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Opinión

La cultura del aplauso

Tenemos un gobierno que confunde la crítica con un acto de la más calculada amenaza

Sánchez y Casado en el palacio de La Moncloa
Sánchez y Casado en el palacio de La Moncloa EP

La crisis migratoria y diplomática con Marruecos ha puesto en evidencia la escasa cultura del pacto político en nuestra querida España. ¿Qué hacer en circunstancias excepcionales? Hemos visto a Casado tendiendo una mano a Sánchez: “Hay más lealtad en esta oposición que en su Consejo de Ministros porque para nosotros lo único que importa es España”, dijo el jefe de la oposición. Me ha parecido ver, en el gesto de Casado, un atisbo de sentido de Estado que Sánchez se ha apresurado a rechazar acaloradamente. En su respuesta, el presidente le acusa de actuar de una manera “desleal” y de usar la situación crítica en Ceuta para tratar de “derribar al Ejecutivo”. Puede que la mano tendida de Casado fuera sincera, y que estemos ante un político con visión del Estado. Y puede que se haya perdido una oportunidad al despreciar este ofrecimiento.

Este pequeño incidente pone de relieve la incapacidad del Gobierno de contar con la oposición para   hacer política en mayúsculas en temas como la defensa de la integridad territorial española, dentro y fuera de España o plantear pactos de Estado en otros asuntos clave como regular la salida del estado de alarma o la gestión de los fondos europeos. Pese al escándalo de Ceuta, todo indica que la línea del partido seguirá siendo la que marca del gurú monclovita: guerrilla psicológica y discurso churrigueresco, ultrabarroco, contra la oposición seguido de aplausos de la bancada socialista y asentimientos impetuosos de Carmen Calvo. Es la “cultura del aplauso”.

Hegemonía de poder

Se cumple el centenario de España invertebrada, y el diagnóstico de la “enfermedad española” de la desarticulación de la nación española o del declive de lo común siguen siendo, como bien apuntaba Ortega, consecuencia de la cerrazón mental y de la acción directa, del particularísimo, definido como “aquel estado de espíritu en que creemos no tener por qué contar con los demás”. Ortega habla de una cultura política marcada por la voluntad de hegemonía de poder en la esfera pública, la pérdida de la fe en la organización nacional y la insensibilidad hacia otros grupos sociales.

Para Ortega, una nación es “una comunidad de individuos y grupos que cuentan los unos con los otros”, aunque este “contar con el prójimo no implica necesariamente simpatía hacia él”. El combate cuerpo a cuerpo o el debate político, para Ortega, forman parte de la cultura del pacto, de la vida en comunidad. Esto implica que el rol de la oposición es dar la batalla de las ideas, y que sus críticas no debe ser asimiladas como una amenaza de “derribar al Ejecutivo”. Esta idea tan elemental y básica no se comprende desde la cultura política del aplauso. Tenemos un gobierno que confunde la crítica con un acto de la más calculada amenaza, incluso cuando el líder de la oposición le tiende la mano para negociar en el hemiciclo.

El tema de fondo, que preocupa a Ortega, son los límites, la cerrazón mental, que impiden contar con otros grupos sociales, o con el rival político

El Parlamento y las instituciones, que son los “órganos de la convivencia”, dice Ortega, deben ser los instrumentos para lograr acuerdos con la oposición. El problema del particularismo y la exclusión del otro no es solo un elemento de nuestra cultura política, sino que para Ortega es una “enfermedad social”, es una actitud que impide diálogos que posibiliten consensos y conduce a la invertebración de España. Como dice Ortega, “quien desee que España entre en un periodo de consolidación, quien en serio ambicione la victoria deberá contar con los demás, aunar fuerzas”. El tema de fondo, que preocupa a Ortega, son los límites, la cerrazón mental, que impiden contar con otros grupos sociales, o con el rival político. Hay una fractura social porque convivimos con gente que es incapaz de asumir el pluralismo y de contemplar el combate de ideas como un instrumento positivo para lograr consensos y avances en política. El conflicto no es negativo per se, puede darle más vigor y carácter a la vida política, puede servir para dar la batalla de las ideas y ser energizante, y no está reñido con la cultura del pacto.

Mantenerse en el poder

Es visible que hay un desencantamiento con la política actual, quizás estamos en una fase de cambio de ciclo político, pero no hay una actitud social que invite a un verdadero cambio de cultura política. Para defender políticas de Estado y grandes acuerdos, la sociedad tiene que ser más pragmática y estar menos ideologizada, debe tener una cultura política menos churrigueresca, menos partidista. La política, en lugar de aislar al rival político, debe dar la batalla de las ideas. Se renuncia a convencer y a dar la batalla de las ideas y uno acaba debatiendo solo con el parroquiano ya convicto. Seguimos sin ver la necesidad del pacto y el consenso entre gobierno y oposición.

En ambientes ideologizados de izquierda, se excluye toda oposición del debate público de forma sistemática, minusvalorando el pluralismo ideológico. Se habla de una “fractura social”, que, en realidad no ha surgido antes de ayer, sino que es mucho más profunda y que ya analizaba Ortega en 1921. En vez de atraer o persuadir, la opción es excluir, distanciar a la oposición, trazando una línea entre los buenos (los que aplauden) y los malos. Esta cultura solamente sirve para mantenerse en el poder, pero no para hacer una agenda con grandes proyectos de aquí a 2050, ni siquiera para solucionar las crisis de 2021.

Un aplauso para el gobierno.

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