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Opinión

Cobardes, traidores e irresponsables

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, el vicepresidente, Oriol Junqueras, y el conseller de Presidencia, Jordi Turull.

Que Carles Puigdemont no haya querido ir al Senado a explicar lo suyo es de sainete, aunque tiene explicación. Estos chicos del proceso no son muy dados a la controversia y la dialéctica parlamentaria. Vienen de la escuela pujolista, ya saben, la de 'ahora no toca', la de no dejar que hable nadie que no sea de los suyos, la totalitaria, vamos. La vida parlamentaria catalana, si es que merece llamarse así, ha sido durante estas cuatro décadas un puro monólogo nacionalista al que en no pocas ocasiones se han sumado socialistas y comunistas.

Con ese bagaje, es lógico que Puigdemont desdeñe lo que en cualquier democracia es normal, a saber, el diálogo, el debate, la controversia, en fin, la esencia del parlamentarismo. Tiene, además, otra razón para no ir a la Cámara de Representación Territorial: un pánico cerval a esa España de la que tanto se ríe cobarde e hipócritamente en su feudo. Esto es mucho peor que ser un supremacista, un orate o un totalitario, que lo es en los tres aspectos, esto se le llama cobardía. Podría entenderse que le temiera como a un nublado a un debate con Josep Borrell – que se lo pregunten a Junqueras, al que el ex ministro le pegó un baño terrible en un debate televisivo que lo dejó con una estocada hasta la bola de ovación y vuelta al ruedo -, o temer que se le plantase delante Juan Carlos Girauta, de lejos el mejor político que tiene España ahora mismo con permiso de otros, incluso podría comprender que temiese debatir con Pedro Sánchez, que ya es decir. Pero temer a don Mariano Rajoy es de muy, pero que muy cobarde, de muy poca cosa, de miseria humana, de filfa como dirigente político.

Son una banda de delincuentes, orque no puede llamarse de otro modo a quien prevarica

Es así, aunque le duela a los que creen que están haciendo historia: son patéticos, son ridículos, son unos cobardes que solo se atreven con los hijos de los guardias civiles en las escuelas o con los estudiantes de Societat Civil Catalana, y esto último solo cuando son muchos. El famoso viaje a Ítaca no es más que un garbeo por los alrededores de la finca, del corralito que la familia Pujol ya se cuidó de ordeñar para su propio beneficio todos estos años. El nivel alcanzado por esta banda de delincuentes, porque no otra cosa puede llamarse a un Govern que prevarica e incumple sistemáticamente la ley, es difícilmente comprensible en Europa. Ningún país serio de nuestro entorno admitiría a un partido que se propone la destrucción del estado, véase Alemania por vía de ejemplo, o la Francia democrática y republicana que tiene calado al movimiento separatista bretón como si lo hubiese parido.

En Europa no tolerarían a Puigdemont y sus siete enanitos ni un solo segundo y estoy convencido que a estas horas estarían todos viviendo a expensas del estado en una soleada celda.

Claro que en Europa los gobiernos son de otra pasta.

La cobardía del gobierno de la nación y de los partidos catalanes

Ya que estamos, repartamos también hacia La Moncloa, que lo suyo tiene delito. Con tanto paso de minué, tanto circunloquio, tanta duda, tanta indecisión y tanto complejo, el gobierno llega tarde y mal al problema de Cataluña. Si se hubiese hecho cumplir la ley desde el primer intento de hacer algo tendiente hacia la desobediencia a la Constitución, ahora no estaríamos así, con las bragas bajadas y el culo al aire. Rajoy también ha pecado de cobardía, dejando pasar los meses a ver si escampaba. Todo eso lo estamos pagado los catalanes, que no nos creemos que no estamos solos, porque solos nos ha dejado el gobierno y solos vamos a quedarnos mucho tiempo. Porque no se trata de hacer discursitos en las Cortes – desde allí yo también digo misas en latín, don Mariano – sino de venir aquí, bajar a la arena y lidiar con esta jauría de enloquecidos que han trasladado su bilis y su odio a escuelas, lugares de trabajo, asociaciones culturales e incluso hasta los bares.

Fue cobarde el gobierno y cobardes son, sí, los partidos de la oposición en Cataluña. ¿Qué hacen, que no están encadenados a las puertas del Parlament, exigiendo su apertura para poder debatir la locura secesionista? ¿Cuándo piensan sentarse delante del Palau de la Generalitat y decir que de allí no se mueven hasta que Puigdemont dimita? ¿Pretenden quedarse en sus sedes, esperando que vengan las CUP a hacerles escraches o Dios sabe qué? ¿Han asumido el papel de los judíos del gueto de Varsovia, que afirmaban ser libres porque tenían su propio órgano de gobierno, es un decir, y su policía? ¿Acaso no ven la extrema monstruosidad que anida detrás de todos los movimientos secesionistas que hay en Europa ahora? Es el pensamiento filo nazi, señorías, es la consagración del diabólico principio que consagra que, por haber nacido aquí o allí, se es diferente y mejor, es el darwinismo fecal que consagra a los ricos como ricos y desprecia a los pobres, es la máxima del egoísmo que pretende que, si yo gano mucho porque tengo que dar nada al pobre, que espabile. Es. En suma, el no queremos judíos e nuestro Reich.

Los socialistas tienen mucha culpa de lo que está pasando. Por su ambivalencia

Ustedes también tienen mucha culpa en lo que está pasando. Los socialistas en especial. Tanta ambivalencia, tanto arrugar la nariz en un mohín similar al de María Antonieta, tanto odio visceral hacia el PP, nos ha llevado a lo que vemos ahora. Ustedes ya no pintan nada, pero siguen envenenando la situación. Y gracias a que Pedro Sánchez ha decidido jugar la carta del estado que, si de ustedes dependiese, estarían aún con camisetitas blancas y hablando de diálogo.

Miquel Iceta pasará a la historia con el título que el mismo Pujol hubiese querido para sí mismo: el hombre que enterró al PSC. Me decía el otro día un buen amigo socialista que Iceta había salvado al partido. Discrepo. Un partido que tiene a cargos electos de peso como la alcaldesa de Santa Coloma, Nuria Parlón, que está en contra del 155 no es un partido, es un bazar, un zoco, un puerto de arrebatacapas sin el menor sentido ni propósito. Ahora, todo y que no creo que el partido esté salvado, lo que ha perdido para siempre es a su electorado, gente trabajadora y humilde de los barrios populares de Barcelona, gente de las ciudades que conforman el área metropolitana, los votantes que se partían la camisa para ver a Felipe o a Alfonso Guerra – el PSC siempre intentaba ocultarlos en las campañas electorales, ya ven -, en suma, los socialistas nacidos en Andalucía, Extremadura, Aragón, Galicia o la misma Cataluña que consideraban prioritario lo social antes que lo identitario y a los que Serra y Moret o Rafael de Campalans les sonaban a chino y malditas las ganas que tenían en conocer a esos señores apolillados, tristes, adalides de un socialismo de los años treinta, burgués, elitista y alejado de cualquier realidad social que no fuese su ombligo.

Desde luego, los independentistas de Puigdemont han sido y son unos cobardes ventajistas que pueden proclamar lo que quieran desde su cloaca, los socialistas pueden hacer lo que mejor les parezca y el resto de políticos, igual. Pero yo soy de la opinión que si les quitaran a todos sus sueldazos y prebendas y tuviesen que ingresar solamente el salario mínimo interprofesional hasta que no entrasen en razón y cumpliesen las leyes igual que tenemos que hacer todos los demás, espabilarían rápidamente.

Excuso decirles si los metemos en la cárcel a pico y pala. Claro que eso no es moderno ni políticamente correcto. Qué cosas.

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