nuestro género, y las posibilidades de éxito son escasas, pero como diría Rilke, “lo perecedero nos reclama y tiene necesidad de nosotros”.

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