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Opinión

El ejemplo de Jacinda Ardern

No lo vi venir, no imaginaba que la trumpiana Ayuso barrería de la manera que lo ha hecho

El ejemplo de Jacinda Ardern
La primer ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern. Europa Press

Debo entonar el mea culpa. No lo vi venir, no imaginaba que la trumpiana Ayuso barrería de la manera que lo ha hecho. Sin duda mi entorno en Madrid no es representativo de la realidad castiza capitalina. Frente a la bolsonariana Ayuso siempre antepuse la gestión de la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, que acabó arrasando en las elecciones generales post-pandemia de su país, uno de los más prósperos del mundo, pero por razones distintas.

Jacinda protegió la salud y la economía de los neozelandeses con un confinamiento manu militari –la influencia de China en la zona se nota- y una expansión fiscal descomunal, que protegió rentas de familias y empresas. Llevan muchos meses de vida normal, con una economía viento en popa, y un número mínimo de muertos por la covid-19, especialmente si lo comparamos con lo ocurrido en la Comunidad de Madrid. Los madrileños han antepuesto su desesperación económica a la desprotección de la salud. La izquierda ni siquiera ha sido capaz de explicar que el PIB de la Comunidad de Madrid registró la mayor caída peninsular en 2020. Y es aquí donde el gobierno central, especialmente el PSOE, debe hacer una reflexión descomunal.

La izquierda madrileña ha sido arrasada pero con dinámicas y matices diferentes. Mientras que Más Madrid, de la mano de nuestra Jacinda Ardern, Mónica García, ha subido en votos (+30.000) y escaños (+4 escaños), al igual que Unidas Podemos (+20.000 votos y +3 escaños), el PSOE se ha desangrado (-275.000 votos y 13 escaños menos). Peor aún, el Partido Popular de Ayuso además de engullir a Cs, ha sacado tajada del caladero socialista. Ha habido, por lo tanto, movimientos interbloques, del PSOE a las derechas. Y esto requiere de una reflexión profunda. Por cierto, ¡qué linces los asesores demoscópicos de Moncloa!

Nadia Calviño, María José Montero, entre otros, son incompatibles con las políticas de Unidas Podemos. Ni derogación de la reforma laboral, ni rentas directas a familias o empresas

Siempre estuve en contra de que Unidas Podemos entrara en el gobierno de Sánchez. Donde pude influir opté por un apoyo “a la portuguesa”, desde fuera y presionando en la ejecución de políticas. Por tres razones. La primera, obvia, en un gobierno de coalición, donde hay un electorado intersección entre ambas formaciones, el partido hegemónico acaba engullendo al minoritario. Segunda, el PSOE dispone de una red de medios afines que día sí y día también iban a machacar de manera inmisericorde a UP (ya saben ustedes a quién me refiero). Por lo tanto, lo más digno era apoyar la elección de Sánchez y desde fuera imponer políticas. La tercera razón es económica. El PSOE impuso el artículo 135 y jamás confrontará contra la austeridad fiscal que supone el yugo del Euro, ese drama que hace que a fecha de hoy Europa esté paralizada, mientras los Estados Unidos de Biden despegan, y China y la zona de influencia, incluidos Nueva Zelanda y Australia, estén ya creciendo a velocidad de crucero. Nadia Calviño, María José Montero, entre otros, son incompatibles con las políticas de Unidas Podemos. Ni derogación de la reforma laboral, ni rentas directas a familias y empresas a cargo del balance del Banco Central, ni nada que se le parezca. Eso sí, ambas orgullosas del control del déficit presupuestario. ¡Cuánto daño han hecho los manuales de texto ortodoxos!

Sánchez ante su última oportunidad

Pedro Sánchez sólo dispone de una oportunidad para revertir las dinámicas que se deducen de los resultados de Madrid que, aunque no representan a España, sí tienen su importancia, y negarlo sería una prueba de auto-engaño. Dicha reversión pasaría por una protección, muy tardía por cierto, de las rentas de familias y empresas, y una expansión fiscal sin precedentes, más allá de los Fondos de Recuperación, Transformación y Resiliencia. Tiene donde mirarse, en la Nueva Zelanda de Jacinda Ardern. Les anticipo ya de antemano que eso no ocurrirá.

El tejido industrial Pyme español se ha desangrado sin que el Gobierno haya hecho casi nada, salvo la concesión de avales para créditos y préstamos. Y no, la política monetaria no es ni será la respuesta. Era necesario una protección de rentas y un consumo público descomunal, tal como han hecho Nueva Zelanda o Australia, o lo que ahora mismo proponen los Estados Unidos de Biden. Europa y sus reglas de control presupuestario representan un yugo sobre nuestros ciudadanos.

Como ya detallé en su momento, quienes realmente podían quebrar con la covid-19, si las cosas continuaban como hasta ahora, eran las familias y pymes patrias. De ahí que, tristemente, los madrileños hayan antepuesto la economía a la salud. Comentamos la necesidad de hacer una segunda extensión al marco de Hyman Minsky introduciendo un tercer proceso de fragilidad financiera, a saber, el proceso de reestructuración de activos y pasivos privados. Se trata de un proceso "minskiano" que surge "después o poco antes de que la música se detenga", y especialmente en los paisajes financieros en los que los agentes especulativos y los agentes Ponzi están muy apalancados y fuertemente endeudados. Estos problemas potenciales de insolvencia y bancarrota salen a la superficie de inmediato una vez que se desarrolla una crisis financiera. En entornos financieramente disfuncionales, los procesos de "limpieza" schumpeterianos de destrucción creativa (dirigida por el mercado) no funcionan. El gran banco de Minsky tiene que intervenir, junto con el Tesoro y otros organismos gubernamentales, para limpiar el desorden financiero y guiar la reestructuración del balance (o, más a menudo, el rescate) de empresas y familias.

En resumen, la necesidad de una auténtica intervención Minskyana entre el "gran banco" y el "gran gobierno", para vincular adecuadamente los paquetes de préstamos vigentes con el estímulo fiscal necesario para gestionar la reestructuración, y convertir la recuperación en expansión. Pero, como siempre, predico en el desierto y nos abocamos a una nueva crisis profunda, la enésima, que se cebará con los más desprotegidos, mientras la clase media ahogada en sus deudas se vuelve trumpiana.

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