Opinión

Combatir o sucumbir al nihilismo

En la segunda mitad del XIX, el empirismo y el positivismo desalojaron por completo toda noción de trascendencia de la cultura oficial europea

  • Archivo. Fotograma de 'Psicosis' -

Con el nihilismo caben, al menos, dos actitudes y consecuentes quehaceres: 1) descripción analítica como base crítica para hacer oposición dentro de la batalla cultural y política; 2) promoción y extensión gozosa del vaciamiento de sentido como vía progre hacia la barbarie.

 

Empecemos por el punto 1. El nihilismo irrumpió oficialmente en el siglo XIX europeo como una de las consecuencias de la Ilustración del siglo anterior, la industrialización salvaje y las ideologías socialista y liberal. Se suele adjudicar a Nietzsche y a sus obras entre 1882 y 1887 la consolidación intelectual del nihilismo, sin embargo, algunos ilustrados a finales del XVIII ya habían advertido que la Ilustración no pasaba de ser un espejismo (Lichtenberg) para llevar a cabo la primera gran ingeniería social de la Historia. La fase romántica de principios del XIX, decididamente antirracional, sentó las bases para el relativismo moral e intelectual y la subjetividad entendida como arbitrariedad argumentativa que es una característica del nihilismo.

 

En la segunda mitad del XIX, el empirismo y el positivismo desalojaron por completo toda noción de trascendencia de la cultura oficial europea. El individuo era exaltado por su supuesta capacidad para definir su destino y, a la vez, era conminado a que se uniera a grupos políticos, sindicales, logias masónicas y similares. La decepción masiva por el funcionamiento de un mundo manejado por sinvergüenzas estaba servida. Algunas ciudades crecían mucho y fueron el escaparte para la seducción del ego. Tras el yo exaltado, como siempre, la nada.

No han faltado creadores que han puesto su talento al servicio de la descripción de ese universo desnortado. Notable es el bisturí analítico de Dostoyevski, una de las cumbres de la cultura occidental. Sí, Rusia pertenece la cultura occidental por mucho que algunos traten de que esto se olvide

 

 

Una trasformación semántica importante: desde la Roma clásica, la expresión “carpe diem” servía para recomendar que no se dejaran para el día siguiente las tareas que debían ser realizadas hoy, por tanto, el sintagma animaba a la diligencia. Entonces su sentido cambió radicalmente: en los ambientes urbanos más pujantes del XIX esas dos palabras fueron utilizadas para defender una moral muy relajada que abogó por colmar esa fugacidad de la vida con toda clase de placeres, incluyendo abuso de poder, prostitución, pornografía y drogas. No han faltado creadores que han puesto su talento al servicio de la descripción de ese universo desnortado. Notable es el bisturí analítico de Dostoyevski, una de las cumbres de la cultura occidental. Sí, Rusia pertenece la cultura occidental por mucho que algunos traten de que esto se olvide. Añadamos, ya puestos, a otro ruso. Solzhenitsyn con su Archipiélago Gulag (1918-1956) nos contaba en 1974 las atrocidades de uno de los hijos del nihilismo: el totalitarismo comunista.

 

El nihilismo aboca a la autodestrucción colectiva porque comienza haciendo que la destrucción de vidas y haciendas de mucha gente no importe a la mayoría. Pasó con los armenios cristianos asesinados por los turcos entre 1915 y1923, pasó con el holocausto nazi, pasó con los exterminios estalinistas. Hay algunos inquietantes paralelismos con la actitud del Gobierno de Sánchez ante sus víctimas de Valencia; intenta que a los demás no les importe mientras canta la internacional. Estos ejemplos dramáticos nos llevan al punto 2.

 

La agenda 2030 es la continuación de los exterminios del siglo XX, es como una actualización global y por decreto de las viejas operaciones nihilistas efectuadas desde el poder. Las industrias culturales han contribuido decisivamente a la pasividad e incluso a la aceptación fanática de estas barbaridades por parte de las masas. Vamos viendo que la atrocidad 2030 se dirige modo especial a eliminar la parte de la humanidad que soporta biológicamente a la civilización occidental. Por eso, el atentado de octubre del 2024 contra los valencianos, por lo que vamos sabiendo, no va a ser el último de este tipo en España. La legítima defensa ya era urgente ayer.

Sánchez ha puesto a los rectores de universidad, que se han dejado mangonear, a competir en incultura y ridiculez con Yolanda Díaz a cuenta del lenguaje inclusivo. Y también abandonan X por una carretera perdida

 

Vayamos con las industrias culturales tras la Segunda Guerra Mundial. Las vanguardias anglo norteamericanas -el conceptual, el pop art, el action painting, el expresionismo abstracto, el underground- que se fueron cocinando a lo largo de los 50, consiguieron crear, ya en los años 60, un fascinante agujero negro que devoraba y vaciaba de sentido a la propia cultura occidental. Sirva como imagen de ese hechizo el hipnótico sumidero de la ducha tras el asesinato en Psicosis (1960) de Hitchcock. Esas vanguardias también consiguieron arrastrar al rock al nihilismo. El uso recreativo del LSD, que la CIA había empleado en experimentos de control mental con jóvenes estudiantes y militares, contribuyó en gran medida a esta operación de fascinación inducida por el vacío existencial.

 

Por cierto, que en la famosa canción Like a Rolling Stone (1965) de Bob Dylan hay frases que suenan a retórica 2030 pasada por Davos: “Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder/ eres invisible ahora, no tienes secretos que ocultar.” Será una de esas casualidades que nos deparan los textos dentro de una determinada cultura.

Reducir la civilización a la nada es la obsesión de Sánchez degradando todo lo que puede la enseñanza. Esa nada es la condición de posibilidad de todas las manipulaciones político mediáticas que nos atiza con nuestros impuestos. Con todo, hay bastantes estudiantes que ven que está en juego su propio futuro y empiezan a rechazar las majaderías que promueve la izquierda y que el PP apoya con fervor. Sánchez ha puesto a los rectores de universidad, que se han dejado mangonear, a competir en incultura y ridiculez con Yolanda Díaz a cuenta del lenguaje inclusivo. Y también abandonan X por una carretera perdida.

 

Quiero rendir un modesto homenaje aquí a un enorme cineasta que nos dejó hace unas semanas, David Lynch. Resulta que suya es la película más anti nihilista de las últimas décadas, Una historia verdadera (1999). Es prodigioso que Lynch hiciera esa obra solo dos años después de ese paseo por los infiernos que fue Carretera perdida (1997). Recordemos que, en Hollywood, durante los años 30 y 40, casi todas las películas ofrecían sentido a la experiencia vital de la gente. A ver si Stallone propone a la Academia la creación de un Óscar a la mejor película anti nihilista. Él ya ganó uno con Rocky (1976) la cual también lo era.

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