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Opinión

Como una primavera

Amancio Ortega, de las mayores fortunas de España

La densidad electoral inaugura la temporada del buen tiempo. Todo va llegando fresco otra vez, con ganas, como al aire. Tempus instat floridum. Incluso las chicas vuelven a mostrarse sin prejuicios, pegada la malla y hasta sin sostén. Desde hace tiempo, mi amor, se dice sujetador. Pero la hora Metoo pone también su puntito de parodia: iba una el otro día por la calle, quizá al Instituto, el culo un poco plano, la mochila al hombro y un cigarrillo de liar en la boca, a medio fumar, como el caldo de los viejos de antes. Los de ahora ya no fuman ni caldo ni nada, porque prefieren recauchutarse en las consultas y salir luego, trasfundida la sangre, a las manifestaciones urbanas para pedir más pensión. Ni tosen siquiera. Muchos se han hecho, al parecer, del partido Podemos, sobre todo porque se sienten muy calentitos con esa primera personal del plural, en una edad donde todo está tan frío y arrugado. Quizá por eso los liberales de Ciudadanos han recurrido también a un ¡Vamos! tan admirativo y cargante, que evoca a un Camacho sudado en plena arenga futbolística. Por preferir, y ya puestos, nada mejor que la frase de aquel candidato podemita que anunciaba, como un oráculo, que su partido (¡y él al frente!) traería la primavera a la región, frente al invierno longevo del PP. Miraba a la cámara con pelo desmadejado y ojos de vaca, como salido de un Boticelli, pero sin curvas.

Aunque la parroquia le ha dado muy pocos votos, su anuncio primaveral es un hecho indiscutible. Da igual ya quién la haya traído, pero la primavera, y cuanta más avanzada mejor, deja vislumbrar las vacaciones, los langostinos, esos largos y esos topless. Los del tiempo (y mira qué hay y mira que hablan y gesticulan) anuncian que las temperaturas se van a disparar. El calor de junio es una delicia por lo que tiene de heraldo blanco. Ya ni los chicos del Instituto están para quejarse del calentamiento, primero porque andan hasta arriba de exámenes y segundo porque, oyes, así con poca ropa y unos chismes por la noche y tal, qué más se puede pedir. Los agricultores, que son muy pocos, se lamentan del año de secarral que están padeciendo, con unas cebadas ya puestas de amarillo chillón y unos trigos menos secos, aunque de ese verde desvaído del final. Pero los agricultores no pintan nada y, como todos, se están reservando ya unas noches de hotel junto a una playa. Sequía ha habido siempre, qué coño.

Aquel Cristo sonado se encarna ahora en gente con pasta. Casi nadie cree ya en la pobreza, y ni los curas siquiera son capaces de verle santidad

Decía uno el otro día que nunca en España se había vivido tan bien como ahora y durante tanto tiempo. No podía entender que gente que vive igual o mejor quiera echar todo a perder por sentirse de un sitio. Pero incluso los telúricos se apartan por momentos de su concentración identitaria para hacer lo que todo el mundo, para irse de turismo y pagar a los putos turistas con su propia moneda. Ya vienen ellos aquí y nos lo llenan todo. Da cierta altura visitar sitios por venganza. Pero el caso es que todos o casi todos tienen dinero de sobra para hacerlo. Si bien se mira, casi nadie cree ya en la pobreza, y ni los curas siquiera son capaces de verle santidad. La protesta mendicante sigue ahora, entre otras paradojas de estos tiempos, en boca de algunos políticos acomodados que propugnan el rechazo de las dádivas de los más ricos del mundo. Lo que hay que hacer es quitarles por lo menos la mitad de lo que tienen, qué cojones, porque los ricos son malos.

Ya lo decía Cristo con sus parábolas, que ahora salen como gimoteos de un micrófono en medio de un meeting puramente rapero. Aquel Cristo sonado se encarna ahora en gente con pasta que quiere administrar la riqueza de los demás. Porque el dinero sigue de palanca para mover las cosas y de pomada para aliviar cualquier rozoncito que pueda haber ahí donde ni uno mismo se acordaba. Sigue siendo admirable cómo los daños que cualquiera denuncia se resarcen con el fresquito del dinero, como acaba de hacer Harvey Weinstein con toda una millonada por azote. Aquello de las penas con pan, se supone. Después de todo, un poco de pasta es lo que más hace falta para encarar el final apoteósico de una primavera, a la espera de los nuevos ayuntamientos y con el espectáculo calentito de los políticos perdedores, tan propensos siempre a afearse con pucheros, como la inglesa May. Y si se ve que tal, pues también puede emplearse lo que sobra para ponerse a la cola y trepar el Everest, que para el verano estará fresco y nos devolverá como nuevos a la queja anónima de quien no sabe lo que tiene.

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