Opinión

Cinco días, ¿para qué?

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno Europa Press

Sánchez ha vuelto a hacer de Sánchez. Sin respeto por el juego democrático y la norma, sin respeto para un país al que deja colgado, sin respeto para sus socios de gobierno, su partido y sus ministros. Sánchez no se debe más que a Sánchez. Hasta aquí todo es habitual en este político que presenta unas características psicológicas más que preocupantes. Hemos escuchado todo tipo de interpretaciones acerca del golpe de efecto logrado con su carta. pero la más plausible es la del despiste. De un modo inusual y nada democrático, puesto que si se quiere dimitir, se dimite y se da cuenta al Jefe del Estado, al gobierno, al Congreso y luego, en rueda de prensa a los medios, Sánchez ha optado por el chavista método de dirigirse “al pueblo”. Eso en sí indica el sesgo que subyace tras la, creemos, falsa declaración de intenciones. Decimos falsa porque, en primer lugar, si ha habido un presidente apegado a la poltrona es Pedro Sánchez; segundo, porque es norma en él obviar todo tipo de controles y procedimientos habituales en nuestro estado de derecho; tercero, porque la carta incita a la movilización zurda con las gravísimas consecuencias que eso podría acarrear al país, máxime con unas elecciones catalanas en pre campaña. Sepa usted, presidente, que a pesar de llenársele la boca con lo de la derecha y la extrema derecha – hasta catorce veces son citadas en el papelito en cuestión – si pasa algo en la calle el culpable será usted.

Porque estos cinco días, además de lo de las movilizaciones, manifiestos, llantos y crujir de dientes de la zurdería, etc., son un tenso compás de espera para el inquilino de la Moncloa

Dicho esto, existe un motivo para obrar así que no es difícil adivinar: desviar los focos de Begoña, de su hermano, de Koldo, de Delcy, de Ábalos, de las catalanas, de Puigdemont, del zasca que se ha llevado en su gira para que otros países reconociesen un estado palestino, del hundimiento de la economía española, en fin, podríamos seguir, pero el cúmulo de escándalos que se amontonan a los pies del presidente que podrían convertirse en leños de su pira son muchos. Todo eso podría ser cierto, así como también que pretenda orquestar una operación de lavado de imagen para resurgir el lunes anunciando que no va a darle el gusto a la extrema derecha de retirarse, que todos le piden que continúe, que es su obligación porque bla bla bla. Pero hay una pregunta clave: ¿por qué se ha dado cinco días para resolver? ¿Qué espera que pase o que no pase en esos días? ¿No será que el auténtico motivo es que quiere ver qué hace Israel con la información que está dispuesta a hacer pública sobre él, la del teléfono famoso que le ha llevado a someterse ante Marruecos de manera indigna? ¿Estará por medio la insólita fuga del líder de la Mocro Mafia de manos de la justicia española que nadie se explica, los primeros los reyes de Bélgica y su hija Amalia? ¿Tendrá algo que ver cierto dosier que está a la venta por un precio millonario, recopilado por el Bureau marroquí y sustraído por un operativo independiente, que, supuestamente, contendría informaciones sensibles y que ya podría tener varios posibles compradores? ¿La apertura en Francia del caso Pegasus estará vinculada con esto? ¿Se ha dado cuenta de que ya no tiene el apoyo de ningún país importante de occidente? ¿Habrá influido en Sánchez las palabras que un alto responsable del Mossad dijo, sabiendo que llegarían a oídos del dignatario español, acerca de que su actitud acerca de Hamás era intolerable y que le extrañaba porque no había ningún mandatario más fácil de hacer caer en Europa que Sánchez? ¿Qué teme Sánchez? Porque estos cinco días, además de lo de las movilizaciones, manifiestos, llantos y crujir de dientes de la zurdería, etc., son un tenso compás de espera para el inquilino de la Moncloa. Está wait and see esperando que algo suceda. Repetimos la pregunta, cinco días, ¿para qué?

Como dijo Horacio enfatizando el peligro que se cierne ante alguien, Hannibal ad portas. Aníbal está a las puertas.