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Opinión

Una crisis inesperada que invita a reflexionar sobre la enorme ceguera de los medios

Decenas de personas cargadas con provisiones esperan para poder pagar en un supermercado

Decía este jueves una conocida tertuliana de televisión que no es momento de cuestionar las políticas del Gobierno, sino de remar todos en la misma dirección para atajar la crisis del coronavirus. Sucede que a esta periodista le pilló el estallido de la 'gran recesión' de 2008 con un cargo en el Palacio de la Moncloa y el PSOE en el poder, lo que permite hacerse una idea de la neutralidad de su corazón y de la intencionalidad de su mensaje.

El problema del coronavirus ha rescatado una verdad que los poderes político, económico y mediático suelen soterrar de forma interesada en tiempos de bonanza, y es la relativa a la velocidad con la que puede desmoronarse todo lo que se ha construido ante un problema que aparece de forma inesperada. La normalidad es un tesoro inmaterial que se evapora con facilidad bajo determinadas condiciones; y aunque no es habitual que se esfume en esta parte del mundo, en estos días ha sido así.

Suele ser en estas ocasiones cuando los medios de comunicación deberían contribuir a disipar la confusión y a auditar a las autoridades sin filias ni fobias. Básicamente, porque es en estas circunstancias cuando los ciudadanos reclaman más y mejor información.

Resultaría injusto afirmar que los medios han escatimado esfuerzos a la hora de informar del coronavirus, pues la cobertura ha sido amplia, por lo general. Pero resulta penosa la elevada presencia en varios programas de televisión de todólogos que han dado auténticos ejemplos sobre cómo no se debe actuar en estos casos, pues han especulado sobre asuntos de salud pública que han provocado decenas de muertos; y han actuado con una premeditada miopía a la hora de adjudicar aciertos o errores a las autoridades. Prueba de que observan a través de las lentes de quienes les colocan en esas tertulias.

La prensa irresponsable

Hubo un momento, allá por 2008, en el que los medios vivieron una doble catástrofe. Por un lado, una recesión que dejó sus páginas y sus espacios publicitarios sin una gran parte de sus anunciantes (más de un 40%), lo que obligó a reducir sus redacciones e incrementó sus dependencias con los poderes político y económico. También redujo considerablemente la calidad de sus productos periodísticos; y provocó que se disparara su obsesión por aglutinar audiencia, pues en un momento en el que descendió dramáticamente la inversión publicitaria y se fragmentó el mercado, se pensó en que cuanto más, mejor.

Este fenómeno encuentra un escenario especialmente dantesco en el terreno digital, donde la prensa tradicional, los nuevos diarios digitales y las televisiones -a través de sus webs- libran una pelea por la audiencia que ha engordado monstruos con un gran poder de intoxicar a la opinión pública. El más evidente es quizá el sensacionalismo, pero también hay otros que generan un daño similar o todavía mayor, como la estúpida carrera por ofrecer antes que los competidores la información de última hora. Esto lleva a que cabeceras que alardean de prestigio y veteranía den pábulo a bulos de todo tipo. Algunos, pronunciados por algunas de las máximas autoridades del Estado, carentes de toda responsabilidad.

Quizá a una parte del público no le suene la empresa ComScore, pero es la compañía estadounidense que mide la audiencia de los medios digitales españoles. Dado que su sistema prima lo cuantitativo sobre lo cualitativo, los diarios han recurrido a todo tipo de prácticas para acaparar lectores (usuarios únicos), lo que ha degradado aún más el producto periodístico.

Ocurre que los artículos banales tienen un mayor poder de atracción para el gran público que el periodismo de calidad. Por eso, los responsables de los medios se han dedicado a engordar y multiplicar los criaderos de artículos 'virales' y han descuidado la otra parte de sus redacciones, que es la que otorga el verdadero valor añadido a su producto.

Esta decisión tiene un peligro, y es que, en momentos de crisis, donde hace falta actuar con precisión y evitar los bulos y las intoxicaciones gubernamentales y empresariales, se recurre a información oficial o a la táctica del 'corta y pega' ante la ausencia de potencia de fuego en las redacciones. Por eso, no conviene esperar que los medios sirvan como faro de la sociedad ante este gran problema que se ha presentado en España. Más bien, como correveidiles de quien les sostiene y máquinas de fabricar anécdotas.

Es evidente que el esfuerzo por parte del sector ha sido importante durante estos días, pero las malas prácticas adquiridas, derivadas de una penosa gestión de 'la cosa', también han hecho estragos.

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