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Opinión

El concejal farsante de Valencia y un país que se cae a cachos

El concejal farsante de Valencia y un país que se cae a cachos

Si tuviéramos que describir la España de hoy a los hijos de nuestros hijos, podríamos empezar por lo que ocurrió hace unas horas en algún lugar del viejo continente. Allí se había reunido un grupo de delegados que debía decidir cuál será la próxima capital europea de la innovación, un 'honor' al que aspiraba Valencia. Para defender su candidatura, el ayuntamiento eligió a Carlos Galiana, el concejal del ramo, quien realizó su exposición en un perfecto inglés. Digamos que fue sorprendente para lo que se estila en el país que durante tantos años se enquistó en el "my taylor is rich and my mother is in the kitchen".

Sobra decir que en la alocución había truco, pues el edil no tenía ni pajolera idea de ese idioma y optó por una solución "a la española". Es decir, como llevaba mascarilla y no se podían apreciar sus labios, hizo creer a la concurrencia que hablaba él, cuando en realidad lo hacía un intérprete. No se me ocurre un mejor ejemplo que defina mejor la forma de vida de este lugar del mundo, donde incluso se ha ido un paso más allá del "dolce far niente" para conquistar cotas de desvergüenza sorprendentes.

No habían pasado doce horas desde la bochornosa actuación del tal Galiana cuando un grupo de "antifascistas" madrileños decidió manifestarse en Vallecas (Vallekas en el euskera de la izquierda de la Meseta) para protestar por las medidas tomadas por el Gobierno autonómico para frenar el avance del coronavirus en la capital. Son los mismos que guardaron un escrupuloso silencio durante los 100 días de estado de alarma y confinamiento; y los que la emprendieron contra los 'cayetanos' del Barrio de Salamanca por sus 'caceroladas'. La impresión es que, se mire donde se mire, resulta difícil encontrar a alguien que conserve intactas sus facultades mentales y su decencia.

Ninguna cabecera reparaba en lo más importante, y a la vez lo más grave, y es que un Gobierno trace sin ningún tipo de escrúpulo su estrategia política, que es lo que ocurre en este país"

Esta afección ha impactado de lleno en los medios de comunicación, que estos días publicaban infinidad de artículos sobre el último ataque del Gobierno al Rey y sobre el inicio del procedimiento para indultar a los condenados por el 1-O. Ninguna cabecera reparaba en lo más importante, y a la vez lo más grave, y es que un Gobierno trace sin ningún tipo de escrúpulo su estrategia política, que es lo que ocurre en este país. Porque a los Iván Redondo de turno no sólo les importa un pimiento vender su alma al diablo para cumplir sus objetivos partidistas, sino que son capaces de lanzar auténticos bombazos hacia el sistema constitucional aprovechando que los españoles miraban hacia Madrid más preocupados que nunca por la que se les viene encima.

En este caso, se trataba de granjearse la simpatía de ERC para conseguir aprobar los Presupuestos, lo que requería la realización de un par de tropelías que encandilaran al independentismo. Por eso, aprovechando que la capital de España 'se confinaba' y los medios apuntaban hacia allí, los fontaneros de Moncloa consumaron su plan.

La desfachatez no es solo patrimonio de Moncloa

Ojo, esa desfachatez no sólo es patrimonio de Moncloa, pues la Casa Real también mantiene una política de "enterrar cadáveres" similar, pues conviene recordar que aprovechó agosto para anunciar el Erasmus de Juan Carlos I y el inicio del estado de alarma para desactivar la bomba de su herencia. Los medios conservadores le quitaron hierro, pues parecen haber asumido que la Jefatura de Estado puede hacer lo que le plazca, dado que el gran y único problema es el Gobierno. Es delirante.

Si algo han demostrado estos meses de pandemia es que la bruticie se registra en grandes cantidades, tanto en la política como en la calle, pues son muchos quienes actúan bajo la destructiva premisa de que el fin justifica los medios"

En todos los anteriores ejemplos se repite el mismo patrón, que es el "sálvese quien pueda", que se ha convertido en el zeitgeist español. Si algo han demostrado estos meses de pandemia es que la bruticie se registra en grandes cantidades, tanto en la política como en la calle, pues son muchos quienes actúan bajo la destructiva premisa de que 'el fin justifica los medios'. Por eso, el Ejecutivo llegó a mentir sobre algo tan peligroso como que las mascarillas no eran necesarias para evitar la propagación de una enfermedad respiratoria. O por eso difundió el penoso rumor de que el calor frenaba la covid para salvar la temporada turística. Y por eso ha vetado al Rey. Y, claro, por la misma razón un concejal valenciano aprovecha el cubre-bocas para tratar de engañar sobre sus habilidades lingüísticas.

Las mascarillas, por cierto, a las que son muchos ciudadanos las que llaman "quita-multas". Porque, claro, lo importante no es ser responsable, sino evitar la sanción. Del mismo modo que el "quédate en casa" - que los popes de La Sexta repetían una y otra vez en marzo- pierde todo el sentido cuando se trata de emprenderla contra el Gobierno de la Comunidad de Madrid y airear las manifestaciones de las cabezas huecas antifascistas.

Cuesta pensar que vayamos a superar esta situación sin pasar hambre y frío, pues en este país, sus políticos y sus ciudadanos parecen haber asumido como buenos los postulados más trogloditas relacionados con la supervivencia. Los que amparan cualquier tropelía si sirve para salir del apuro; y los que defienden que, si no hay luz o no me ve nadie, todo vale. Era difícil caer más bajo.

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