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Opinión

Diarrea moral

Una camarera trabaja en una terraza

Hasta los idiotas se empeñan a todas horas en hacer reconvenciones morales. Es otro de los daños colaterales de la pandemia. Digo hasta los idiotas cuando más bien habría de decir sobre todo los idiotas, que después de poner el cuello debajo del yugo dan grititos contra ese y contra aquel que estaban por la calle a las ocho y cinco. La cobardía hace delatores y el infecto populismo mediático, Savonarolas. Y ahora es un Savonarola hasta el tonto del tercero, que ha denunciado al vecino porque tanto ruido no es normal, es ya la hora del telediario y no se oyen más que voces y risas, ahí tiene que haber más de dos y más de ocho. En estas estamos. Hasta un reportero de televisión, el muy joven, va y les pregunta a tres viejos que estaban hablando que si eran convivientes, y ellos sorprendidos pues no, no, ¿y entonces que hacen juntos? Uno de ellos obedeció manso al periodista y se alejó al instante, con un trotecillo lobero de vergüenza ajena, tipo Biden. El tipo del micrófono siguió con su trabajo a pie de calle, como si tal cosa, como con un ahí queda eso. La madre, que lo estaría viendo, pensaría ay, Dios mío, hasta dónde ha llegado este chico. Los del estudio, luego, siguieron con sus jeremiadas y sus correspondientes alegatos éticos.

Un gran y definitivo hermano

No hay como ponerse serio y soltar un tópico moral para pasar de inmediato al bando de los buenos. Los réditos de la decencia se amasan si esa decencia se exhibe delante de público, ya sea real o, mejor todavía, ya sea virtual. Las redes sociales, que están superándose cada día en dar la razón a Malthus, se agolpan de texto enardecidamente conminatorio, como si cada cochambre humana que acierta a juntar cuatro sílabas fuese un sargento chusquero de cuando la mili y te dijese esto se tiene que hacer así porque me sale de los cojones. Del presidente para abajo no hay ya fulano capaz de ahorrarse una lección moral. Ni mengano que no te venga con que los muertos, con que los jóvenes, con que así no se puede seguir. Dentro de nada volverán a los balcones a gritar con orgullo que vivan las caenas y a alentar por un gran y definitivo hermano que sepa en todo momento qué se hace en cada casa, que estamos hartos ya de sinvergüenzas. El mejor remedio, en poco tiempo, serán los fusilamientos.

Prohíben que tres viejos charlen en la calle, pero vas a que te miren la próstata y tienes que esperar hora y media a que el médico te reciba, junto a otros treinta tíos aguardando igual que tú

La expansión de las lecciones morales disimula muy bien el desastre cotidiano de las instituciones políticas y el desbarajuste sistémico de la Sanidad. Prohíben que tres viejos charlen en la calle, pero vas a que te miren la próstata y tienes que esperar hora y media a que el médico te reciba, junto a otros treinta tíos aguardando igual que tú, sin alzar la voz ni expeler una sola queja, mientras pasan por delante enfermeras pisabién o celadores que refunfuñan porque este año con el Madrid no hay manera. Pero en cuanto huelen un micrófono o no digo ya una cámara, vuelven a la carga con su fangosa exhibición de santidad. En la radio salió una enfermera de telenovela que narró una escena digna de escuela de literatura: el paciente me preguntó que qué iba a hacer y yo le dije que meterle este tubo por la boca, y él respondió que tenía una niña de cinco años y un niño de dos y que por favor le dijese a su mujer que los quería mucho. Cuando terminó el testimonio, qué testimonio, el locutor puso voz de terciopelo, llamó de tú a la audiencia y echó una nueva filípica contra la inconsciencia de la gente, y más aún de la gente joven, que es que parece que no se dan cuenta de que nos estamos muriendo.

El colapso sanitario

El catecismo que recitan a diario en los medios de comunicación es la nueva arma de estos tiempos de excepción, en que se suprimen los derechos individuales por la salud de una manada que identifica ya la esclavitud con el paraíso. Enciérrense y déjennos actuar, que todo es por su bien. No salgan, no se junten, no canten. Y, sobre todo, denuncien y delaten al que cante, al que se junte, al que salga. Resulta que el colapso sanitario, que es una responsabilidad directa de políticos y gestores, se achaca a la propia población, que es la que paga. No se contagien tanto, hombre, que así no hay quien trabaje. El fallo de la pandemia es que manda a mucha gente a los hospitales, y sobre todo a gente ya muy vieja, que además de una carga es una ruina. Esa es la lástima. Si los contagiados se murieran al momento y no tuvieran tiempo de ser siquiera ingresados, las medidas serían más livianas y los políticos, los gestores y las enfermeras respirarían aliviados. Habría que aguantar entonces las advertencias morales de enterradores y curas, pero estén seguros de que serían más llevaderas.

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