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Opinión

Nos han robado las lágrimas

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia de este sábado en Moncloa.

Porque no hay mayor prueba de un afecto puro que las lágrimas, escribía Byron, acuso a este gobierno de una crueldad infinita, esa que nos prohíbe demostrar que estamos irremediablemente tristes, obligándonos a ser oficialmente alegres. Su deshumanización ideológica y moral, que no sabe de empatía ni de razones más allá de la palabrería hueca, conducen al vacío de la inane risita, la payasada en un balcón o los tutoriales para fingir que no pasa nada. Todo, para enmascarar el número de fallecidos que ya no saben cómo hurtar a nuestro escrutinio. No quieren imágenes de ataúdes, de funerarias, de morgues, porque están de muertos que forman parvas y tienen pavor que a la gente se les caiga la mascarilla de los ojos y vea en que manos tan irresponsables está en estos momentos el destino de la nación.

La campaña es tan ruin como miserable. Hay que ser optimistas porque esto lo vamos a superar entre todos. Lo dicen quienes tienen mascarillas, tests, atención médica privilegiada, los que ingresan en suites de la sanidad privada, los que cobran sus desproporcionados sueldos pase lo que pase, los que no han de preocuparse de sí, cuando esto acabe, estarán en el paro y arruinados, los que se han negado a dejar de cobrar en tiempos de emergencia sanitaria y social, los que no han sabido tomar ninguna medida útil para que sus compatriotas puedan sobrellevar mejor este tiempo de dolor e incertidumbre, los que nos han mentido para mantener sus manifestaciones, sus eslóganes, sus clichés basados en el odio y la rabia.

Pueden permitirse las risitas de conejo de quien está confortablemente a cubierto, mientras el resto estamos a la intemperie y sin mayor auxilio que la Providencia. Su intento en esconder el dolor y la pena es porque, en el fondo, les molesta. No pueden tolerarlos, porque cada lágrima es un recordatorio de su ineptitud, de su facundia y de lo poco que valen. Se les escapa la bajeza a la más mínima oportunidad, como vimos en la comparecencia de la ministra de Trabajo. Risas, bromitas, tono de caseta de Feria a las cuatro de la madrugada. No hay ideas, no hay más que lo que dan de sí, es decir, nada, menos que nada.

Cuando Sánchez aparece es peor. Hincha el globo de la retórica huera ad nauseam, retorciendo la filástica socialista más herrumbrosa. Mientras ellos comen, viven, ríen y promocionan el mal gusto televisivo con comedietas, manteniendo la censura bolivariana y amenazando al disidente, el conjunto de españoles llora silenciosamente a sus abuelos, a sus padres, a sus cónyuges, de quienes no ha podido despedirse ni darles cristiana sepultura. Lloran porque saben que este mes no cobrarán, digan lo que digan los administradores e la nada. Lloran porque su pequeño mundo cotidiano lo ha pulverizado un virus que no supo ser combatido por quienes tenían la obligación de hacerlo. Lloran porque están hartos de que los tomen por imbéciles, porque no quieren escuchar más esa cobarde excusa de “nadie podía preverlo”, lloran de pena, sí, pero también de rabia, de indignación, de abandono. Nunca la clase dirigente y el pueblo estuvieron más alejados que ahora. 

Los políticos, por lo general, roban, unos y otros, pero hasta ahora se habían limitado a meter el cazo en las arcas públicas

Los políticos, por lo general, roban, unos y otros, pero hasta ahora se habían limitado a meter el cazo en las arcas públicas. El momento presente es muy distinto. No contentos con eso, pretenden robarnos algo tan humano como son nuestras lágrimas. No estorbemos a los timoneles, no turbemos su placentero sueño. No hay que llorar. Pongamos música inocua como placebo y bailemos, bailemos malditos, en un balcón cualquiera.

Quisiera hacer mías las palabras de Francisco de Quevedo elogiando las lágrimas, esas benditas lágrimas que se nos quieren robar, repitiendo con él “Dichoso el reino cuyo rey sabe llorar y enternecerse; se escandalicen los bravos, que el Rey de Reyes varias veces sabemos que lloró, y nos hizo venturosos en sus lágrimas y dolores”. A la entrada de Semana Santa les exhorto a que lloren, puesto que no hay mayor demostración de la humanísima tragedia que vivimos que nuestro llanto. Es lo más revolucionario que nos queda en este mundo plastificado de jajajiji y politicastros nulos.

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