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Opinión

Civilización y orden moral

El mayor lastre de cara al futuro está siendo el desmantelamiento –a través de la educación y sus medios de comunicación– de los valores morales

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La historia de la humanidad que comienza con la invención del lenguaje que posibilitó la comunicación entre los seres humanos y, según Darwin, creó la conciencia humana por oposición a la animal, dio su mayor salto adelante cuando el hombre sale de su tribu -todos familiares y conocidos- para comerciar con desconocidos. Conforme el comercio se fue extendiendo se produjo un orden social extenso, que para seguir prosperando necesitó establecer reglas morales de comportamiento.

La grandeza del comercio –como descubriera Hayek– radica en que comenzó y todavía se sigue produciendo entre desconocidos y para que progresara precisó de reglas tácitas compartidas que posibilitaran las transacciones y que estas volvieran a repetirse como consecuencia de la satisfacción de ambas partes. Los fenicios fueron la primera civilización que comenzó a globalizar el comercio. Ni los vikingos ni los piratas musulmanes y otomanos dejaron rastro civilizado alguno allá donde actuaron; solo destruyeron y robaron, frustrando así la posibilidad de un orden civilizador. Por cierto, es curioso que a Napoleón, haciendo lo mismo que aquellos se le siga considerando “civilizador”.

El progreso económico que corrió parejo a la extensión del orden moral social necesitó contar -según prescribiera Hume– con tres instituciones esenciales:

  1. La estabilidad de la propiedad. El derecho de propiedad es el eje de nuestra civilización y la base del progreso económico y social.
  2. El intercambio por consenso. Las transacciones económicas en ausencia de coacción o fraude conforman los mercados libres que producen la riqueza.
  3. El cumplimiento de las promesas. Los contratos libremente acordados deben cumplirse siempre, voluntariamente o por ley.

Si miramos hacia atrás a lo largo de la historia, la riqueza y la prosperidad social siempre han anidado en medios ambientes en los que han primado dichos principios.

Para Aristóteles, observar una vida virtuosa es más fácil conforme más comprometidos estamos con ella hasta convertirse en un hábito. Además de virtudes, para Hume los hombres poseen dones morales como: la discreción, el cuidado, el espíritu de iniciativa, la laboriosidad, la asiduidad, la frugalidad, la economía, el buen sentido, la prudencia, el discernimiento, la templanza, la sobriedad, la paciencia, la constancia, la perseverancia, la previsión, la consideración, la discreción, el orden, el tacto, la cortesía, la presencia de ánimo, la rapidez de concepción, la facilidad de expresión,…. etc.

El progreso económico y social de las naciones ha estado y seguirá estando sustentado en dichos principios fundacionales de la sociedad civil, mientras que su desuso o abandono explican el fracaso de muchos países.

El premio Nóbel de economía de 1986 James M. Buchanan en su ensayo Ética y progreso económico (1996) además defender la ética del trabajo y del ahorro señala -al referirse a Max Weber- que “una sociedad cuyos miembros comparten las virtudes puritanas, cualquiera que sea el origen y por el motivo que sea, tendrá económicamente más éxito que una sociedad en la que esas virtudes brillen por su ausencia o estén menos ampliamente compartidas”.

Generar 'capital social'

Francis Fukuyama, en su ensayo Trust (2007) sostiene la tesis: “La confianza es la virtud social que mejor explica el éxito de las sociedades más prósperas. La prosperidad de las naciones depende de la confianza intrínseca –sustentada en jerarquías intelectuales y morales- de las sociedades; mientras que su ausencia conlleva la pobreza”. Confiar en gente que no sea de la familia genera “capital social” que resulta crucial, no sólo para la convivencia y el orden moral, sino para generar competitividad y por tanto prosperidad.

Los enemigos de la confianza son el individualismo asocial y disgregador y el estatismo. El surgimiento de tendencias comunitarias no es posible sin la existencia de un nivel elevado de confianza. La sociabilidad espontánea es una gran virtud para forjar el “capital social”, según James Coleman citado por Fukuyama. Eficacia y comunidad pueden coexistir, porque el hombre no solo actúa por egoísmo sino buscando también reconocimiento social que no es posible sin asentarse en valores morales.

El incomparable éxito de Amazon se basa en la confianza que inspira como consecuencia de hacer siempre lo que se espera que haga: cumplir diligentemente sus compromisos y no engañar a nadie

La confianza es el cemento invisible que amalgama la sociedad civil frente al orden y mando impuesto desde fuera de ella. El incomparable éxito de Amazon se basa en la confianza que inspira como consecuencia de hacer siempre lo que se espera que haga: cumplir diligentemente sus compromisos y no engañar a nadie. Cuando alguien va a un notario para comprar una casa la paga con dinero al vendedor o firma con su banco un crédito hipotecario cuyo importe se transmite en el acto al vendedor; tras la firma se marcha de la notaría sin otra cosa que la confianza en el notario, que le entregará después su escritura de propiedad.

La prosperidad de la sociedad civil depende en última instancia de hábitos y comportamientos de naturaleza moral. Para Fukuyama, cultura es “un hábito ético heredado”. La sociabilidad espontánea es crítica para la vida económica porque virtualmente todas las actividades económicas son llevadas a cabo por grupos más que por individuos. Las sociedades "altamente confiadas” con plenitud de capital social tienen la habilidad de construir grandes organizaciones privadas de negocios mientras que las sociedades con baja confianza no pueden sacar todo el partido a las nuevas tecnologías de la información y la comunicación.

El balance entre individualismo y comunidad ha cambiado sustancialmente en EE:UU: en los últimos 70 años, ha descendido el nivel de sociabilidad

La más devastadora consecuencia del comunismo de la URSS y el Este de Europa fue la destrucción de la sociedad civil. Y en Europa Occidental, la creciente confianza de la gente en el Estado y el consecuente abandono de la responsabilidad personal y por tanto la confianza personal en uno mismo tienden a debilitar la sociedad civil frente al poder político. El balance entre individualismo y comunidad ha cambiado sustancialmente en EE:UU: en los últimos 70 años, ha descendido el nivel de sociabilidad. El deterioro más noticiable ha sido la ruptura de la familia con el incremento de los divorcios y de familias monoparentales, algo que no ha sucedido porque otras formas de vida asociativa hayan crecido, sino que ambas han declinado.

Desde mitad del siglo pasado, en EE.UU. los miembros de asociaciones voluntarias han decrecido: sindicatos, organizaciones fraternales, asistencia a actos religiosos, asociaciones de padres. Sin embargo los lobbies y grupos de presión han crecido. Los litigios judiciales han aumentado: además del coste de los abogados está el coste social.

Existe un creciente peligro en la sociedad civil: los grupos que se asocian para defender intereses minoritarios y reivindicativos en contra de la libertad individual de los demás y a favor de privilegios corporativos -el capitalismo de amiguetes- o particulares –feminismo radical, ideologías de género, fundamentalismo ecologista, …– que benefician a muy pocos en perjuicio de la inmensa mayoría.

Separación de poderes

Más allá de los desastres económicos del actual Gobierno –decrecimiento económico, desempleo y deuda pública- y su desmantelamiento del orden constitucional -incumplimiento de las leyes y negación totalitaria de la separación de poderes con particular inquina contra la independencia judicial– el mayor lastre de cara al futuro está siendo el desmantelamiento –a través de la educación y sus medios de comunicación– de los valores morales que, como se ha descrito, han conformado el éxito de nuestra civilización.

Recientemente Sánchez felicitó públicamente a Nadal por su 14º triunfo en Roland Garros. Su arrogante osadía no tiene límites: ¿Cómo es posible que el líder político de la imposición de una mala educación que reniega del esfuerzo y el mérito valore positivamente a quién mejor ejemplifica dichos valores?

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  • G
    gwy

    Por mucha rabia y malos recuerdos que nos produzca Napoleón es absurdo fingir que no reconocemos la influencia del Code Napoleon en nuestra civilización, señor Banegas.