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Opinión

China: hacia un nuevo Imperio (y VI)

Logotipo de Huawei.

No importa lo lento que vayas mientras no te detengas.” Confucio

Colusión con fuerzas extranjeras y conspiración para cometer fraude. Esta era la orden que llevaba consigo el jefe de la policía que se presentó en las oficinas del Apple Daily a primera hora de la mañana del pasado 10 de agosto. Le acompañaban más de un centenar de efectivos de las fuerzas de seguridad. Se trataba de una aplicación estricta de la nueva Ley de Seguridad Nacional que ya comenté en el segundo episodio de esta serie, hace más de un mes. El instrumento era Jimmy Lai, el millonario hongkonés de 71 años que fundó el periódico y que atravesó la redacción esposado. El objetivo, acallar uno de los últimos medios que defendían la democracia en la antigua colonia británica, y que suponía un altavoz contra el régimen, y, por tanto, un obstáculo en los planes de Jinping.

Con Lai, que se enfrenta a cargos que pueden llevarle entre 3 y 10 años a prisión, fueron detenidos otros ocho hombres y una mujer. “Es la muerte de la libertad de prensa, asesinada por Pekín”, señaló Richburg, el director de la Escuela de Medios de la Universidad de Hong Kong, en declaraciones a The Guardian. “Nadie está seguro en Hong Kong a menos que permanezca completamente en silencio y haga exactamente lo que dice el brutal régimen de Xi Jinping”, añadió Rogers, el confundador y presidente de Hong Kong Watch.

Huawei construyó un centro de datos en Papúa Nueva Guinea con el objetivo de espiar al Gobierno. Pero ¿qué interés puede tener China en espiar a un país con una renta per cápita de 2.300€?

Sólo 24 horas más tarde, el Australian Financial Review abría con un informe demoledor: Huawei construyó un centro de datos en Papúa Nueva Guinea con el objetivo de espiar al Gobierno. Pero ¿qué interés puede tener China en espiar a un país con una renta per cápita de 2.300€? ¿Qué puede aportarle, tecnológica o militarmente? Nada, en el fondo. Pero lo importante no es el qué, sino el cómo, el proceso, muy similar al que ha empleado en tantos países africanos, como veíamos aquí. Regalos envenenados que contribuyen a tejer una red clientelar de la que se extraen los datos, el nuevo oro del que hablamos en Alquimia. Durante cada una de las noches, a lo largo de cinco años, la información de los servidores de la Unión Africana en sus oficinas centrales en Addis Abeba, la capital etíope, fue extraída sin autorización camino de Shangai. La reluciente nueva sede de la Unión Africana fue un presente del amigo pekinés, construida por una empresa estatal china y con la red de comunicaciones tendida por Huawei.

La crisis del coronavirus ha permitido avanzar en el control de los ciudadanos; un sistema de semáforos digitales les abría o cerraba el paso en barrios completos según su origen y su posibilidad de contagio

En casa, Xi Jinping tiene todo dispuesto para controlar, aún más, la vida de sus ciudadanos. Millones de cámaras de vídeo-vigilancia se extienden ya por los puntos clave del país, como recoge The Atlantic en su número de septiembre. En eso, podría parecerse a cualquier línea de metro de una capital occidental. La diferencia, sin embargo, se encuentra en el sistema de reconocimiento facial, pilotado por los desarrollos de la inteligencia artificial, que permite no sólo saber qué ocurre en cada plaza, cada estación, cada aeropuerto, cada edificio, sino quién pasa; y, de este modo, estirar hasta sus límites el sistema de crédito social, en vigor desde este año. La crisis del coronavirus ha permitido avanzar mucho en el control de los ciudadanos; un sistema de semáforos digitales les abría o cerraba el paso en barrios completos en virtud de su origen y su posibilidad de contagio. Ahora, el sistema procesará millones de datos asociados a la imagen recogida por las cámaras, y devolverá, en tiempo real, quién es, qué hace, y, lo más peligroso, qué puede hacer, permitiendo detectar a cualquier sedicioso sospechoso de pensar algo distinto de lo que el partido y Jinping establezcan. Mientras tanto, miles de patentes chinas de reconocimiento facial inundan las oficinas internacionales.

Gráfico

A lo largo de las pasadas semanas, hemos visto cómo la hiedra China ha abrazado el sudeste y el centro de Asia, África y Sudamérica; cómo ha desplazado, sin esfuerzo, a un Occidente que ha dejado a su suerte a sus antiguas colonias. Hemos visto también cómo, bien de forma directa o bien a través de empresas satélites, ha pasado a ser líder en las tecnologías que definirán los próximos años, como el 5G y la computación cuántica. En un contexto general de ocupación de espacios físicos, económicos y tecnológicos, la crisis del coronavirus ha acelerado el proceso.

Las restricciones a fumar en la calle, hoy impuestas en muchos lugares de nuestro país, serán la norma general

Empezaremos a ver como normales las restricciones a nuestra libertad; las reuniones de más de 10 personas, que evitamos conforme a lo que establecen las autoridades, y que interiorizaremos; las restricciones a fumar en la calle, hoy impuestas en muchos lugares de nuestro país, serán la norma, porque toda medida temporal del gobierno se torna, siempre, permanente. Restringimos nuestros contactos, nuestras muestras de afecto, nuestras celebraciones. El miedo se apodera de Norteamérica y de Europa, mientras las inversiones directas chinas, en los últimos diez años, alcanzan los 160.000 millones de euros en la Unión Europea, y el PIB chino, a precios de mercado, se ha disparado en 25 años de un magro 2% hasta el 16% del total mundial. Acabaremos aceptando las 'ventajas' del totalitarismo chino, con nuestras posibilidades comerciales intactas, la seguridad 'garantizada' y vigilados por el gobierno, algo perfectamente admisible por quienes no tenemos nada que ocultar. La democracia liberal desaparecerá, y el Xiconomics, la fórmula de capitalismo de Estado desarrollada por el primer ministro Xi Jinping, dejará para los libros de historia las discusiones entre keynesianos y liberales.

Al otro lado del Pacífico, Arvind Krishna, el director general de IBM, declaraba el pasado 8 de junio que su empresa se desliga de la carrera del reconocimiento facial; así pues, IBM, uno de los líderes mundiales en inteligencia artificial, no desarrollará, ni ofrecerá, ni investigará más en esta materia, y procederá a reevaluar su política comercial para aplicaciones ya existentes en el mercado de seguridad privada y estatal. Microsoft, Google y Amazon han adoptado medidas similares, amparándose en la situación excepcional que viven los EE. UU. tras la muerte de George Floyd y el auge del movimiento Black Lives Matter. Renunciamos al progreso porque, para Occidente, la ética es una cuestión esencial. Las acusaciones de la Casa Blanca a TikTok y WeChat se ven como reacciones paranoicas del presidente norteamericano, mientras aceptamos sin ningún problema que Facebook, Google o Twitter admitan la censura que les impone Pekín. Y, si bien es cierto que las imágenes de médicos chinos llegando a Italia y Francia en las semanas más duras de la primavera han desaparecido de los medios, junto con aviones fletados desde Pekín con los materiales que nuestros gobiernos eran incapaces de lograr, será en esta primera mitad de la década cuando enterraremos a Berlanga y demos la bienvenida a xiānsheng Jinping.

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