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Opinión

El cisne negro que pudo ser blanco

Bill Gates en una foto de archivo.

Cuando escribo esta columna, el número de muertos por coronavirus en España ha llegado ya a los once mil, los infectados se acercan a los ciento veinte mil y las personas que han cesado en su empleo, bien por despido o por ser objeto de un ERTE, son más de novecientas mil. La catástrofe sanitaria, humana y económica va adquiriendo proporciones sobrecogedoras y es natural preguntarse si podía haber sido evitada y si, una vez iniciado el contagio en la ciudad china de Wuhan, sus efectos globales hubieran podido contenerse en mayor medida. En estos días trágicos, ha sido obligado recordar a Nassim Taleb y su célebre pentalogía Incerto, en particular su segundo libro, El cisne negro. Esta hoy popular expresión alude a un acontecimiento que es simultáneamente imprevisible y terrible. Se puede tratar de un magnicidio, de un terremoto, de un tsunami, de una pandemia, de un atentado terrorista o de la quiebra de un banco sistémico, cualquier suceso de consecuencias devastadoras de enorme alcance que nadie podía imaginar o conjurar.

La unidad es la clave

Como es lógico, la tesis de los gobiernos de los países más duramente afectados, y el español no es una excepción, es que, efectivamente, el ave siniestra que nos sobrevuela ha surgido de repente, cuando nadie sospechaba su existencia y sólo nos queda soportar la desgracia que nos acarrea con un espíritu estoico y solidario, respaldando sin fisuras y sin críticas la labor de las autoridades porque, se nos dice, la unidad es un elemento clave para derrotar al patógeno. Así, una plétora de creadores de opinión, bien amarrada su pluma, su micrófono o su pantalla en prime time, nos repiten machaconamente que en estas horas decisivas todo asomo de discrepancia con nuestros gobernantes es no sólo improcedente, sino casi delictiva y que el tiempo de la exigencia de responsabilidades y de análisis objetivo de las medidas y los procedimientos llegará, pero que ahora hemos de cerrar filas con ministros, consejeros y alcaldes, aunque su impericia, su ignorancia, su sectarismo o su dogmatismo incremente pavorosamente la cifra de ataúdes.

Esta trampa que pretende condenarnos al silencio y al aval sumiso de cualquier fallo o error, por estrepitoso que sea, posee una tremenda eficacia porque atravesamos una etapa de altísimo voltaje emocional en la que es muy peligroso desviarse del comportamiento definido desde arriba como correcto. Pese a ello, constituye una obligación moral reflexionar desapasionadamente sobre el desarrollo de esta pesadilla porque de lo contrario no aprenderemos las lecciones necesarias para que el próximo cataclismo nos encuentre alertas y debidamente pertrechados.

La OMS emitió una alerta de emergencia internacional el 30 de Enero y el 3 y el 11 de Febrero instó a la compra masiva de equipos de protección para el personal sanitario

En este contexto, conviene tener presente que la cantidad de publicaciones científicas y de advertencias de divulgadores sobre la posibilidad real de una gran mortalidad a nivel mundial provocada por un patógeno de alto grado de transmisibilidad entre humanos procedente de un reservorio animal, no ha sido pequeña en los últimos años. Corren abundantes por las redes, destacando una charla TED de Bill Gates en 2015 describiendo pormenorizadamente semejante eventualidad. Resulta lacerante contemplar las declaraciones de famosos comunicadores o de destacados cargos públicos en las fechas precedentes al estallido indisimulable de la epidemia y comprobar el grado de frivolidad manifiesta y estupidez supina que exhibieron aquellos que nos debieran proteger de nuestras propias limitaciones.

La OMS emitió una alerta de emergencia internacional el 30 de Enero y el 3 y el 11 de Febrero instó a la compra masiva de equipos de protección para el personal sanitario. ¿Leería estos avisos dirigidos a su departamento el filósofo pasmado encargado en España de estas materias? Es evidente que muy pocos gobiernos escucharon, con honrosas excepciones como el de Singapur que, convenientemente asesorado precisamente por Taleb, tenía a punto planes detallados de contingencia junto a los medios requeridos. Basta comparar las víctimas del coronavirus por millón de habitantes de un país tan plenamente inserto en la globalización con las del resto del planeta para establecer conclusiones (España a día de hoy, 240, Singapur, 0.9, doscientas sesenta veces menos).

Nuestros políticos pierden el tiempo en idioteces como desenterrar dictadores olvidados, excitar la guerra de sexos, rechazar donaciones de próceres ejemplares o conchabarse con narcoestados criminales

Es inevitable inferir que mientras en nuestros lares nuestros políticos pierden el tiempo en idioteces como desenterrar dictadores olvidados, excitar la guerra de sexos, rechazar donaciones multimillonarias de próceres ejemplares o conchabarse con narcoestados criminales, en otros puntos del orbe líderes avisados, bien amueblados intelectualmente y adecuadamente aconsejados, piensan con visión de largo recorrido y transforman el presente en futuro.

No es un destino fatal que manejen las palancas del Estado gentes indocumentadas, mentirosas, inexpertas, egolátricas, rencorosas, superficiales e inmorales. España está llena de hombres y mujeres de sólida formación, de admirables trayectorias, técnicamente competentes, de honradez acrisolada, de probado patriotismo y de notable inteligencia. Esta peste arrasadora que desborda nuestros hospitales, nos mantiene confinados y nos arrastra a la ruina, es una ocasión excelente para revisar un sistema institucional, unos parámetros éticos y una normativa electoral que entregan el poder a especímenes como los que lo vienen ostentando en nuestra desdichada nación, mientras evitan que lo ejerzan figuras ejemplares en las que podamos confiar y de las que nos sintamos orgullosos. Ojalá del sufrimiento actual emerja la toma de conciencia que transforme los cisnes negros como la noche que nos acechan sigilosos en aves blancas como la nieve que nos encuentren preparados.

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