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Opinión

Memento mori

Rivera, durante un mitin de la campaña electoral.

Cuando hace dos mil años un general romano victorioso entraba erguido y desafiante sobre un carro al frente de las legiones, adornado con la corona de laurel y la toga picta bordada en oro, un esclavo se encargaba de irle susurrando al oído la expresión memento mori (recuerda que morirás) para que no se embriagara con el clamor de la masa agolpada en las vías capitalinas.

No sé si alguien se lo susurró a Albert Rivera en la noche del 28 de abril de este año, nada más lograr Ciudadanos la más alta cota de un partido de centro en años -57 diputados- y con los medios de comunicación dando cuenta del jolgorio en la flamante nueva sede naranja en la calle Alcalá; la misma que hoy amenaza ruina económica.

Tras la 'furia' electoral este domingo apenas quedarán en el Congreso diez de aquellos 57 que 'pesaban' doble, en concreto 180 sumados a los 123 escaños del PSOE; garantía de estabilidad y gobernabilidad de una mayoría absoluta que no ha tenido España desde hace cuatro años ni tendrá hasta dentro de mucho tiempo. 

"No tengo nada más que hablar con él"

Rivera decidió consigo mismo que no, que Ciudadanos iba a reeditar con Pedro Sánchez el "no es no" aunque ahora sí dieran los números que no daban para el 'Pacto del abrazo' de 2016; y se embarcó en el viaje a ninguna parte que fue intentar el asalto al liderazgo de la derecha, incluyendo desplantes intolerables a los votantes, que no al presidente del Gobierno, del tipo "no tengo nada más que hablar con él".

Ninguna duda me cupo entonces de que eso fue un error, y ninguna me cabe ahora de que eso, y no otra cosa, es lo que le ha pasado una dura factura al ya ex líder 'naranja' porque el gesto -que ni siquiera Pablo Casado se permitió- revelaba mejor que nada su desconcierto al verse desplazado de La Moncloa cuando el ungido sucesor de Mariano Rajoy era él.

Los españoles tenemos unas tragaderas muy grandes. Los votantes de Ciudadanos perdonaron elección tras elección la ansiedad que transmitía permanentemente Rivera o su giro a la derecha para pactar con Vox, pero no la imagen de enfrentamiento, al extremo de bloquear el país, que solo intentó rectificar in extremis.

El drama son sus herederos, que no son solo Inés Arrimadas & cía sino los más de cuatro millones de votantes que tuvo una sigla hoy en bancarrota, con sus cuadros en desbandada y en el 'gallinero' del Congreso, allí donde no enfocan las cámaras de televisión. 

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