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Opinión

El conde de Romanones era sanchista

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su intervención en el Foro de Davos.

Es harto conocida la anécdota del conde de Romanones a propósito de una ley propuesta por sus adversarios. Como tenía visos de ser aprobada, el aristócrata les soltó un castizo “hagan sus señorías la ley, que yo me ocuparé del reglamento”. Romanones no daba puntada sin hilo y afirmaba que eso de que la política era una carga eran pamemas, porque jamás se había dado el caso en el que la Guardia Civil hubiera tenido que ir a buscar a un ministro por no querer aceptar el cargo. “Hasta yo, que soy cojo, acudí por mi propio pie”, sentenció irónico.

La historia viene de molde a propósito de lo que Sánchez pretende hacer con el Código Penal, suavizando el delito de sedición. También otras cosas, pero lo sustancial es ese aspecto, uno de los puntos básicos en su negociación con Esquerra, porque permitiría “dulcificar” la pena impuesta a Junqueras y ponerlo en libertad sin necesidad de pasar por las horcas caudinas del indulto gubernamental. El líder de Esquerra no quiere aparecer ante la grey separatista como el que pactó a cambio de treinta monedas – Rufián, como cambian las cosas – reconvertidas en su salida de la cárcel gracias a uno del 155.

El asunto es grave, puesto que si al golpismo estelado, que permanece agazapado pero latente, se le transmite la impresión de que aquí, aunque pretendas subvertir el orden constitucional, lo más que te podrá pasar es que te hagan eurodiputado, te paguen fianzas y mantenencias organizaciones a las que no audita ni San Pedro o que la sedición no es delito, vamos a tener golpes de Estado cada fin de semana. Cuéntele usted a los leoneses que no pueden ser sediciosos respecto a Castilla la Vieja o hágalo con los cantonalistas cartageneros. Y ya ni les cuento si se acerca usted a esos chicos vascos que celebran cada salida de la cárcel de un asesino etarra como si fuera martes de carnaval. Se nos van a volver sediciosos hasta en Las Hurdes.

“Si lo sé, me hago sedicioso antes”, me parece estar oyéndole decir a Revilla al proclamar la república de la anchoa

Es el camino que se está tomando ante la pasividad de un Estado que más parece Don Tancredo que un cuerpo vivo y dinámico, ante, siento decirlo, un monarca que está poco y hace menos y una oposición incapaz de unirse en un solo frente por culpa de sus mezquinos intereses personales, que no políticos, porque todos quieren ser los más listos del parvulario. En el otro extremo, sanchistas, separatistas y neocomunistas obran de común acuerdo y eso nos llevará indefectiblemente a la España de las mil leches en las que todos querrán ser otra cosa distinta a la de ser español y gozar de mejores privilegios que los de su vecino. La envidia es el pecado nacional, como bien se sabe. Pero, si además, resulta que levantarse contra la ley te sale gratis e incluso te dan premio, miel sobre hojuelas. “Si lo sé, me hago sedicioso antes”, me parece estar oyéndole decir a Revilla al proclamar la república de la anchoa.

Nada de esto parece serio, pero sí lo es. La descomposición territorial es el paso previo e imprescindible a la disgregación de la nación-Estado y, por tanto, de las garantías de ley, igualdad y democracia que han representado a lo largo de siglos. Es lo mismo que cuando se habla de la ilegalización de partidos que tengan en su programa la idea de destrucción nacional. Se dice que no hay por qué, teniendo como tenemos la ley de partidos. Lo mismo dicen quienes, como los sanchistas, aseguran que si se refuerza el delito de rebelión, mantener el de sedición es fútil. Los segundos nos ocultan que en países donde la sedición no se contempla, como Alemania, los partidos separatistas están prohibidos; los primeros se olvidan de que permitir partidos tóxicos y antidemocráticos conlleva su acceso a las instituciones, acceso que aprovechan para nutrirse de fondos, proyección y, cuidado, de información. ¿O es que a nadie se le ponen los pelos de punta al pensar que en la comisión de secretos oficiales van a estar sentados según quiénes?

Tenemos buenas leyes y la carta magna es ejemplo de ello, pero lo malo es que aquí los reglamentos los hacen quienes desean pasárselas por el arco de triunfo. Veremos una foto de Romanones en Moncloa, lo que yo les diga. Al tiempo.

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