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Opinión

Cinema Paraíso

Pocas cosas te salvan de las llamas como ese instante en el que entras en una sala oscura y numerada y atraviesas un pasillo estrecho en busca de tu butaca

Penélope Cruz recibe el Premio Nacional de Cinematografía
Penélope Cruz recibe el Premio Nacional de Cinematografía en San Sebastián Ministerio de Cultura y Deporte

Ir al cine es como recibir el abrazo reparador de alguien a quien amas, con la salvedad de que el cine está siempre ahí, aunque lo descuides, aunque no vayas a verlo con asiduidad. Eso es lo que supone para mí acudir -ya sea en la sesión matinal, vespertina, nocturna, cualquiera me vale- a esa sala mágica, presidida por una gran pantalla, en la que todo es posible. Hasta lo imposible.

Hoy termina el Festival de Cine de San Sebastián. Nunca lo había vivido tan de cerca. Ha sido como estar inmersa en una ciudad que se prepara para una súper producción de Hollywood. Huele a cine en todos los rincones. Sabe a cine. También detenerte ante un escaparate a hojear lo último en moda, tiene algo de cine. Hay carteles, cámaras, luces, acción en cada una de las tiendas, bares, restaurantes, peluquerías, librerías. Hasta del mismo mar parece que va a salir el tiburón acartonado de Steven Spielberg que tanto nos hizo saltar del asiento cuando creíamos que aquellos dientes, que parecían una escalera mecánica, eran reales. Esto que os cuento también es la vida, aunque no salga en los periódicos. No todo van a ser facturas, cestas de la compra, impuestos, electricidad, guerras. Porque en medio de un otoño caliente que ya quema cuando apenas lleva 24 horas encendido, es necesario imaginarse de vez en cuando paseando por un decorado de película hecho a nuestra medida y sin espacio para los problemas.

Y entre una escena y otra, un rumor estridente impregna la estancia sin que apenas puedas sacar ninguna conversación en claro. Es el cine un paraíso en sí mismo

Pocas cosas te salvan de las llamas como ese instante en el que entras en una sala oscura y numerada y atraviesas un pasillo estrecho en busca de tu butaca. Y tomas asiento. Y observas lo que sucede a tu alrededor como si se estuviera ya proyectando un cortometraje previo al estreno. Y te detienes en esas parejas que esconden sus besos bajo la luz tenue. En los extranjeros que cuelgan del cuello una acreditación como si fueran espectadores de primera. En las mujeres de edad avanzada vestidas de domingo con las que compartes fila. En el matrimonio que charla delante de ti, en susurros, como si su único instante para arreglar la familia fuera ése, justo el que tiene lugar antes de que se active la publicidad en la pantalla. Y entre una escena y otra, un rumor estridente impregna la estancia sin que apenas puedas sacar ninguna conversación en claro. Es el cine un paraíso en sí mismo.

He visto varias películas estos días en el marco del festival. Quizá no las más apetecibles sobre el papel, pero todas igualmente bellas. Porque puedo decir que, gracias al cine, he viajado en una misma semana a lugares remotos de México, de Rumanía. Que he rozado con la punta de los dedos sitios en los que probablemente jamás pondré mis pies. Que he conocido vidas, realidades, costumbres de unas gentes que no entraban si quiera en mi imaginario. Una aldea remota, por ejemplo la que refleja Dos estaciones donde una mujer se deja la piel para mantener la fábrica familiar de ese tequila mexicano del que lo único que nos llega aquí es el martilleo en la cabeza después de un sábado loco. Durante más de dos horas me he trasladado, también, hasta Transilvania a través de la película R.M.N. cuya trama gira en torno al monstruo antiinmigratorio que va devorando a los vecinos de una pequeña comunidad. He sentido el frío de ese paisaje boscoso y blanco y el aliento encolerizado de unos ciudadanos contrarios a que otros venidos de lejos desempeñen el trabajo que ellos rechazan. Historias. Que sean felices o no depende de dónde decidas detenerlas. Pero, no es tanto el final como lo que te provoca el desarrollo.

Ya de vuelta a casa, dentro del espectador se quedan las emociones. Fuera, los flashes se los llevan las celebridades. Penélope Cruz, Olivia Wilde, David Cronenberg, Juliette Binoche y muchos más artistas en este setenta cumpleaños de un festival que ya se apaga. Toca bajar las luces, desmontar los escenarios, dejar de lado los guiones, enrollar la alfombra roja. Hoy la vida real se vuelve a instalar en esta ciudad. Y hay que seguir adelante. Cada uno con su propia película.

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  • V
    vallecas

    ¡¡Pero que bonito¡¡, Que "guay", que romántico, que descripciones, que actores y sobre todo......que falso.